Écija – El Portal Temático Cultural

Manuel Martín

El que Écija no ocupe más que puntualmente hagiografías menores que ni tan siquiera rozan tangencialmente su importancia histórica, o el que no figure en la bibliografía flamenca como núcleo de autenticidad de este hecho diferencial andaluz, no resta ni un ápice de méritos a la acción resplandeciente de la Ciudad del Sol, por más que su indolencia le siga impidiendo venderse más allá de sus fronteras.

Con todo, el hecho de que de un total de casi cuatro mil artistas censados en Andalucía a lo largo de los dos siglos de vida flamenca que nos contemplan, el 27 por ciento de ellos vieran sus propuestas reconocidas en el crisol de Écija, en tanto que el 9 por ciento son ecijanos, no la merman en la tarea de difundir este capital andaluz.    Antes bien, la engrandece y universaliza, ya que Écija posibilitó el espacio idóneo para que las nuevas generaciones pudieran tenerla en el centro de su interés y contribuir a la popularización de este género artístico tan complejo.

En tal sentido, allá por 1979, pocos meses después de su arranque, cuando la primavera estaba en su sazón, fue Curro Torres (Écija, 1917-1993), quien dio un considerable impulso a la difusión del flamenco desde la asociación, promoviendo la I Noche de los Cantes por Bulerías en el Palacio de Peñaflor.

Aquella cita posibilitó adentrarnos en lo que se consideraba como “la primera piedra de toque de los flamencos”, un cante de origen jerezano pero que, merced a El Barbero, Paco el Clavero o Agujetas, a más de otros artistas locales, abrían sus melodías a las más variadas direcciones, ya que a la vuelta de cualquier esquina encontramos en años sucesivos a personajes no profesionales capaces de hacernos enloquecer conjugando la solemnidad con la vivacidad y buscando la sorpresa con la fluidez del juego rítmico, simplificando al máximo su esquema, acentuando la espesura de sus movimientos de cintura para arriba y poniendo especial énfasis en la marca silenciosa de los pies.

También constatábamos cómo el baile por bulería, para merecer tal denominación, tenía que ser capaz -¿te acuerdas Valle Torres?-, de poner más allá de la razón la magia de lo indefinible, de lo maravilloso, y formular en un palmo de terreno ese extraño quiebro de elegancia y gitanería que se resiste a la descripción del más agudo de los teóricos.

Cuatro ediciones de disfrute por mor de Curro Torres de los Reyes, un gitano de respeto siempre tocado de su gorra, pañuelo anudado al cuello, el puro entre los dientes y bastón en ristre, pero también el hombre que sintió y gozó de un enorme respeto fuera de su Écija natal y que hasta su muerte fue un impulsor de lo jondo y un lector y escritor voraz que mantuvo la independencia y las leyes de su etnia y que desafió a sus detractores, a los que prestaba consejos que convenía a los intereses del arte gitano.

También Curro, que en lo personal fue más que un amigo, dirigió El Arte Flamenco en Écija, jornadas que se celebraron del 25 al 28 de mayo de 1988 y cuyo pretexto fue la “iniciación al conocimiento del Arte Flamenco como homenaje a la insigne cantaora La Gilica”, forjadora de dos estilos de soleares y a la que entonces se consideraba ecijana, por más que, andando el tiempo, descubrimos que en realidad se llamó María del Carmen de los Reyes Torres y que nació en Marchena, a las seis de la tarde del 9 de diciembre de 1866.

Sea como fuere, pido licencia ahora al lector para reflexionar ahora en primera persona, ya que durante el curso escolar 1985-86, tuve el honor de dirigir las I Jornadas de Acercamiento al Flamenco, ciclo de conferencias y recitales que, a lo largo de dos ediciones, ofrecimos a todos los escolares de Écija, con los especialistas más versados a nivel nacional y aplicando una metodología didáctica muy singular, incluso diría que pionera en España, en las que se aportaron perspectivas distintas pero enriquecedoras y complementarias del arte flamenco, en sus modalidades de cante, toque y baile.

