LA EPIGRAFÍA, EL CALLEJERO Y LOS IGNORANTES por Francisco J. Fernández-Pro
La semana pasada, mi Amigo y Maestro Genaro Chic, me remitió uno de los últimos trabajos publicados en referencia a la fundación de Écija. El artículo en cuestión se publicó este año en la revista ROMULA 14 de la Universidad Pablo de Olavide y su autor es Ángel Ventura Villanueva, miembro del Área de Arqueología de la Universidad de Córdoba; se titula “NUEVOS DATOS SOBRE LA CRONOLOGÍA DELA DEDUCTIO DE AUGUSTA FIRMA ASTIGI Y SOBRE SUS COLONOS VETERANOS”.
Según propone el artículo -basado en la inscripción epigráfica de una estela funeraria hallada recientemente cerca de Santaella y datada a principios del siglo primero de nuestra Era- la fecha fundacional de nuestra ciudad no fue, como creíamos hasta ahora, el año 14 a.C., sino una década antes. La cuestión es que esta estela sitúa a un tal Valerius Maxumus, de la tribu Papiria, en una de las legiones que Octaviano licenció en el 25 a.C.; hecho éste que dio lugar –como solía ocurrir, a fin de ubicar a los veteranos- a la fundación de las dos únicas colonias en Hispania adscritas a esta tribu Papiria: la de Mérida y la de Astigi que, por tanto, habrían sido fundadas casi a la par, entre los años 24 y 22 a.C.
Sea verdad o no, ya se pondrán de acuerdo los arqueólogos, porque uno sabe de estas cosas lo justito para ir tirando y no se atreve a meterse en más profundidades. El caso es que este hecho, me remitió de inmediato a otro parecido, pero completamente distinto: los datos epigráficos de dos inscripciones reseñadas -¡hace cuatrocientos años ya!- por el jesuita Martín de Roa en su libro “Écija, sus santos y su antigüedad eclesiástica y seglar” y de las que Vicente Durán Recio hace referencia en su libro “La Batalla de Munda”, para avalar su hipótesis sobre la ubicación en nuestro Término Municipal de la célebre contienda entre César y los hijos de Pompeyo. Por desgracia, dichas epigrafías desaparecieron con el tiempo y, aunque fueran descritas por Martín de Roa –quizá el primer historiador serio sobre nuestra Historia-, como materialmente no existen, pueden resultar cuestionables.
Sólo lo escrito que queda escrito, es lo que –tras su análisis objetivo- puede arrojarnos luz sobre un hecho acontecido. Después, dependiendo de si lo que ocurrió fue algo bueno o malo para la Comunidad, podremos celebrarlo o aprender de los errores para evitar repetirlos. Pero lo realmente importante, es lo que llega hasta nosotros, lo que realmente conocemos.
Pensemos en las barbaridades patrimoniales que está cometiendo el Estado Islámico, con el único argumento de un fanatismo que prohíbe la idolatría. Recapacitemos sobre qué hubiera ocurrido si, con ese mismo fanatismo, pero en nombre de la justicia y la democracia, alguien hubiera arrasado los templos de Abu Simbel, Karnak o Abidos, para borrar la memoria de un tirano que, no sólo aplastó pueblos enteros, como los de los hititas o los sirios, sino que llegó a creerse y a gobernar como un dios. Ahora, con seguridad, no sabríamos nada de Ramsés II, ni de sus progenitores, ni de sus sucesores, ni de sus casi setenta años de reinado.
Fue por esto que, cuando a finales del pasado siglo, nuestro Ayuntamiento se empeñó en retirar una placa que daba testimonio de que Franco nos había visitado en febrero de 1963, tras las graves inundaciones que se habían sufrido por entonces, los andalucistas defendimos su permanencia. No es que aprobáramos la dictadura, ni que fuéramos franquistas: es que sabíamos que la conservación de aquella placa no resucitaría a Franco, pero su destrucción sí podría sepultar parte de nuestra memoria. ¿Hasta qué punto actuaciones similares, movidas por el fanatismo, el odio, la inquina o el agravio, no dejan de ser gestos de pura necedad?
