MI ANDALUCISMO Y LOS OCHO APELLIDOS VASCOS por Francisco J. Fernández-Pro
Me he percatado de que en la simpática película de Dani Rovira, “Ocho apellidos vascos”, existe un pequeño fallo. Su argumento presupone que ocho apellidos característicos de un lugar, son suficientes para constituir la solera de una Historia como Pueblo; más, si tenemos en cuenta que nuestros cuatro abuelos tienen dos apellidos cada uno, los ocho primeros se nos agotan en la segunda generación filial. ¿A que parece una tontería?, pues no pueden imaginarse lo que este asunto me ha hecho reflexionar sobre los argumentos que a veces esgrimimos los nacionalistas para sentirnos enraizados a un lugar.
Además, he de confesar que mi visionado de la película ha coincidido con que mi primo Julio Clavijo, desde que se jubiló como profesor de Historia, se dedicó a escribir la de nuestra familia y me pidió una pequeña colaboración. Pues bien, entre Internet y mi primo, han hecho polvo parte de mis argumentos de tantos años (tan débiles eran…)
Resulta que mi madre tiene los apellidos Ledesma Díaz, porque mi abuela se apellidaba Díaz de primero y Arias de Saavedra, de segundo… y en este Arias de Saavedra, está el quid de la cuestión, pues resulta que los suyos fueron Antonio Arias de Saavedra y Mª Dolores Araoz y Arredonda, Marquesa de Moscoso y Condesa de Castellar (y, para más inri, Dama Noble de la Real Orden de la Reina María Luisa); pero es que, ahora, mi primo Julio se ha metido en Internet y, como las familias nobiliarias tienen sus propios archivos con sus árboles genealógicos detalladísimos, pues resulta que me envía un listado que se remonta un montón en el tiempo y en el que aparece, entre otros -y reinando aún Juana La Loca-, un señor que se llamaba Juan de Saavedra y Guzmán, señor de Moscoso y del Loreto, que casó con Catalina Enriquez de Ribera y Martel, hija de Fadrique Enríquez de Ribera, Conde de los Molares y Marqués de Tarifa, el cual –más o menos por los años de los Reyes Católicos- se había casado dos veces: la primera, con Doña Elvira Fernández de Córdoba (¡toma ya!) y la segunda con Doña Isabel Martel, descendiente por línea directa (aunque supongo que putativa, que era la línea real más frecuente por entonces) de Fernando I de León y Castilla, que había reinado un montón de años antes.
¿Usted ha leído en esta relación, algo parecido a Abolaifa, Abela, Albocar, Aguayo, Alfoceres, Abengoa, Aceituno, Alcázar, Barroso, Benavides, Benegas, Cancino, Cervatos, Mudarra, Palomeque,…? ¡ni uno!… ¡Hay que joderse! Tantos años defendiendo el esplendor de la Andalucía de nuestros antepasados, criticando a los invasores castellanos que arramblaron con todo y ahora resulta que mis antepasados no eran los sabios omeyas cordobeses, ni los artistas nazaríes granadinos, sino los mamones que les dieron la boleta;… y si, por lo menos, me hubieran dejado una finquita de las de los Repartimientos o un olivar pequeñito, pues mire usted qué bien… ¡pero nada!
Tantas batallas gloriosas, tantos títulos y tantos apellidos, para encontrarme, al final –como cualquier españolito de a pié-, con una hipoteca que me tiene frito y el poquito de tierra de una maceta que mi mujer mima con esmero y en la que tenemos plantada la hierbabuena para el consomé. Lo dicho: ¡a joderse! (escriba usted tantas proclamas y artículos, para esto…)
Más como todo debe tener su moraleja, sírvanos este patinazo, para darnos cuenta de lo endeble que, a veces, resultan muchos de nuestros argumentos. Sepamos, pues, que todos los españoles somos el fruto de un mestizaje de mucha gente y de muchos sitios; por tanto, recibamos con los brazos abiertos al que se nos acerque; agradecidos –pero con los pies en la tierra- dejemos descansar en paz a los que nos trajeron hasta donde estamos y nos hicieron lo que somos; pero, sobre todo, aprendamos a vivir con nuestros vecinos, que –a fin de cuentas y a la postre- son los que, llegado el momento, pueden prestarnos la sal
Veo que cultiva usted todos los géneros literarios con la misma facilidad. En este caso me ha hecho reír su hilaridad y buen humor para tratar un tema que para los nacionalistas es tan trascendental como la pureza de raza loes como principal argumento y apego a su tribu. (Pobre argumento)
Ciñéndome a su tema, creo que sabrá que los andaluces procedemos de las sucesivas repoblaciones posteriores a la expulsión de los árabes, moriscos y judíos, por lo que nuestros ancestros son castellanos, leoneses, cántabros y gallegos. Solo poseemos genes de árabes en un cinco por ciento y algo superior en el caso de los judios.
Pues tiene usted toda la razón, querido Amigo; y, como nadie está libre de sangre desteñida, lo dicho: ¡¡Viva el Mestizaje!!