MARKETINGVILLE – VARIACIONES SOBRE UN CHISTE CUALQUIERA por Francisco J. Fernández-Pro
Pepe Vidal había llegado al pueblo quince años antes y, dirigiéndose a los treinta y dos habitantes que había en Medina Plácida (que era como se llamaba, entonces, aquel lugar), les había dicho:
- Este pueblo se está muriendo porque ustedes viven en el pasado y no hacen nada por prosperar. No se han dado cuenta de que el negocio de hoy es la Publicidad. Deberían hacerle publicidad al pueblo y aprender a comprar y a vender a los que vinieran. Pero antes habría que cambiarle el nombre al pueblo para que sonara más a inglés, que es el idioma que todo el mundo entiende.
Tres lustros después, Plácida Medina había pasado a llamarse Marketignville y sus treinta y dos vecinos se habían convertido en cinco mil trescientos veintitrés, de los cuales cinco mil trescientos once vivían de la publicidad, de inventar mentiras, de comerciar con cualquier cosa, de conseguir que la gente creyera lo que fuera conveniente para el negocio: unos vendían la bondad universal; otros, la maldad generalizada; había quien convencía de que las ideas inamovibles eran las mejores; otros, que mentir era un arte y todo valía si se conseguían réditos; e incluso algunos llegaban a convencer a los demás de que cualquier lugar resultaba más grande y próspero si se aislaba de los otros y marchaba a su propio paso.
En Marketingville existía tal devoción por comprar y vender cualquier cosa o cualquier idea, que los habitantes del pueblo –sin apenas darse cuenta- fueron dividiéndose en dos clases: los que compraban a cualquier precio y los que vendían compulsivamente. Los primeros fueron adquiriendo rasgos de marionetas; los segundos, de cuervos.
Después de quince años, sólo doce de sus cinco mil trescientos veintitrés habitantes cuando, al levantarse por las mañanas se miraban al espejo, podían reconocerse como seres humanos. Los demás, sólo veían cuervos o títeres.
El pequeño cementerio de Marketingville también era una mentira en venta. Para que pudiera ser visitado por los turistas, lo habían adornado de brumas artificiales, sonidos lúgubres enlatados, mausoleos de resina y hasta le habían puesto un chirrido estridente a la cancela fingida de forja dieciochesca y que daba paso a aquel camposanto disfrazado de viejo y terrorífico (como pensaba Pepe Vidal que tenían que ser todos los camposantos) Pero aquel cementerio era nuevo; el viejo se había quedado pequeño. De hecho, era tan nuevo que sólo había cuatro tumbas.
En la primera de las lápidas podía leerse en letras grandes: “Aquí yace Pepe Vidal, fundador de Marketingville, que vivió cien años porque bebió Coca-cola”.
En la segunda de las lápidas rezaba: “Aquí yace María Muñoz Pérez, que nunca descansó mejor. Funeraria LA PAZ ETERNA. Precios económicos”.
En la tercera, podía leerse: “Juan Manuel Repiso. Vivió hasta los 110 años porque siempre comió en McDonalds”
La lápida de la cuarta tumba del nuevo cementerio de Marquetingville, decía simplemente: “Aquí nadie yace. Sus padres siempre usaron condones EL JABATO”.
… y, mientras, los espejos de Marketingville -donde hasta la muerte era una mentira- sólo reflejaban la imagen de doce hombres libres.
Es, para mi gusto, su mejor artículo de todos los que he leído en este periódico.
Su tardanza ha sido recompensada.
Un saludo desde Granada.
Amigo mío, lo siento, pero créame que la demora ha sido involuntaria… y, de Jubilado a JUBILADO, me siento jubiloso por sus letras sobre las mías.
Muchísimas gracias y un afectuosísimo saludo desde sus torres