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EL MISTERIOSO ASESINATO DE DON LUCAS DE GÁLVEZ Y MONTES DE OCA DE ÉCIJA, por Julio Amer/Sipse

EL MISTERIOSO ASESINATO DE DON LUCAS DE GÁLVEZ Y MONTES DE OCA DE ÉCIJA, por Julio Amer/Sipse
enero 27
09:00 2014

MÉRIDA, Yuc.- La noche del viernes 22 de junio de 1792, hace 220 años, la entonces apacible, solariega y romántica ciudad de Mérida despertó abruptamente a causa del insistente tañido de la campana mayor de la Santa Iglesia Catedral, que se oía en forma grave y angustiosa. Y enseguida se escuchó el estampido de un cañón desde la ciudadela de San Benito.

La combinación de sonidos -campana y cañón- no podía presagiar más que unhecho trágico, una noticia funesta.

Sí, redobles y cañonazos anunciaban la inesperada muerte del entonces Gobernador, Intendente y Capitán General  de la Provincia de Yucatán, el Excelentísimo Señor Brigadier de los Reales Ejércitos y Capitán de Navío don Lucas de Gálvez y Montes de Oca, Caballero de la Orden de Calatrava y Comendador de Báyaga y Algarga. Tenía 53 años al dejar este mundo.

El mandatario cargado de títulos, algunos nobiliarios y otros militares, acababa de ser asesinado.

Una gran conmoción agitó a la pacífica capital yucateca. Y es que don Lucas de Gálvez era un personaje querido por toda la sociedad, además de gozar de buena salud, de ahí que la noticia de su muerte sacudió hasta el más profundo de los cimientos de la urbe. Nadie se resignaba a dar crédito a la fatal nueva.

Con timidez se empezaron a entreabrir postigos, ventanas y puertas de las oscuras callejuelas de la ciudad, las cuales permanecían herméticamente cerradas desde el toque de queda, a partir de las 9 de la noche, y por lo general no volvían a franquearse sino hasta la salida del astro rey, escuchándose solamente la voz del sereno que, acompañado de su quinqué o farol alimentado con aceite de higuerilla, que daba una tenue luz, anunciaba cada hora el tiempo en su paso por los empedrados caminos.

Pero rompiendo esa costumbre, no pocos meridanos cambiaron sus batones de dormir por ropas de vestir y sus cómodas pantuflas por apretados tacones para salir con paso presuroso hacia la Plaza de Armas (hoy llamada Plaza Grande). Al llegar la gente, como reguero de pólvora cundió la noticia del fallecimiento del señor De Gálvez.

El chismorreo y conjeturas no se hicieron esperar y, entre los curiosos venidos del barrio de San Juan y otros del entonces “lejano” suburbio de San Sebastián, corrió la versión de que a pocos minutos de acontecer el hecho trágico se escuchó el galopar agitado de un caballo, por lo que fue relacionado con el atentado perpetrado poco antes.

Pero la gran interrogante era el porqué del asesinato de tan popular y querido caballero. ¿Quién había osado segar la vida de un hombre que se preocupó tanto por el progreso de Yucatán?

Entonces surgió la única explicación lógica del artero crimen: Habría sido por cuestiones amorosas, por lío de faldas, ya que don Lucas era un auténtico “calavera”, un “don Juan” con toda la barba.

LA LLEGADA

lucas-de-galvez2Pero para conocer al personaje que en este escrito nos atañe, habrá que iniciar desde su llegada a Yucatán, tres años antes, cuando tomó posesión como Gobernador y Capitán General de la Provincia, el 4 de junio de 1789, luego de desembarcar en el puerto de Campeche, procedente de la Península Ibérica. José Merino y Ceballos, su antecesor, debió ausentarse de Yucatán en 1788 para atender un citatorio del Consejo de Indias, razón por la cual don Lucas de Gálvez entró en funciones aun antes de lo que su nombramiento señalaba. Recibió, además, el grado de Brigadier en 1791.

Don Lucas, nacido en Écija, provincia de Sevilla, en 1739, era un hombre culto, y como prestó al rey Carlos III “El Político” valiosos servicios, incluso en la Marina de Guerra, se ganó el puesto para ser gobernante de alguna provincia importante en el Nuevo Mundo, siendo ésta la de Yucatán.

