La matanza de la judería
sevillana (1391)
No puede dejar de relatarse en una enumeración de sucesos
históricos de Sevilla, el dramático episodio de
la matanza de la Judería sevillana en el año 1391,
Los datos de este trágico suceso figuran en la Historia
de España de don Modesto Lafuente, en la Historia de
la Ciudad de Sevilla de Joaquín Guichot, y en otros textos
de indiscutible veracidad, y de nada sospechosa integridad moral.
Quiero aclarar esto, puntualizando bien que no se trata de una
página de la leyenda negra antiespañola, sino
de un hecho cierto, comprobado, y relatado por serios y veraces
historiadores, incluso sacerdotes.
Los hechos ocurrieron así: En la primavera de 1391,
el Arcediano de Écija, don Fernando Martínez (Ferrant
Martínez), comenzó a recorrer la ciudad de Sevilla,
arengando y exhortando a los sevillanos en contra de la raza
judía. En aquella época vivían en Sevilla,
sin mayores dificultades en su convivencia, judíos, moriscos
y cristianos, de modo semejante a como hoy viven las tres razas
y las tres religiones en Ceuta o en Melilla, o como vivieron
hasta hace poco tiempo bajo el Protectorado español en
Marruecos.
Desde la conquista de Sevilla por San Fernando, la autoridad
de los reyes había velado por respetar y hacer respetar
los derechos de las minorías hebrea y musulmana, dejándoles
el libre culto de sus religiones respectivas, en una mezquita
sita en la Plaza de San Pedro actual y las tres sinagogas, la
una en lo que ahora es solar de la Plaza de Santa Cruz, otra
en lo que ahora es iglesia de Santa María la Blanca,
y otra en el actual templo de San Bartolomé. Tanto San
Fernando, como don Alfonso el Sabio y sus sucesores habían
impedido que a los moriscos y judíos se les hiciera ninguna
fuerza ni perjuicio. Ocurrió, pues, que don Fernando
Martínez, llevó sus predicaciones mucho más
allá de lo que la prudencia aconsejaba, soliviantando
los ánimos populares contra los judíos, so color
de un acendrado fervor religioso.
En el mes de marzo estalló al fin el odio sembrado por
el Arcediano de Écija, promoviéndose un motín
popular, en el que la plebe, siempre dispuesta a toda clase
de excesos, entró por el barrio de la Judería,
saqueando las tiendas, y maltratando a los moradores. Al saber
la noticia de lo que estaba ocurriendo, acudieron inmediatamente
con alguaciles don Álvar Pérez de Guzmán,
que ocupaba el cargo de Alguacil Mayor de la Ciudad, y los alcaldes
mayores Rui Pérez de Esquivel y Fernando Arias de Cuadros,
prendieron a algunos alborotadores y desmandados, dos de los
cuales fueron condenados a azotes.
Sin embargo el Arcediano de Écija no cejó en
sus predicaciones contra los judíos, antes las exacerbó
más, y el pueblo excitado nuevamente se entró
por el barrio judío saqueando las tiendas y apaleando
e hiriendo a los hebreos. La asonada fue de tales proporciones
que el Alguacil Mayor don Álvar Pérez de Guzmán,
no encontrándose con fuerzas bastantes de alguaciles
para reprimir el alboroto solicitó el concurso de toda
la nobleza, que acudió al barrio con numerosos lacayos
armados, escuderos, y algunos hombres de armas, y a duras penas
se pudo reprimir el alboroto popular, teniendo incluso el Alguacil
Mayor que ofrecer el perdón de los que habían
sido condenados a azotes en el motín anterior. Pero esta
impunidad alentó al populacho, que enardecido con nuevas
palabras del Arcediano de Écija, el día 6 de junio
a los gritos de a muerte los judíos, entraron nuevamente
en el ya saqueado barrio. Esta vez el populacho no se detuvo
en saquear sino que con cuchillos, dagas, y herramientas se
dieron a buscar a los judíos persiguiéndoles como
a fieras por las estrechas calles de la Judería1.
Este barrio judío solamente tenía dos puertas,
una en Mateos Gago, y otra, la Puerta de la Carne, al campo.
