MADURO Y EL ORGULLO por Francisco J. Fernández-Pro
Esta ha sido una semana de locos, en la que hemos podido presenciar –en dos escenarios completamente distintos- el paradigma del esperpento.
Por un lado, en Venezuela, un policía-actor (o un actor-policía, vaya usted a saber) aparece de la nada escenificando la llamada a la guerra contra Maduro y, acto seguido (nunca mejor dicho), desde un minúsculo helicóptero, pega cuatro tiros al aire desde el aire (nunca mejor dicho también) y, aunque las imágenes son captadas perfectamente por un video y el helicóptero deambula a sus anchas por un espacio restringido,… ni resulta interceptado, ni nadie es herido, ni hay detenidos. Dirán que soy un mal pensado, pero –a riesgo de tener que rectificar más tarde- esto me huele fatal y, cuando menos, me parece sospechoso (sin querer, incluso se me vienen a la cabeza los métodos de algunos “teatreros” de nuestro Congreso, que parece ser que se dedican al asesoramiento)
Pero es que la cosa parece blanca y en botella, sobre todo cuando Maduro no tardó ni un par de horas en rodearse de su multitud de forofos enardecidos y soltar su soflama habitual -en esta ocasión amparado por el “supuesto” ataque terrorista del helicóptero-, con tintes de golpe de estado a las bravas. Este tirano -charlatán y chalado- aseguró que, como la Revolución Bolivariana (que sólo la desea ya un porcentaje mínimo de venezolanos y ha perdido en las urnas por goleada) estaba amenazada, él la iba a salvaguardar con las armas. Creo que las palabras exactas fueron: “…lo que no se consiguió con los votos, se conseguirá con las armas”. Más claro, agua. Es la exacta declaración de la Tiranía: la de los individuos que nunca aprenderán a respetar la voluntad mayoritaria de los pueblos y querrán imponer la suya o la de su minoría, porque nunca sabrán tolerar las discrepancias, las diferencias.
Más, al hilo de las diferencias, en España también hemos vivido estos días otro espectáculo, que debió ser magnífico y que, por momentos, resultó esperpéntico. Todos los años ocurre y siempre me hago la misma pregunta: si nuestra Constitución ampara a todos los españoles como seres humanos, independientemente de su sexo, su raza, su fe, su ideología y sus inclinaciones, haciéndolos IGUALES ante la Ley y evitando así cualquier rechazo que pudiera derivarse de LAS DIFERENCIAS ¿Por qué tenemos que seguir inventándonos los días de las diferencias?
Alguien podrá argumentar que es porque aún hay diferencias que no se han salvado y hay que seguir reivindicándolas. Pero, si fuera así, ¿por qué algunos utilizan estos días, más que para reivindicar sus diferencias, para atentar contra las de los que les son diferentes y tienen sus propios derechos?
Esta semana hemos visto desfilar –envuelta en la bandera arcoiris- mucha gente llena de sana alegría que se manifestaba por su derecho a ser diferente; pero, fundidos en la marea, también hemos podido apreciar un alto porcentaje de fobia disfrazada con hábitos religiosos o abusando de símbolos sagrados para muchas otras personas.
El arma más efectiva de la Democracia es la Tolerancia. Pero muchos olvidan que la tolerancia es de ida y vuelta. La Tolerancia exige tolerancia. Tan absurdo es el tirano que se inventa revoluciones armadas para usar las armas contra su propio Pueblo, como el individuo que aprovecha el derecho a expresar sus diferencias para acometer contra los que no son como él. Por eso, es importante saber identificar y diferenciar a los que ejercen dignamente la Tolerancia, de los que se aprovechan de ella para usarla como garrote.
En su “Oda a Walt Whitman”, Federico –homosexual, al que siempre he comprendido y respetado desde la más profunda admiración- lo dejó meridianamente claro:
“… Por eso no levanto mi voz, viejo Walt Whítman,
contra el niño que escribe
nombre de niña en su almohada,
ni contra el muchacho que se viste de novia
en la oscuridad del ropero,
(…)
ni contra los hombres de mirada verde
que aman al hombre y queman sus labios en silencio.
Pero sí contra vosotros, maricas de las ciudades,
de carne tumefacta y pensamiento inmundo,
madres de lodo, arpías, enemigos sin sueño
del Amor que reparte coronas de alegría.(…)
¡Maricas de todo el mundo, asesinos de palomas!(…)
¡No haya cuartel! La muerte
mana de vuestros ojos
y agrupa flores grises en la orilla del cieno.
¡No haya cuartel! ¡Alerta!
Que los confundidos, los puros,
los clásicos, los señalados, los suplicantes
os cierren las puertas de la bacanal…”
La cosa es bien simple: todos somos diferentes y todos merecemos el mismo respeto. El Estado de Derecho debe defender este sagrado principio. A eso se le llama Tolerancia; y la tolerancia es una virtud que siempre nos invita a recordar que el orgullo a ser diferente no puede convertirse en una excusa para avasallar a los diferentes.
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