Editorial de Ciberecija
Con esta crónica de Juan Francisco
Peón, de forma simbólica, queremos agradecer desde
estas páginas de Ciberecija, la gran información
que nos llegan de paises sudamericanos, donde conquistadores,
gobernadores, religiosos ecijanos dejaron su vida en el nuevo
mundo. La intención de este portal temático es
ir dando a conocer a sus lectores toda esta información
que vamos ordenando y que nos hacen llegar desde los más
recónditos lugares, prueba de que Écija, a través
de este trampolín de Portal en Internet, es visitada
por muchísima gente. Igualmente, como es tan extensa,
se está preparando una publicación en la que se
dará a conocer todos estos paisanos nuestros de antaño.
Gracias de corazón a todos.
Écija, lugar de históricos acontecimientos, fue
la primera ciudad española que defendió el misterio
de la Purísima Concepción de María, por
lo que el rey Felipe IV (1605-1665), le concedió el Título
de “Constante, Leal y Fidelísima”.
Decíamos que Écija es cuna de notables personajes.
Tierra de Aguilares, allí nacieron: Jerónimo de
Aguilar, el famoso náufrago, quien, junto con Gonzalo
Guerrero, padre del mestizaje, fue el primero en arribar a tierras
orientales yucatecas hacia 1512; el capitán Juan de Aguilar,
compañero de Montejo en la conquista de Yucatán
y cofundador de Valladolid, Yucatán, en 1543.
Rafael de Aguilar, fundador de Nueva Écija, Filipinas;
Fray Francisco Ximénez, ilustre dominico del siglo XVII,
quien en Guatemala tradujo al español el Popol Vuh, escrito
en lengua indígena Quiché; y el ya mentado don
Lucas de Gálvez. Otro ilustre hijo de Écija fue
el literato del Siglo de Oro Luis Vélez de Guevara, autor
de “El Diablo Cojuelo”.
De la misma ciudad fueron también los celebérrimos
y peliculescos “7 Niños de Écija”,
esos feroces bandoleros de las sierras de Córdoba y Sevilla,
que en los albores del siglo XIX asolaron la región,
convirtiéndose luego, según la leyenda, en “7
niños buenos”.
Écija, cuyo nombre se acentúa en la “E”
inicial, tiene una agradable plaza mayor o del Ayuntamiento,
con arboleda y fuente central. Una grata alameda que transcurre
junto al río Genil y su viejo puente de piedra, otorga
solaz y frescura a los ecijanos, que también son llamados
astigitanos, en recuerdo de aquella antigua metrópoli
grecorromana.
Sus iglesias —no menos de siete— son impresionantes,
destacando la Parroquial de la Santa Cruz, con torres de vivos
azulejos y, en su interior, la imagen de la Virgen del Valle,
patrona de Écija; y la de San Gil, cuya torre es una
de las más llamativas de la ciudad. Entre los palacios
ecijanos descuella el renacentista del Marqués de Peñaflor,
hoy convertido en museo.
Famosas son también las artesanías de cerámicas
y azulejos esmaltados de brillantes colores, propios de Écija,
que se exhiben y venden en atractivos comercios del ramo.
A última hora, la casualidad me reservaba una sorpresa
cuando tomaba un breve descanso en la banca de una plazuela:
la casa de don Lucas de Gálvez, frente a mis propias
narices y ante la cual había pasado varias veces, sin
saberlo. Un amable señor de avanzada edad es quien me
ha dado la valiosa información: “Ésa es”,
me dijo señalándola.
“Vivo en la casa de enfrente, y desde niños siempre
supimos que allí nació ese famoso gobernador que
asesinaron en América hace mucho tiempo. Hace años
que está abandonada y pronto será derruida, pues
amenaza desplome total”...
Me impresiona la severidad de esa casona, cuya fachada todavía
conserva su gran portón claveteado y algunas ventanas
salientes con barrotes de hierro, parecidas a las de Mérida.
Una grieta en la carcomida madera de la puerta me permite vislumbrar
su ruinoso, pero grandioso interior: un patio andaluz con fuente
y corredores destechados, invadidos por malezas trepadoras y
madreselvas silvestres que sirven de refugio a búhos
y murciélagos. Una altísima palmera se yergue
entre los escombros del patio. Hago un esfuerzo de imaginación
y me parece oír en medio de esa caótica penumbra,
el eco de la voz de don Lucas...
Debo apresurarme para no perder el autobús que sale
para Sevilla. El sol ha salido y me permite admirar, aunque
brevemente, el verdadero paisaje de la vieja Astygi envuelta
en su maravillosa luminosidad. No en vano, la urbe es también
llamada “Preclara Écija y ciudad del Sol”,
lema que figura en su escudo de armas, ornado precisamente con
el esplendoroso Astro Rey.
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