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En la primavera de 1391, el Arcediano de Écija, don Ferrant Martínez, exhortaba a los sevillanos en contra de la raza judía

Foto: Arcediano Juan Bautista Francés de Urrutigoiti y Lerma, (1596-1658)
(Fotografía perteneciente a la web: www.valpuesta.org)

 

La matanza de la judería sevillana (1391)

No puede dejar de relatarse en una enumeración de sucesos históricos de Sevilla, el dramático episodio de la matanza de la Judería sevillana en el año 1391, Los datos de este trágico suceso figuran en la Historia de España de don Modesto Lafuente, en la Historia de la Ciudad de Sevilla de Joaquín Guichot, y en otros textos de indiscutible veracidad, y de nada sospechosa integridad moral. Quiero aclarar esto, puntualizando bien que no se trata de una página de la leyenda negra antiespañola, sino de un hecho cierto, comprobado, y relatado por serios y veraces historiadores, incluso sacerdotes.

Los hechos ocurrieron así: En la primavera de 1391, el Arcediano de Écija, don Fernando Martínez (Ferrant Martínez), comenzó a recorrer la ciudad de Sevilla, arengando y exhortando a los sevillanos en contra de la raza judía. En aquella época vivían en Sevilla, sin mayores dificultades en su convivencia, judíos, moriscos y cristianos, de modo semejante a como hoy viven las tres razas y las tres religiones en Ceuta o en Melilla, o como vivieron hasta hace poco tiempo bajo el Protectorado español en Marruecos.

Desde la conquista de Sevilla por San Fernando, la autoridad de los reyes había velado por respetar y hacer respetar los derechos de las minorías hebrea y musulmana, dejándoles el libre culto de sus religiones respectivas, en una mezquita sita en la Plaza de San Pedro actual y las tres sinagogas, la una en lo que ahora es solar de la Plaza de Santa Cruz, otra en lo que ahora es iglesia de Santa María la Blanca, y otra en el actual templo de San Bartolomé. Tanto San Fernando, como don Alfonso el Sabio y sus sucesores habían impedido que a los moriscos y judíos se les hiciera ninguna fuerza ni perjuicio. Ocurrió, pues, que don Fernando Martínez, llevó sus predicaciones mucho más allá de lo que la prudencia aconsejaba, soliviantando los ánimos populares contra los judíos, so color de un acendrado fervor religioso.

En el mes de marzo estalló al fin el odio sembrado por el Arcediano de Écija, promoviéndose un motín popular, en el que la plebe, siempre dispuesta a toda clase de excesos, entró por el barrio de la Judería, saqueando las tiendas, y maltratando a los moradores. Al saber la noticia de lo que estaba ocurriendo, acudieron inmediatamente con alguaciles don Álvar Pérez de Guzmán, que ocupaba el cargo de Alguacil Mayor de la Ciudad, y los alcaldes mayores Rui Pérez de Esquivel y Fernando Arias de Cuadros, prendieron a algunos alborotadores y desmandados, dos de los cuales fueron condenados a azotes.

Sin embargo el Arcediano de Écija no cejó en sus predicaciones contra los judíos, antes las exacerbó más, y el pueblo excitado nuevamente se entró por el barrio judío saqueando las tiendas y apaleando e hiriendo a los hebreos. La asonada fue de tales proporciones que el Alguacil Mayor don Álvar Pérez de Guzmán, no encontrándose con fuerzas bastantes de alguaciles para reprimir el alboroto solicitó el concurso de toda la nobleza, que acudió al barrio con numerosos lacayos armados, escuderos, y algunos hombres de armas, y a duras penas se pudo reprimir el alboroto popular, teniendo incluso el Alguacil Mayor que ofrecer el perdón de los que habían sido condenados a azotes en el motín anterior. Pero esta impunidad alentó al populacho, que enardecido con nuevas palabras del Arcediano de Écija, el día 6 de junio a los gritos de a muerte los judíos, entraron nuevamente en el ya saqueado barrio. Esta vez el populacho no se detuvo en saquear sino que con cuchillos, dagas, y herramientas se dieron a buscar a los judíos persiguiéndoles como a fieras por las estrechas calles de la Judería1.