Confieso que hay políticos que admiro, pero otros me preocupan e, incluso hay algunos, que me espantan. Son los que no sólo no construyen nada, sino que destruyen lo construido; y lo peor es que sus actos o los mueve la mala leche o son fruto de la ignorancia más supina (como esos que retiraron, “por franquistas”, los rótulos de las calles dedicadas a héroes de la Guerra de la Independencia o de la Contienda de Cuba, o esos otros –con Carmena a la cabeza- que se lo han retirado, también “por franquista” a uno de los industriales metalúrgicos más importantes de Madrid, Francisco Iglesias Angelina que, tras favorecer con su industria al Barrio de Vallecas, murió en los años veinte del pasado siglo, antes de proclamarse la II República; o, por citar a un personaje de mayor enjundia, a Muñoz Seca por la misma razón, cuando realmente a Don Pedro, Franco ni le fue ni le vino ya que, apresado en Barcelona antes de que Franco fuera nombrado generalísimo en Burgos, fue asesinado en Paracuellos del Jarama un mes después, por monárquico y católico)… ¡En fin!, un verdadero desatino.
Aunque también se me ocurre que todo esto no deja de ser una pura ironía, ya que los españoles cada vez tenemos menos motivo para guardar esta puñetera Memoria, que lo único que hace es recordarnos que somos como somos y somos lo que somos porque así lo queremos… ya que es culpa nuestras –y sólo nuestra- que nuestro presente, nuestro futuro y hasta nuestro pasado, en una desmesurada e indeseable proporción, estén en manos de ladrones, inútiles, imbéciles o ignorantes.
Nos la damos muy de modernos y seguimos utilizando la ‘damnatio memoriae’ de los romanos, o sea la condena del recuerdo. Algo que se sustenta en la idea pre-lógica de que lo que es verdad no se puede olvidar, y si se olvida es que no era verdad. Existe, de hecho, un viejo apotegma castellano que nos advierte que la cosa es así: “¿Qué te iba yo a decir que mentira no era?”, o sea que no se me podía haber olvidado. Algo que remonta muy atrás, cuando los primitivos griegos denominaban a lo verdadero con la palabra ‘alethés’, compuesta de un privativo (‘a’) y el sustantivo ‘lethe’, olvido. O sea es verdadero lo que no se olvida. La verdad es la ‘aletheia’, lo inolvidable. Por eso, si algo se quiere que deje de ser verdad hay que procurar que se olvide toda memoria del hecho, y lo mejor es, para ello, destruir aquello que lo recuerda. Pura magia potajia, más antigua que el andar hacia delante, que no se deja de emplear por muy progre que uno se considera. Y lo peor es que, encima, funciona. La sinrazón siempre termina superando a la razón.
EStimado Maestro: como siempre, ¡chapeau!…
Completamente de acuerdo contigo. Pero es que al problema que señalas, la propia ignorancia con la que conduce la inquina, logra arrastra consigo mayores despropósitos, pues muchas veces no se tienen en cuenta la enorme diferencia que puede haber en la consideración de esos rótulos: los de las calles o las plazas, por ejemplo, no dejan de ser homenajes que debieran estar vetados a cualquier asesino o delincuente, dol color que fuere; sin embargo, hay muchos casos de rotulaciones de monumentos que recuerdan hechos concretos (por ejemplo el de la inauguración por Mussolini de la Estación Termini de Roma) e incluso, a veces, lo que tiene de irónico la barbarie inhumana (como el terrible “Arbeit macht frei” de Auswitch y otros campos del exterminio nazi)… Rotulaciones, lápidas, que no homenajean a nadie y que, de por sí, no son sino testigos irrefutables de lo bueno y lo malo de los hombres y de nuestra Historia.
Magnifico artículo el suyo, D. Francisco. A través de ejemplos y de historia, plantea un tema de actualidad como es la supresión de nombres de colaboradores o cómplices del franquismo. Desconozco si en la lista publicada por el Ayuntamiento de Madrid, hay alguna incorrección o error, pero desde luego que si lo hubiera, en absoluto desmerece el resto de los relacionados; nombres con un pasado terrible como el General Yague, el carnicero de Badajoz (hay sobrada bibliografia del personaje) o Millan Astray el de abajo la inteligencia, viva la muerte, voceado a Unamuno en el Paraninfo de Alcala de Henares. No creo que a los descendientes de los represaliados por estos personajes les resulte agradable pasear por estas calles.
Sin pretender dar lecciones(Usted es una persona inteligente y ni yo osaría darlas ni usted las necesita) creo que no debemos unirnos al coro mediático que machaconamente nos están confundiendo con que quitar una placa es tanto como borrar la historia. Y no es cierto: Una placa o el nombre de una calle es homenajear al nombrado. O pretender que nuestras autoridades incumplan la Ley, o la ignoren.
Por cierto, creo que al aludido Francisco Iglesias(Brage) si que se unió a los rebeldes en el 36 aunque hay quien dice que no estuvo en la matanza de los huidos de Malaga.