Era de trato caballeroso y charla amena y sustanciosa, ya que, como dijimos, era bastante estudiado. Todos le buscaban plática, porque conversar con él era divertido, pues con sus historias y aventuras hacía a sus oyentes transportarse a los lugares por donde don Lucas había estado en sus tiempos en la milicia.

Físicamente era bien parecido, un hombre maduro de una gallardía que hacía “flaquear las piernas” a las solteras de entonces, y a una que otra casada, por lo que se granjeó gran simpatía entre el bello sexo, mas no así ante buen número de maridos celosos.

Como gobernante, se le puede considerar entre los mejores que tuvo Yucatán en los tiempos bajo el dominio español. Era de gran espíritu progresista, muy trabajador, pero también muy exigente con la gente que tenía bajo su mando, pues era de carácter enérgico y mano de hierro. No daba cabida a corruptelas, ni a errores.

En su corto periodo como Gobernador (1789-1792) mandó a construir varios importantes caminos vecinales, como los que comunicaban a Izamal, Ticul y Chocholá, y mejoró la vía a Campeche.

También embelleció la Alameda y mandó colocar luminarias de gas en las principales calles de la ciudad y en los parques de Santa Lucía, San Juan, La Ermita, San Sebastián, Santiago, Santa Ana, San Cristóbal y La Mejorada. Asimismo, hizo construir algunos mercados. Impulsó la actividad industrial en la provincia. Introdujo tecnología y equipo.

También puso en operación un hospital para leprosos en Campeche y un hospicio para huérfanos y menesterosos en Mérida. Fue, sin duda, un emprendedor preocupado por los aspectos sociales de la producción, el trabajo, la salud y la seguridad pública en la región.

En cuanto a su política, buscando acabar con la tensión que existía entre blancos y autóctonos tras la sangrienta rebelión de Jacinto Canek en Cisteil (1761), 30 años antes, cortó abusos de los encomenderos, regidores y frailes, e incluso se enemistó con el Obispo fray Luis Tomás Esteban de Piña y Mazo.

Pero a todo lo anterior, entonces, ¿por qué lo mataron?, se preguntaba la gente.

Es que don Lucas, aunque era casado, como ya apuntamos, era un mujeriego empedernido y sus andanzas amorosas eran de todos conocidas, y hasta festejadas. Sus francachelas (“reventones” se diría hoy) eran el escándalo de entonces.

Pero un día se topó con un galán de iguales “artes”, el apuesto mozo don Toribio del Mazo, unos veintitantos años más joven que don Lucas, quien ya rebasaba la media centuria de calendarios. El nuevo “casanova”, llegado de la Madre Patria, era nada menos que sobrino del Obispo fray Luis Tomás Esteban de Piña y Mazo, que como ya apuntamos, no era muy apreciado por don Lucas.

Al principio, el par de “donjuanescos” personajes  hicieron buena amistad. Eran, como se dice, “uña y carne” en cuestiones de faldas, pero como suele suceder, surgió, tenía que surgir, la rivalidad cuando se interpuso entre ambos “irresistibles conquistadores” la bella figura de una dama.

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1 Comentarios

  1. Paco Fernández-Pro
    Paco Fernández-Pro enero 28, 14:32

    Estimado Señor:
    Muchísimas gracias por su artículo, que nos rescata a un paisano ilustrado, muy desconocido en nuestra tierra… y, además, se preocupa de hacerlo con un estilo narrativo tan descriptivo y sugerente.
    Como bien apunta en su artículo, la segunda mitad del siglo XVIII, bajo el reinado del Carlos III, el Rey de la Ilustración, fue una época donde muchos gestores públicos trabajaron mucho y bien por el bien común.
    Más no sólo fueron españoles de la Península los que aportaron en América su trabajo y su buen hacer, sino también muchos españoles de entonces, nacidos en ultramar, los que vinieron a servir mucho y bien a los de la Península (para no ir tan lejos, por estas latitudes fue fundamental el trabajo realizado por el limeño Pablo Antonio José de Olavide y Jáuregui, verdadero padre de las Nuevas Poblaciones de Andalucía, entre ellas, nuestras poblaciones hermanas de La Luisiana, La Carlota, Cañada del Rosal,…)
    Muchísimas gracias y, como siempre es bueno saber más, ojalá pueda seguir aportándonos nuevos datos, con su estilo ágil y preciso.
    Un saludo muy cordial.

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