POST 33: PEQUEÑA SERENATA DEL MUNDO por Jesús Armesto
Llueve ante tanta indecisión colectiva. Sobre tanto miedo no digerido. Sobre las pianolas que Papa Noel trajo a los niños. Sobre las ondas electromagnéticas, los gorriones jóvenes, los olivos. Llueve sobre las calles en obras desnudas de adoquines, sobre sus plásticos amarillos. Sobre la espalda de los eucaliptos. Sobre la desidia de los semáforos. Sobre el infinito de los enamorados.
Y bajo este monólogo del agua, se resguarda el fuego en las pupilas, donde algunos advenedizos traen cuidadosos instantes que rescataron de las grandes palabras. Supervivientes de la espesa sombra de la certeza, compartiendo ese inconcreto lugar, aunque abovedado, sentados en albedrío, a salvo momentáneamente de la tentación de acumular, con pocos propósitos escritos, salvo quizás uno latente, que no va más allá de una imagen algo infantil en la que puede leerse: amar es recordarle al otro que es infinito.
Tercer acto: la contradicción.
Una certeza para anular las certezas. Una afirmación para negar el resto de afirmaciones. He girado el tono y el punto de vista, para ascender con levedad un escalón. Somos los humanos unas máquinas de fabricar certezas, instantes sólidos para estar a salvo, como si extrajéramos fotogramas aislados de una película siempre en movimiento. A salvo del pavor de la esencia misma de la naturaleza (y el arte): panta rei: todo muta, todo evoluciona, se transforma, avanza y muere, y siempre muere, para nacer de nuevo.
Y ahí abajo, como granos microscópicos, nosotros, nuestra pequeña especie, dotados de amor y mirada, de temblor, capaces de susurrar, de detenernos de repente, creando la ilusión sólida de que el agua también lo es. Acumulando conocimientos para sobrellevar las infinitas metamorfosis, nuestras innumerables y diarias muertes. Somos adorables, y por ello merecíamos la música, el frío de los bosques, y los sueños. Para soñar con el sol bajo la lluvia.
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