Este barrio judío solamente tenía dos puertas, una en Mateos Gago, y otra, la Puerta de la Carne, al campo. Por ambas puertas, a la vez, se precipitó el populacho, para impedir la huida de los míseros hebreos. Hombres, mujeres y niños fueron degollados sin piedad, en las calles, en sus propias casas, y en las sinagogas. La matanza duró un día entero y pereció la enorme cifra de cuatro mil criaturas.

Los pocos supervivientes, que lo fueron aquellos que de los alborotos de días anteriores huyeron fuera de Sevilla, al conocer la terrible noticia, acudieron a la Regencia en demanda de protección y de garantías, dada la terrible situación.

No pudo la Regencia dar muchas seguridades, ya que en aquellos tiempos en que el rey tenía once años de edad, la autoridad andaba fragmentada en varias manos, y difícilmente era respetada. Precisamente por esta falta de gobierno había sucedido todo aquello.

Pasado algún tiempo, y no sin recelo volvieron algunas familias judías a Sevilla, reconstruyendo sus tiendas y sus casas. Sin embargo, jamás volvió a haber ya un barrio judío. De las tres sinagogas, dos fueron expropiadas, y convertidas, la una en parroquia de Santa María de las Nieves -vulgarmente llamada la Blanca-, y otra en parroquia de Santa Cruz, pero no la actual, sino que estuvo en el terreno que hoy ocupa la Plaza de Santa Cruz.

Pasados algunos años, cuando Enrique III alcanzó la mayoría de edad para reinar, uno de sus primeros actos de gobierno fue procesar y encarcelar al Arcediano de Écija don Fernando Martínez, quien con sus imprudentes predicaciones había desencadenado la inhumana persecución y matanza de los judíos de la judería sevillana en 1391. El cronista Gil González Dávila escribe estas severas palabras: El rey castigó así al Arcediano, porque ninguno con apariencia de piedad no entienda levantar al Pueblo.

Asimismo impuso el rey una crecidísima multa al vecindario de Sevilla y a su Ayuntamiento, tan elevada que no fue posible pagarla de contado, y durante más de diez años estuvo el municipio de Sevilla abonando cantidades de oro, para pagar la pena impuesta por la destrucción de la Judería, según vemos en las cuentas del Libro del Mayorazgo en el archivo municipal. Los judíos de Sevilla no volvieron a reponerse de aquel exterminio. La Judería, que había llegado a contar más de cinco mil vecinos, quedó reducida a unas docenas, que con dificultad pudieron componer el número suficiente para organizar una sinagoga, siendo ésta la que hoy está convertida en iglesia parroquial de San Bartolomé, construida después de aquella matanza. La decadencia de la Judería fue tal que a fines del siglo XV no había prácticamente judíos en Sevilla, por lo cual el decreto de expulsión de los judíos dictado por los Reyes Católicos en 1492 fue notado en todas las ciudades del reino, menos en Sevilla, de donde no se expulsó prácticamente a nadie, puesto que no había ya judíos en nuestra ciudad.

NOTAS

1.- En aquel entonces la Judería comprendía los actuales barrios de Santa Cruz, Santa María la Blanca y San Bartolomé, y estaba separado del resto de la ciudad por un muro, casi muralla, que bajaba desde el comienzo de la calle Conde Ibarra, pasando por la Plaza de las Mercedarias, hasta la muralla de la ciudad. Así el barrio judío quedaba encerrado, por un lado, por el muro del Alcázar, callejón del Agua arriba. Por otro lado, por ese muro de la calle Conde Ibarra; por abajo por la muralla de la ciudad que iba bordeando la Puerta de Carmona, Puerta de la Carne, a enlazar con el Alcázar. Y por arriba otro muro desde Santa Marta al Alcázar y por Mateos Gago a Conde de Ibarra.

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"Tradiciones y leyendas Sevillanas" José María de Mena. Plaza & Janes Editores

DICCIONARIO DE LA REAL ACADEMIA

arcediano.
(Del lat. archidiaconus, y este del gr. ).
1. m. Dignidad en las iglesias catedrales.
2. m. En lo antiguo, el primero o principal de los diáconos.
3. m. Juez ordinario que ejercía jurisdicción delegada de la episcopal en determinado territorio, y que más tarde pasó a formar parte del cabildo catedral.

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Información:Artículo Recogido de Internet (27/04/2005)