Écija – El Portal Temático Cultural

Fco. Fernández-Pro

Aunque parezca machista, confieso públicamente que me gustan las diferencias entre los hombres y las mujeres. Más aún: me encantan; y, si me aprietan un poquito, incluso les diría que no comprendo por qué puñetas hay mujeres que se empeñan en equipararse a los hombres en todos los aspectos.

Personalmente, me parece mentira que, siendo ambos miembros de una misma especie, en el reparto de dones, la mujer haya salido tan bien parada. Supongo que será porque -como me decía no sé quién-, Dios esperó a crear a la mujer y antes experimentó con lo que tenía más a mano.

Sólo una cosa abomino de la condición femenina: la puñetera cruz que las condena a sufrir enfermedades específicas, como el cáncer de mama, en una tierra como la nuestra, donde rige un engendro, tan sin alma (populista, arribista, hipócrita y manipulador), como es la Junta de Andalucía.

Hace sólo unos artículos, escribía sobre la heroicidad de los equipos sanitarios que, en los ambulatorios y en los hospitales, combaten esta lacra. Los verdaderos ángeles de la guarda de tantas mujeres que padecen esta terrible enfermedad, con visos casi de plaga. Hoy –que he conocido otra nueva realidad del asunto- tengo que reflexionar (y confieso que lo hago bien jodido) sobre otro de los aspectos del largo proceso que supone el calvario de estas mujeres: el de su rehabilitación física y psicológica.

La pregunta para mi reflexión es bien sencilla: ¿cómo es posible que, viviendo en una sociedad gobernada por quien tanto nos predica la igualdad y la justicia social, una mujer mastectomizada se las vea y se las desee para adquirir un sujetador postquirúrgico, porque cuesta más de cien euros y no lo pasa el seguro?

Nuestra sanidad depende del Servicio Andaluz de Salud. Con las competencias, heredamos también las correspondientes dotaciones económicas y responsabilidades presupuestarias. Es, por tanto, la Junta de Andalucía quien distribuye el dinero que nos llega del Estado para Sanidad y lo hace según sus propios criterios.

Sé que la economía anda mal en todas partes y que el horno no está para bollos; pero, precisamente por eso, nuestros gobernantes tienen el deber de conocer las necesidades de los ciudadanos y priorizar con justicia. Sus gestiones, por tanto, han de convertirse en un deber de sabiduría; aunque, por lo que se ve, eso es como pedirle peras al olmo, ya que, por desgracia –como también escribí en otro de mis artículos-, hay poca sabiduría en tanto burro que se engancha al carro, necesitado de pesebre.

Creo que mejor será que deje de escribir, porque hoy me enteré de esta injusticia y estoy demasiado indignado para seguir haciéndolo con la suficiente objetividad para la reflexión. Pero antes –y aunque parezca machista y grosero-permítanme el desahogo de cagarme en todas estas sabandijas que malgastan nuestros presupuestos y le niegan el pan y la sal a tantas mujeres, que tanto son y que tanto valen; porque, para mí (y les aseguro que no es nada sexista, ni machista, ni ningún “ista” que se les ocurra), no hay nada más hermoso, ni más valioso, ni más bendito, que los pechos sagrados de una mujer.

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