PAPELES VIEJOS por Manuel Martín Martín. “Jaime, por la Puerta Grande”
(El articulista ecijano desempolva la columna que dedicó a Jaime Ostos en EL PERIÓDICO DE ÉCIJA el 23/03/2003)
“El último toro que mate será en el homenaje a Bartolo”. Es la frase que mayor impacto emocional me ha producido en las últimas fechas, sobre todo en días en los que los dos poderes -fácticos y fétidos-de la ciudad ya esculpen, con el innoble material del engaño, monumentos que sólo rendirán honores a la demagogia y la calumnia.
La pronunció Jaime Ostos cuando se le preguntaba por su homenaje, y fue en Onda Genil TV, en ‘Las tardes de Carmen’, un programa que apuraba el invierno cuando anunciaba la primavera, y que me parece mucho más enriquecedor que los que suben la ‘share’ con ese tenue olor a carroña que tanto entusiasma.
A Jaime le dedicaron ayer sábado un festival pro-monumento a fin de recaudar fondos para levantarle una estatua que hará otro artista ecijano de arte mayor, Rafael Armenta, el poeta de la escultura. Ya era hora de que lo obvio se hiciera evidente, porque rotulamos espacios urbanos hasta con nombres de los comediantes simulados que no tuvieron más relación con Écija que la que reportó al ego del político de turno.
Uno respira aliviado al tener por paisano a Jaime Ostos, el hombre al que hace cuarenta años dieron por muerto en Tarazona, donde llegaron a darle la extremaunción, y el ecijano que ha sacado de la faltriquera una sublime lección de compañerismo.
El último toro de su vida, al amigo en el recuerdo, a Bartolo… Uf, ¡qué escalofrío! No sé el día ni la hora, pero hablando de Jaime será en la Catedral de la Bravura, de cuyos misterios supimos por otro artista de arte, Antonio Siria. Allí estarán los buscadores de la enjundia, los registradores del estremecimiento, los exploradores de duendes improbables y las gentes del parar, mandar y templar, los de la Peña Pepe Luis Vargas, que no quieren que la historia se apague como un lento atardecer porque son coleccionistas de aquellos sentimientos que ya no tienen memoria.
En ese día, a Écija la imagino hecha un torbellino de colores. Se pondrá por montera las palmas del agradecimiento, y hará el paseíllo por esas calles borrachas de cal que confluyen en la única plaza que en lugar de bancos tiene burladeros, y que le dicen la de Pinichi porque de ella sólo se puede salir por el callejón del silencio o por la puerta de la gloria.
A Jaime lo veo en el tendido de Sol, con las gentes llanas de mi pueblo. Está asistido por Rabanillo, torero de los que ya no existen, y frente a él, el cinqueño de la ganadería de la Sangre, marcado con el tridente del espeluzno, como los tres puñales de la Dolorosa de Jueves Santo.
Uno, dos,…hasta cien pases. Y Bartolo, junto a aquel Pulga siempre al quite de la ocurrencia, batiendo palmas a compás en las balconadas del cielo. Su amigo Jaime ha hecho de Écija la cuna del toreo, y no porque el ruedo fuera una vuelta a los orígenes, sino porque ha mecido la cuna de la gratitud mientras arrullaba la nana de la lealtad en la oreja de la eternidad.
Querido Manuel:
Como casi siempre, completamente de acuerdo contigo… Y para que nadie piense en que esta connivencia -o coincidencia- nuestra, se debe a otra cosa que a pensamientos parecidos,te transcribo -literalmente- un artículo que escribí por aquel mismo tiempo de éstos, tus PAPELES VIEJOS… Ahí va:
“El Monumento
Las injusticias de las intrahistorias nacen del maridaje entre las circunstancias particulares de cada momento y la mala follá, que decimos en el Sur.
Durante las décadas posteriores a la Guerra Incívica, esa “mala follá” (ostentosa y cruel en el vencedor, disimulada y contenida en el vencido, reconcentrada en todas partes) impregnaba el ambiente de esta ciudad en la que la gente seguía tirando de la vida, porque la de esta tierra –con su resignación de siglos- siempre fue gente heroica, por mucho que algunos digan. Llegada la de los años cincuenta, dos chavales ecijanos, Bartolo y Jaime –Jaime y Bartolo-, entre sueños de triunfos y pesadillas de pitones, recorrieron los ruedos de toda España dejando en ellos jirones de vida regalada y, de paso, escribiendo el nombre de Écija con letras grandes en este difícil arte de Cúchares en el que conviven –y deben convivir en armonía- cosas tan dispares como la sangre, la caló, las moscas y el albero.
Pero, por un lado, la mala follá incontenible de los “señoritos” y los “no-señoritos”, de los “unos” y de los “otros”, que andaban buscando excusas en los mitos cotidianos para seguir jodiéndose y, por otro, alguna que otra mala follá inconfesable que andaba oculta por Santa María entre oscuras historias de íntimos despechos, no dejaron vivir nunca en paz ni a Jaime ni a Bartolo. El primero, que tánto amó siempre sus raices, un mal día tuvo que sacudirse el rastro de Pinichi porque en su corazón grande de león ya no le cabían más humillaciones. Bartolo, por su parte (y lo sé porque me lo dijo), lamentó toda su vida aquella terrible rivalidad que tánto le dolía en su alma enorme de hombre bueno. Los dos sufrieron esta injusticia como un estigma indeleble y vital que nunca los abandonó y que parece que sigue condenándolos eternamente.
Si no mala follá, sí desgraciada e inoportuna ocurrencia ha sido la de promover un solo monumento en este pueblo para uno de lo dos, justo a los tres cuartos de hora de que el otro nos dejara; porque Bartolo se ha muerto y yo no entiendo el silencio de mi gente.
Ahora que tan baratos se venden los títulos y los honores, no podemos olvidarnos de Bartolo y de Jaime –de Jaime y de Bartolo-, porque ellos sí que los pagaron caros en su día y están pendientes de cobro desde hace tiempo.
Que tome buena nota el Ayuntamiento y los organizadores del evento. Monumento sí, pero para los dos (¡qué hermoso sería para todos los ecijanos verlos juntos por fín –y ya para siempre- en un interminable paseillo de piedra, bronce, mármol y cariño, por las puertas de Pinichi!); y para los dos el nombramiento de Hijos Predilectos de Écija (que si el de Bartolo es póstumo lo agradecerá doblemente desde la Gloria, porque así no tendrá la obligación de dirigirse a los presentes).
Ahora, que no hay razones para la mala follá y las circunstancias del momento son tan distintas, actuemos sabiamente ante la historia y desagraviemos a los que supieron escribirla con su sangre: a los dos por igual porque, para nuestro Pueblo, Jaime y Bartolo –Bartolo y Jaime- son la misma Historia.”
Un abrazo inmenso, querido Amigo.
Conocía ese artículo, querido Paco. Y es lo que se diría en el argot tauromáquico “una ayudado por bajo”.
Un fuerte abrazo, enhorabuena por predicar la igualdad y propugnar la erradicación de la ‘mala follá’, tan dañina por esos pagos, y felicitarnos porque la distancia entre Écija y Sevilla la reduce nuestro común, Juan Palomo, con Ciberecija, el ágora que sitúa a Écija en el mapa de la palabra.