REGRESANDO SOBRE LA HISPANIDAD por Francisco J. Fernández-Pro
Hace una década escribí un artículo refiriéndome a la Hispanidad. Fue a raíz de una conversación que mantuve con el magnífico poeta y periodista Sergio Gustavo Rabadá. Hablamos sobre la Identidad hispana y la estupidez de las exclusiones culturales porque, a pesar de que mi amigo es argentino -tan americano como un mapuche-, y yo me consideré durante muchos años, un nacionalista andaluz convencido -desde la ilusión mínima de algunas pizcas de antiguos tartésicos, hasta los refinados omeyas en la sangre-, los dos coincidíamos en la visión clara de una Cultura común integradora, en la que todos los pueblos trabajasen por conservar sus riquezas particulares, aprendiendo -a la vez- de los errores de la Historia para no volver a repetirlos. A fin de cuentas, resulta absurdo -por un rencor estúpido de siglos diferidos- vivir en la discordia y, mucho más, hacerlo en y para la exclusión, cuando este Mundo nuestro -cada vez más globalizado-, está más necesitado de esa globalización.
Hay que tener clara una cosa: la Historia no tiene marcha atrás. Lo que ocurrió hace siglos marcó la vida de nuestros Pueblos y de todos nosotros, pero cuando nos definió, nos regaló mucho para compartir y el idioma español, por ejemplo, es uno de nuestros mayores regalos y, con él, el respeto con el que se estudiaron y difundieron las lenguas nativas del Nuevo Mundo.
El pasado español en América nos legó a escritores defensores de la cultura prehispánica a través del castellano, como José María Arguedas -gracias al cual rescatamos las letras de las hayllis y harauis quechuas-, a las canciones yaravíes de Mariano Melgar; o gente tan dispar –y admirable- como Miguel Ángel Asturias y García Márquez, Borges, Pablo Neruda, Mario Moreno, Facundo Cabral, Atahualpa Yupanqui, Jorge Cafrune, Carlos Gardel, Frida Karo, Celia Cruz,…
Posteriormente, a lo largo de estos años, llegado el mes de octubre, siempre me apetecía regresar sobre este asunto de la Hispanidad, que tantas ampollas levanta en la gente de piel fina y sesera contraída. Siempre me amparo en que la Historia es la Historia y los datos siempre acaban saliendo a la luz para dar o restar razones. Datos como la enorme diferencia entre los porcentajes actuales de población nativa o mestiza en la América Hispana respecto a la anglosajona (hace bien Biden pidiendo perdón), el número de colegios y universidades durante siglos, las leyes promulgadas, los hechos conocidos, los restos arqueológicos,… Sobre este asunto, siempre me resultó curioso que la Leyenda Negra Española surgiera, precisamente, del informe que Isabel de Castilla ordenó a Fray Bartolomé de las Casas para conocer el trato que se les estaba dando a sus nuevos súbditos y vasallos, con la intención de salvaguardar todos los derechos de los indígenas del Nuevo Mundo, la Nueva Castilla, a los que ella siempre quiso defender, consideró iguales a sus vasallos y, como a tales, legó sus derechos en su propio testamento… ¡Qué arte tuvieron los anglosajones a la hora de manipular aquel informe y vendérselo a los nativos y a medio mundo, a la vez que arrasaron con todos esos derechos! Repito: hace muy bien el Presidente Estadounidense pidiendo perdón, pero que no lo haga en nombre de España, sino en el de todos sus antepasados. El problema es que ahora -cuando ya todo se sabe, gracias a las fuentes de la Historia-, esa Leyenda Negra, quienes se empeñan en mantenerla, son -junto a toda esta caterva de políticos interesados- algunos españoles antitodo, a los que les faltan letras y neuronas.
Hace sólo un año, volviendo a la carga, recordé a uno de los grandes investigadores sobre la Hispanidad, Joseph Pérez, que arrojó luz sobre el verdadero papel que tuvieron los conquistadores respecto a las distintas lenguas y el tipo de relación que mantuvieron con los pueblos conquistados, así como el fin evangelizador que los movía.