¿Se imagina en Roma,una calle que se llamara El Duce? Eso si sería una necedad, además de un delito.
Estoy con usted en que basta de odio, inquina y agravios y mas Historia.
Un saludo desde Granada.
Estimado amigo JUBILADO:
Ante todo, Feliz Año Nuevo tenga usted y magníficos reyes.
Respecto a lo demás, le agradezco sus letras y los inmerecidos elogios con los que las envuelve; pero, sobre todo, me alegro de que esté de acuerdo con el fondo de mi artículo.
En cuanto a lo que apunta sobre la calidad de los rótulos, permítame remitirme a la respuesta al comentario que hice a mi muy entrañable Maestro, Luis Candelas. Supongo que será cuestión de criterios, A mi entender un rótulo puede tener multitud de objetivos y, por tanto, multitud de razones para mantenerlos o suprimirlos. La Historia que conocemos está escrita en rótulos y, gracias a ellos, sabemos de lo bueno y de lo malo que hemos pasado. Por otro lado, todos sabemos quienes escriben los rótulos y que, por tanto, lo justo es aguardar la perspectiva del tiempo, que nos enseña sobre la objetividad con la que debemos leerlos; ya que, todos ellos, se escriben con la intensidad que dicta la inmediatez de lo visceral que, normalmente, resulta exagerada o injusta. Quizás, por eso, en esto de los rótulos, tantas barbaridades se cometieron en su día y tantas barbaridades se cometen ahora.
Más, como le tengo tanto aprecio, permítame explicarme lo mejor posible. Hace referencia usted, al ejemplo de mi comentario. La calle a la que Carmena ha retirado el rótulo no es la de Francisco Iglesias Brage sino la de Don Francisco Iglesias Angelina. Aparte de que el primero nunca ha tenido una calle en Madrid, la calle se la rotularon al segundo en 1929… y si yo lo sé, digo yo que también deberían saberlo los responsables municipales de la estulticia.
Pues, como este caso, hay otros verdaderamente patéticos, como la retirada a un Instituto jienense del nombre “19 de julio” por franquista, cuando todo el mundo sabe que la fecha franquista es la del 18 de julio; siendo también de público conocimiento, que el 19 de julio lo que se conmemora es la Batalla de Bailén.
Pero lo peor es que la cosa no queda ahí. Además, a estas barbaridades hemos de añadir la retirada –injusta y arbitraria, a mi entender- de rótulos a personajes que, a pesar de sus ideas franquistas (cada cual puede tener las que quiera), fueron magníficos escritores, artistas o intelectuales y no asesinos, como los que cité en mi artículo o la infinidad que podríamos añadir y que han sufrido o están sufriendo la ignorancia del agravio visceral (Pemán, Panero, Foxá, Rosales, Eugenio D’Ors, Manuel Machado, Sotomayor, Carande,…),
Amigo JUBILADO, creo que esta historia tiene demasiadas aristas para haberla dejado en manos de tantos manazas.
Un saludo muy, muy cordial y que los reyes magos se porten bien…
Gracias por su elaborada respuesta. Está claro que ya tengo mis Reyes con sus amenos artículos.
Pero usted hace alusión a las torpezas cometidas con algunos de los nombres absurdamente suprimidos, y en cambio no menciona usted a ninguno de los que por sus crímenes hace décadas que deberían haber sido suprimidos, no de la memoria colectiva, sino de calles, plazas u otra forma de homenaje. Mas que nada por cerrar ya de una vez y de forma justa, humanitaria y hasta cristiana uno de los temas mas horrorosos que han empañado nuestra historia mas reciente.
Un saludo, y animo con sus artículos.
Amigo JUBILADO, no quisiera que quedara en el aire la duda de mi condena explícita a cualquier tipo de asesino, por eso ahora especifico que, cuando le remitía en mi respuesta anterior, a la que le había dado a mi Maestro Luis Candelas me refería, entre otras cosas, a la siguiente afirmación: “…muchas veces no se tienen en cuenta la enorme diferencia que puede haber en la consideración de esos rótulos: los de las calles o las plazas, por ejemplo, no dejan de ser homenajes que debieran estar vetados a cualquier asesino o delincuente, dol color que fuere…”
Procuro siempre la objetividad y, para mí, los asesinos no tienen colores: yo los meto a todos en el mismo saco (blancos, verdes, amarillos, azules o rojos) y así simplifico la lista.
Felicísima noche de Reyes (que usted se merece un potosí, nada más que por lo que nos aporta y por lo que me aguanta…)