PAPELES VIEJOS por Manuel Martín Martín. “Cuestión de amor a la tierra”
Es el hombre impulso de la vida cultural, aunque no figure en ningún comité asesor de los que sólo sirven para dar palos al agua. No tiene amistad con la desidia porque asumió el papel de enemigo de los vacíos históricos, y aparece como paradigma de acopio de una documentación visual que, sin vacilaciones, está siempre a la espera de ser ocupada por nuestros garantes culturales.
La indolencia que nuestras instituciones muestran por lo público, no lo arredran. Antes bien, le estimulan para trabajar a destajo cual jornalero sin más estipendio que la satisfacción de saberse una garantía de las sucesivas civilizaciones operantes en el suelo ecijano, de ahí que sea un ejemplo de reflexión importante como punto de referencia para abordar problemas que afectan al interés cultural.
Tampoco se relaja ante los imponderables, y siempre da la cara cuando la devastación cobra tintes dramáticos. Es, por demás, infatigable en el trabajo de enlazar los componentes culturales del medio físico, y no escatima esfuerzos para ganarle terreno al patrimonio, invadiendo sus zonas limítrofes y penetrando en sus áreas más alejadas.
Desde joven hizo manifestación pública de lealtad y acatamiento al legado histórico, y sus vivencias respondieron a la fantasía propia de unos sueños que ahora, gracias a las hermanas Bersabé, se han hecho realidad: poner al servicio de Écija el instrumento que sacie lo inevitable de nuestras lagunas históricas, una guía en la que el ojo de nuestro protagonista capta la monumentalidad de cada unidad urbana allí donde su entorno es más inagotable.
Pero esta ruta de la mirada huye del carácter erudito, y, más allá del soporte profundo de las proporciones, ha sido trazada con imágenes desde el apego por nuestras más ancestrales tradiciones y por el lenguaje interior de la vida pétrea, por ese ideal de amor a la perfección donde lo romano y renacentista, o lo barroco y neoclásico, se enturbian en el tiempo y el espacio.
Es la identificación por la simbiosis entre la arquitectura y su uso en esta ciudad santuario, por la creatividad de nuestro pueblo afirmada más visiblemente durante el barroco de finales del siglo XVII y la mayor parte del XVIII, donde se trabaja con maestría el ladrillo en un juego mágico de competencia con la azulejería y con la yesería en interiores, la que le ha llevado a un enajenamiento por el pretérito, en cuya divulgación y defensa halla su realización como hombre.
Este freno a los impulsos incontrolados, vibra, igualmente, con la arquitectura popular, con la que hace uso reiterado de la cal y las cubiertas de teja árabe, lo que explica que sea el centinela de una ciudad a la que ama tanto como a su propia vida, un ser autodidacta pero irreconciliable con el desamparo de ese patrimonio que tanto le enorgullece difundir. No sé lo que pensará el lector, pero creo que para Écija es una honra contar con hijos como Juan Méndez Varo.
(El autor pondera al ecijanista Juan Méndez Varo. Y lo hace con este artículo publicado en EL PERIÓDICO DE ÉCIJA el 09/08/2003)
Doy fe, querido Amigo Manuel… Lo suscribo punto por punto y palabra por palabra.