Creo que este año, cuando hasta el Papa se manifestó, deberíamos hacer memoria sobre este asunto:
El primer gramatólogo del Nuevo Mundo fue Fray Andrés de Olmos, con su libro los “Siete sermones principales sobre los siete pecados capitales”, escrito en tres lenguas indígenas (y, en este punto, no olvidemos que el ecijano Xerónimo de Aguilar fue el primer predicador en la lengua nativa del Nuevo Mundo
La primera gramática náhuatl fue escrita en 1531 y Andrés de Olmos publicó la suya en 1547, con el título de “Arte de la lengua mexicana”. El franciscano Gilberti, codificó la lengua tarasca o purépecha y en 1559 publica el “Vocabulario en lengua de Mechoacán” y fray Alonso de Molina su “Vocabulario de la lengua castellana y mexicana” (primer repertorio bidireccional entre una lengua indoamericana y la castellana).
Domingo de Santo Tomás O.P., en 1560, publica la primera Lingüística quechúa, con el título “Grammatica o arte de la lengua general de los indios de los reynos del Perú”, donde aclara -literalmente- que los aborígenes peruanos poseían una “lengua de civilización”, es decir, que puesto que la complejidad de la lengua es comparable a otras lenguas consideradas entonces como cultas (como el latín o el griego), los indígenas tenían la misma capacidad intelectual que los europeos.
Desde el principio de la Conquista, tanto la lengua nahuatl como el quechua, fueron reconocidas oficialmente por Castilla, cuya Monarquía manifestó su decisión de crear otras Españas en las nuevas tierras, tanto jurídica, administrativa como culturalmente, hasta el punto de llegar a construir -en los primeros trescientos años de ocupación y a lo largo de toda Hispanoamérica- hasta 30 universidades, en las que podían estudiar, indistintamente, españoles, nativos y mestizos, mientras que, por el contrario, anglosajones, portugueses y franceses, no construyeron una sola (lo dicho: hace bien Biden en pedir perdón… en nombre propio)
Recuerdo una vez más (porque me parece un personaje de mayor conocimiento, calado y enjundia que todos los descerebrados que han hablado y que hablan sobre el asunto) las afirmaciones que, en 1995 realizara el mejicano Octavio Paz, Premio Nobel de Literatura: “No todo fue horror: Sobre las ruinas del mundo precolombino los españoles levantaron una construcción histórica grandiosa que, en sus grandes trazos, todavía está en pie. Unieron a muchos pueblos que hablaban lenguas diferentes, adoraban dioses distintos, guerreaban entre ellos o se desconocían. Los unieron a través de leyes e instituciones jurídicas y políticas pero, sobre todo, por la lengua, la cultura y la religión. Sí las pérdidas fueron enormes, las ganancias han sido inmensas. Para juzgar con equidad la obra de los españoles en México hay que subrayar que sin ellos ―quiero decir: sin la religión católica y la cultura que implantaron en nuestro país― no seríamos lo que somos. Seríamos, probablemente, un conjunto de pueblos divididos por creencias, lenguas y culturas distintas.”
Abandonemos, pues, los complejos y construyamos juntos. Rindamos el homenaje que se merece a lo que fue una gesta de dimensiones inauditas, que cambió el Mundo para siempre y, de paso, procuremos que nuestros hermanos americanos se sientan y nos sientan, realmente, como hermanos.
Hoy es el Día de la Hispanidad, de parte de esa Humanidad, a la que llamamos España e Hispanoamérica, unida por un idioma único y riquísimo, gracias a todas las aportaciones particulares de las distintas culturas que lo integran… Yo me quedo con todo esto y, desde mi Andalucía (que también fue Tartessos y la Bética y Al-Andalus), os felicito a todos con la esperanza de poder mantener mi particular identidad, el deseo de esta unidad necesaria y con estas palabras que todos entendemos.
Feliz Día de la Hispanidad.
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