Por ambas puertas, a la vez, se precipitó el populacho,
para impedir la huida de los míseros hebreos. Hombres,
mujeres y niños fueron degollados sin piedad, en las
calles, en sus propias casas, y en las sinagogas. La matanza
duró un día entero y pereció la enorme
cifra de cuatro mil criaturas.
Los pocos supervivientes, que lo fueron aquellos que de los
alborotos de días anteriores huyeron fuera de Sevilla,
al conocer la terrible noticia, acudieron a la Regencia en demanda
de protección y de garantías, dada la terrible
situación.
No pudo la Regencia dar muchas seguridades, ya que en aquellos
tiempos en que el rey tenía once años de edad,
la autoridad andaba fragmentada en varias manos, y difícilmente
era respetada. Precisamente por esta falta de gobierno había
sucedido todo aquello.
Pasado algún tiempo, y no sin recelo volvieron algunas
familias judías a Sevilla, reconstruyendo sus tiendas
y sus casas. Sin embargo, jamás volvió a haber
ya un barrio judío. De las tres sinagogas, dos fueron
expropiadas, y convertidas, la una en parroquia de Santa María
de las Nieves -vulgarmente llamada la Blanca-, y otra en parroquia
de Santa Cruz, pero no la actual, sino que estuvo en el terreno
que hoy ocupa la Plaza de Santa Cruz.
Pasados algunos años, cuando Enrique III alcanzó
la mayoría de edad para reinar, uno de sus primeros actos
de gobierno fue procesar y encarcelar al Arcediano de Écija
don Fernando Martínez, quien con sus imprudentes predicaciones
había desencadenado la inhumana persecución y
matanza de los judíos de la judería sevillana
en 1391. El cronista Gil González Dávila escribe
estas severas palabras: El rey castigó así al
Arcediano, porque ninguno con apariencia de piedad no entienda
levantar al Pueblo.
Asimismo impuso el rey una crecidísima multa al vecindario
de Sevilla y a su Ayuntamiento, tan elevada que no fue posible
pagarla de contado, y durante más de diez años
estuvo el municipio de Sevilla abonando cantidades de oro, para
pagar la pena impuesta por la destrucción de la Judería,
según vemos en las cuentas del Libro del Mayorazgo en
el archivo municipal. Los judíos de Sevilla no volvieron
a reponerse de aquel exterminio. La Judería, que había
llegado a contar más de cinco mil vecinos, quedó
reducida a unas docenas, que con dificultad pudieron componer
el número suficiente para organizar una sinagoga, siendo
ésta la que hoy está convertida en iglesia parroquial
de San Bartolomé, construida después de aquella
matanza. La decadencia de la Judería fue tal que a fines
del siglo XV no había prácticamente judíos
en Sevilla, por lo cual el decreto de expulsión de los
judíos dictado por los Reyes Católicos en 1492
fue notado en todas las ciudades del reino, menos en Sevilla,
de donde no se expulsó prácticamente a nadie,
puesto que no había ya judíos en nuestra ciudad.
NOTAS
1.- En aquel entonces la Judería comprendía los
actuales barrios de Santa Cruz, Santa María la Blanca
y San Bartolomé, y estaba separado del resto de la ciudad
por un muro, casi muralla, que bajaba desde el comienzo de la
calle Conde Ibarra, pasando por la Plaza de las Mercedarias,
hasta la muralla de la ciudad. Así el barrio judío
quedaba encerrado, por un lado, por el muro del Alcázar,
callejón del Agua arriba. Por otro lado, por ese muro
de la calle Conde Ibarra; por abajo por la muralla de la ciudad
que iba bordeando la Puerta de Carmona, Puerta de la Carne,
a enlazar con el Alcázar. Y por arriba otro muro desde
Santa Marta al Alcázar y por Mateos Gago a Conde de Ibarra.
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"Tradiciones y leyendas Sevillanas" José María
de Mena. Plaza & Janes Editores
DICCIONARIO DE LA REAL ACADEMIA
arcediano.
(Del lat. archidiaconus, y este del gr. ).
1. m. Dignidad en las iglesias catedrales.
2. m. En lo antiguo, el primero o principal de los diáconos.
3. m. Juez ordinario que ejercía jurisdicción
delegada de la episcopal en determinado territorio, y que más
tarde pasó a formar parte del cabildo catedral.
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