PAPELES VIEJOS por Manuel Martín Martín. “Dios se encarna en los flamencos”
(El escritor y articulista ecijano pondera el villancico y rol de las familias gitanas ante la Navidad, una hermandad blanca con gentes de color moreno)
Mientras quienes creen que el solsticio de invierno ahoga el sentido místico de estas fiestas, los flamencos de Andalucía no olvidan que el festejado es el Niño Jesús, lo que explica que renueven sus creencias cantando y bailando a la Navidad, esto es, al nacimiento del Hijo de Dios.
Pero como la fe no se demuestra ni tampoco se discute si la creencia tiene sentido o no, estos artistas no buscan la promesa de salvación de ningún pecado original, sino la renovación de un pacto de convivencia, cultivan la fiesta sin más objetivo que dar sentido a la fraternidad y no le cantan a Santa Claus porque los flamencos no utilizan la Coca-cola más que para rebajar el güisqui.
La Pascua nace, pues, en el corazón de los flamencos y la solemnizan entrelazando los villancicos con los tangos y las bulerías con los tanguillos, hasta armar así un árbol de Navidad en el que cuelgan ritmos llenos de esperanza y alegría y con la temática más variada, desde el trayecto entre Nazaret y Belén a las vicisitudes en el establo o las labores cotidianas de San José y María, sin olvidar la oveja, el burro, el buey, la adoración de los pastores y hasta la Epifanía o el anuncio de la Pasión y Muerte de Cristo.
Y al pie de ese árbol, letras cargadas de inocencia, amor y comprensión, guiños asociados a la paz, a la armonía y a acciones muy concretas de felicidad, con lo que la población flamenca conforma una hermandad blanca con gentes de color moreno, tal que los gitanos de Jerez, que desde el Niño Gloria y La Paquera, o las zambombas surgidas en los ochenta del pasado siglo, vienen dejando un aura de colores por bulerías que aún deslumbra en la memoria popular.
El brillo majestuoso también está en Cádiz, que evoca momentos vividos en el barrio de Santa María, y el resplandor de las composiciones de los Mellizos, el ángel de los Espeleta y los Antúnez, familias gitanas que lo mismo hicieron que los cantes y bailes se recibieran como aleluya de ramitas de muérdago, que remataban con coronas de adviento la lozanía de los ulteriores Manolo Vargas, Pericón o Chano.
Y así desde el pesebre a la cruz, esto es, desde el principio de la vida hasta llegar a la muerte por mor de unos villancicos que, mientras hacen de cada melodía la más brillante estrella, nos van dejando a todos el corazón con las puertas abiertas de par en par no sólo para disfrutar de la Navidad eterna, sino para dejar entrar la luz del misterio del Nacimiento, una forma muy cabal de encarnación de Dios en la fiesta flamenca.
Querido Manuel, ¡que bien lo has dicho!…
Está claro que todo el mundo tiene corazón, pero que hay quien sabe echarlo por la boca (llámese Flamenco o sea el que los ama, como tú…)
Un abrazo grande.
Gracias, querido Paco. Hay todo un mundo por descubrir en quienes hicieron de la necesidad una explosión de sones y ritmos para la felicidad ajena.
Un fuerte abrazo