COSAS DEL PUEBLO por Francisco J. Fernández-Pro
A la buena gente que conocí y, por supuesto,
a mi muy venerada Doña María de López…
Durante los años noventa del pasado siglo, tuve la ocasión de trabajar en el Centro de Salud de un pueblecito cercano a Écija. Un pueblito como cualquier otro de Andalucía, pero que poseía una peculiaridad que, aún repitiéndose en todos los demás, allí –por su genialidad endémica- se hacía especialmente singular: la gran afición que tenía su gente a colocarle mote a todo lo que se mueve o permanece quieto. Por eso, antes que nada, quiero dar fe de la certeza de todo lo que ahora continúa… o, al menos, certeza de que me lo contaron.
En el pueblo vivía un hombre sesentañero, bajito y que, por ser calvo regordete -todo redondo- y colorado, vinieron a ponerle “Garbancito”.
“Garbancito” era el propietario y único trabajador de la emisora de FM y, aparte de sus labores como locutor y pinchadiscos, necesitaba moverse para cubrir noticias y realizar las gestiones de comercial (contratar y cobrar los anuncios que sostenían la emisora); y, como el hombre andaba con muchos achaques y pocas pesetas , se le ocurrió comprarse de saldo un viejo Seat 600 de enésima mano y color rojo-pichichi.
El primer día que la gente vio a Garbancito dentro de aquel cochecito… el seilla pasó a llamarse la “Olla Express”.
En el pueblo, había dos barrenderos. Uno algo lelo, al que llamaban “El Espabilao” y otro que –creo que por salido- apodaban “El Chocho”.
El Ayuntamiento, queriendo modernizar su servicio de limpieza, compró una máquina barrendera con dos cepillos en la parte delantera, que iban limpiando las calles a medida que pasaba. Por su mayor capacidad, se eligió al Chocho para conducir el nuevo portento.
El primer día que salió a la calle, El Chocho tomó el volante y, con unas mínimas instrucciones, puso en movimiento aquel invento. “El Espabilao” iba detrás gruñendo y barriendo lo que la máquina no limpiaba, que prácticamente era todo porque, como El Chocho tenía tan poca pericia con el artilugio, se iba dejando atrás toda la mierda que había que barrer.
Cuando iban por la calle principal de esta guisa, dos madrugadores de los que solían desayunar en el Casino y que vieron pasar al Chocho todo alterado y al Espabilao con un cabreo de mil demonios, se miraron y, viendo lo que aquello arrastraba, les faltó tiempo para bautizar a la máquina. Le pusieron “El Chocho sucio”.
Un día quise advertir de esta peculiaridad del pueblo a un colega recién llegado para sustituir unas vacaciones de verano. Lo malo es que lo hice ante el mostrador de recepción, donde algunos pacientes pedían número para las consultas; y, por tanto, los testigos no sólo pudieron escucharme a mí advirtiendo al nuevo compañero del peligro que corría de ser rebautizado con cualquier extravagancia, sino también a él cuando, sonriendo seguro de sí mismo -como médico recién licenciado que se come el Mundo-, me aseguró con cierto desdén:
- ¡Bueno!… Ya sabes, Paco: estas son las cosas de los pueblos. Todo será cuestión de prevenir y no darle confianza a la gente.
Tres horas después llegó un vejete pidiendo número para el “Don Prevenío”.
Con el Pueblo no hay quien pueda.
Maestro, éstas letras son de las mías…arte el de los pueblos.
Saludos,allende los mares gaditas.
Salud
Mi venerada Señora:
Muchísimas gracias.
Saludos desde esta serranía malagueña.
Hasta se me han saltado las lagrimas de la risa, y es que esto es la vida misma bien contada, jajaja.
Gracias, queroda Amiga…