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MEDUSA Y EL GENIO DE OSUNA por Francisco J. Fernández-Pro

MEDUSA Y EL GENIO DE OSUNA por Francisco J. Fernández-Pro
agosto 13
21:12 2024

La pasada semana tuve la ocasión de asistir a mi cita anual con el Festival Internacional de Teatro Clásico en Mérida. Un Festival que ya cumple su LXX Aniversario. Como en otras ocasiones, procuré que la obra elegida a priori fuera la de mayor expectativa por su aparente calidad y por la solvencia de su producción. Me decanté por “Medusa”, obra que no sólo era la que contaba con el mayor número de representaciones programadas en el Festival -doblando las de todos los demás- sino que, además, contaba con el más alto presupuesto de todas las producciones y el protagonismo indiscutible de actores populares y reconocidos profesionales andaluces, como el autor y director de la obra, el sevillano José María del Castillo y el compositor musical ursaonés Alejandro Cruz Benavides. La elección estaba clara.

Dicho esto, debo declarar que es triste que el Teatro de hoy en día necesite tanto de las subvenciones. Es cierto que siempre las necesitó, pero nunca antes esta necesidad lo sometió tan drásticamente a la dictadura de los poderes públicos y sus impedimentas. En estas producciones patrocinadas por administraciones, entidades e instituciones públicas, se notan demasiado las exigencias ideológicas de los gobernantes de turno y eso no es bueno; sobre todo, cuando -como en este caso- el argumento gira alrededor de un mito archiconocido y del que todo se ha dicho ya. Entonces sucede que cualquier trasteo burdo y antinatural que se pretenda, queda demasiado expuesto.

Los mitos impregnan su naturaleza de las virtudes o defectos que padecemos los mortales convirtiéndose, de alguna forma, en arquetipos o espejos en los que nos miramos… y el de Medusa es uno de los más fascinantes de la mitología clásica desde que Hesíodo -hace ya más de dos mil ochocientos años- diera noticia de las hermanas Gorgonas en su “Teogonía” y, trescientos años después, Píndaro -en sus “Odas”- insistiera en la gesta de Perseo.

Desde entonces, han sido multitudes las versiones de esta historia -unas mejores y otras peores- que se han llevado a escena en todos los tiempos y en todos los lugares. Esta de José María del Castillo, comienza con un razonable respeto a la historia del mito para, después, ir desarrollando una lenta “deconstrucción” -¡qué término más manido!-, que la lleva hasta la total descomposición de su naturaleza original. Porque eso es lo malo de esta obra tan aquejada del mal de la “subvencionitis”: que se desmenuza tanto el mito a la sombra de las ideologías de los patrocinadores “empoderados” -¡otro término de antología!- que Perseo acaba convertido en un ególatra que ansía la gloria de los héroes fabricándose dioses a medida, y Medusa en un símbolo de fortaleza ante una sociedad patriarcal e injusta que no acepta lo diferente. Es decir, al final del experimento, ni Medusa es Medusa, ni Perseo es Perseo,… sino todo lo contrario.

Sin embargo, aunque el texto de la obra resultó pretencioso, repetitivo y trillado, la espectacular puesta en escena y el trabajo técnico realizado, sí que respondió a las expectativas que nos hicimos (se nota que las subvenciones fueron bien empleadas en la producción). Muy bueno el vestuario de Pier Paolo Álvaro, las luces de Felipe Ramos, la coreografía de Aleix Mañé y, sobre todo, la extraordinaria música del ursaonés Alejandro Cruz Benavides, interpretada de forma impecable por los coros dirigidos por Amaya Añúa y las voces de Ruth Lorenzo (Euríale/Oráculo), Mariola Fuentes (Atenea) y Peter James (Poseidón).

Se notaron ciertos defectos de dirección en las interpretaciones, que provocaron una falta de unidad en el lenguaje, quizá debido a la presencia de tanto divo sobre el escenario -por desgracia, otro síntoma de la “subvencionitis”-, lo que provocó un cierto tedio entre el personal a partir de los ochenta minutos. Ese es otro riesgo que una gran producción de este tipo puede correr al poder elegir con cierta holgura y acabar apostando por actores demasiado populares (léase Victoria Abril, Adrián Lastra, Ruth Lorenzo, Mariola Fuentes,…) Resulta difícil poner de acuerdo a tantos dioses en tan pocos metros cuadrados.

Una pena la de este año. Cada vez tengo más claro que el teatro nació al servicio del espíritu y debería optar por la humildad en el trabajo de interpretación y por la generosidad en su desarrollo: hacer pensar al espectador y no pretender aleccionarlo.

Menos mal que en el Arte -cuando es Arte- siempre queda algún milagro al servicio del escalofrío. En esta ocasión, sin duda, este honor le cupo a la bellísima música de Alejandro Cruz Benavides: el genio que Osuna no sabe que tiene.

 

 

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