Écija – El Portal Temático Cultural

Es muy muy difícil asimilar que a Juana Rivas la hayan condenado a cinco años de prisión. Que la priven de la patria potestad de sus hijos otros seis. Es una sentencia durísima.

Puede que quepa considerar su conducta como típica, que es como en el argot técnico-jurídico se califica aquella que encaja en el tipo penal de referencia. Pero para que se consume el ilícito penal no basta con que los hechos concuerden con la letra de la norma: es preciso, entre otras cosas, que la conducta sea además antijurídica. Es decir, que sea contraria al ordenamiento jurídico genéricamente entendido y no sólo a la norma en cuestión. No parece que, atendido el contexto en el que se produjeron los hechos enjuiciados y que todos conocemos -sobre el ex marido de Juana Rivas pesa una condena firme por violencia de género-, la actitud de Juana pueda considerarse antijurídica, o por lo menos, no en grado tal que la haga merecedora de una condena tan severa. No da la impresión de que el bien jurídico protegido, el ejercicio de los derechos y el cumplimiento de los deberes familiares, resulte conculcado o que lo sea de forma tan grave si se pondera el citado contexto de violencia de género, susceptible per se de poner en riesgo dichos bienes y derechos.

Sin embargo, la sentencia, lejos de valorar estas circunstancias, de apreciarlas siquiera como alguna eximente incompleta, como atenuantes, las minimiza con unos argumentos realmente rebuscados, e incluso va más lejos, porque parece querer extender sus efectos no sólo sobre la persona juzgada sino sobre toda una corriente de pensamiento. La sentencia contiene reprimendas también hacia las personas que se solidarizaron con la causa de Rivas y las que la habrían asesorado, con la intención no disimulada de lanzar una advertencia a todo el colectivo feminista, al cual le habría venido a decir algo así como: “por ese camino, no, señoras”. Algo que en este juez no sería de extrañar, vistos sus antecedentes, como su oposición a la Ley contra la violencia de género, o una sentencia de hace casi veinte años, cuando ejercía en Almuñécar, que jalonó de frases misóginas y machistas y que mi amiga Ana Luna ha tenido el detalle de traer a esta red social hace un rato (ahí dejo yo también la correspondiente información). Se llama patriarcado.

Digo pues por todo esto que es difícil asimilar esta condena. Lo es en considerada en sí misma, atendidas las singularidades del caso, pero lo es sobre todo cuando se la pone en relación con la dispar resolución que otros casos de actualidad están teniendo. Como bien ha recordado Miguel Ángel Vázquez Bermúdez, un famoso futbolista puede eludir la cárcel pagando una cuantiosa multa después de defraudar un montón de dinero a la Hacienda de todos (acabo de verle en la tele protagonizando un spot publicitario; si es que somos la hostia en verso). Con una condena de cinco años, aunque no sea firme, Juana Rivas puede entrar en prisión. Chocante. Prisión de la que actualmente se están librando los condenados por la sentencia de la Manada, incluido aquel de ellos que acudió a una comisaría para renovar su pasaporte, sin la menor intención de salir del país, claro está. Faltaría más.

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