Por aquel tiempo, mis muchos años ya de profesional en el ejercicio de la crítica y el entregar todo mi tiempo a que el arte de mis mayores resultara contemporáneo en todo su esfuerzo creador y su grandeza, me llevaron al convencimiento de que el mejor modo de disciplinar a las nuevas generaciones andaluzas hacia una toma de conciencia de la importancia de nuestra música autóctona, era insertar el Flamenco en el ámbito escolar.

Justo es significar, en consecuencia, que, al igual que Curro Torres, sólo encontré apoyo en la Asociación Amigos de la Ciudad de Écija, colectivo que, a más de luchar contra la especulación, el expolio y el atropello, apostó por nuestras ideas, al par de darnos todas las facilidades e infraestructuras para que las peculiaridades técnicas, estéticas y éticas del flamenco pudieran ser colocadas en su justo ámbito valorativo y en su exacta valoración cultural.

Y precisamente en base a esa divulgación, el tiempo viene ahora a darnos la razón. El flamenco tiene que ser una afirmación constante de lo andaluz y ha de encontrar en sí mismo su propia significación y su confirmación. Para ello se necesita, obviamente, un alto grado de conciencia política y de honestidad cultural, porque nadie que ostente la llama del poder está legitimado para atravesar con el fuego de sus caprichos o la efusión de su rencor la luz de la razón.

Debemos, en consecuencia, erradicar la idea caciquil de que quien disiente es un enemigo por agraviar, y encaminar, en cambio, futuros esfuerzos y realizar nuevos planteamientos pedagógicos y escénicos en Écija, sobre todo si queremos avanzar nuestros juicios -sometidos a continuas transformaciones y a continuos ajustes-, y vincularlos a la reflexión de nuestros jóvenes, que serán, a la postre, los valedores culturales de Andalucía.

Esta actitud de espíritu abierto y de aliento, es la sensación que me embarga a la hora de echar la vista atrás y mirar por el calidoscopio del camino ya andado. Y es que es tiempo de efemérides: La Asociación Amigos de la Ciudad de Écija, uno de los colectivos de mayor solera y prestigio para honra de nuestro patrimonio cultural, celebra sus bodas de plata.

No es plan de colocarse, obviamente, en una perspectivas de recuerdo, pero veinticinco años dándole forma a la tradición eterna con la seña de identidad más preciada, no es un suceso cualquiera. Cinco lustros viendo cómo pasa la caducidad de la generaciones, evocando a aquellos ‘locos’ que fundaron la entidad, es un tiempo a retener, sobre todo si tras esa historia de logros fecundos hay una intrahistoria cargada de no pocos sinsabores.

Obviamente nunca llueve a gusto de todos. Ha habido, desde la perspectiva de la lejanía, lógicos cambios accidentales, pero se ha mantenido una identidad esencial. Es decir, sus responsables, a quienes la imaginación en vuelo por lo inconcreto nunca les ha interesado, han sabido darnos la sensación del Genil, que tiene siempre la misma forma pero con distinta agua. Y esa constante, aunque invisible para la mayoría de ecijanos, es de una importancia extraordinaria.

Nadie le va a quitar, empero, el doloroso sentir del objetivo no alcanzado, pero justo es aplaudirles en este año sin cesar porque con tan admirable labor callada se han ganado el respeto de todos. ¡Qué difícil es inculcar a la masa la defensa del patrimonio e imponer a nuestros garantes culturales una disciplina exacta y detallada del respeto y la esencia del mismo!

Ignoro en estos momentos de urgencia literaria, el número exacto de actuaciones. Imagino que sobrepasarán el centenar. Tanto da que da lo mismo. Mas lo que no me cabe la menor duda es que si todas las asociaciones llegan a sus bodas de plata con el bagaje de los Amigos de la Ciudad de Écija, es porque antes comprendieron que para ellas no hubo más realidad que la puesta al día del patrimonio de sus mayores ni más vida que la conciencia de lo bien hecho. Enhorabuena.

(Artículo pergeñado el 07-09-2005 para la Asociación Amigos de Écija con motivo del 25 aniversario de su fundación, y publicado en la revista editada por tal efemérides)

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