LOS PIROPOS por Francisco J. Fernández-Pro Ledesma
Hay cosas que se me escapan al entendimiento, quizá porque mi entendimiento es simple o porque como no tengo la necesidad de justificar mi inteligencia ni mis iniciativas por contrato, cuando pienso me limito a aplicar la razón sin complicarme la vida rebuscando los flecos –sectarios o no- de cualquier cuestión. La cosa es que ahora, que en Andalucía estamos en Carnaval, entre tanto cuarteto y chirigota me llegaron los rumores de una de esas ocurrencias de nuestra Junta, que yo atribuí a la guasa del Pueblo y que, desgraciadamente, ha resultado cierta.
El caso es que a uno de los muchos iluminatis con carné que pululan por entre sus consejerías, para justificar el jornal ha sentenciado que los piropos de toda la vida constituyen un acto de “violencia verbal” contra las mujeres y, por tanto, deben ser prohibidos conforme a la Ley de “Violencia de Género”… y, sintiéndolo mucho, yo voy a pasar olímpicamente porque, machista o no, me he criado toda la vida entre mujeres admirables y, más que venerarlas, las adoro.
Mujer fue la que me cuidaba cuando niño, me preparaba la ropa para el colegio, me sacaba los domingos y me dormía con voz dulce al son de una canción que se llamaba “Amapola”. Mujer es mi mejor Amiga, la madre de mis hijos, la que después de tantos años a mi lado cuidando enfermos, se levanta antes que nadie –a pesar de sus dolores y de mis regañinas- para preparar el desayuno o tender la ropa que dejó en la lavadora; esa heroína –mi única droga- que veo tirar del carro todos los días y, encima, se pone guapa para salir a la calle de mi brazo. Mujeres son mis cuatro hijas, que todos los días se baten el cuero con uñas y dientes –cada una en lo suyo-, construyéndose un futuro porque una vez les dije que había que labrárselo y aprender a valerse por uno mismo, aunque sólo fuera para no tener que depender nunca de ningún hombre. Mujeres son las amigas que admiro, que comparten a mi lado sus horas, sus ilusiones, sus versos, sus escritos o sus problemas y, encima, me regalan su sonrisa como premio. Mujeres son las que nos alegran la Vida cuando la vida se nos pone cuesta abajo (por no decir cuando se nos empina, no vaya a ser que cualquiera de esos cretinos de neuronas podridas que viven del cuento del género, piense que estoy rayando la obscenidad). Mujeres son las que nos enseñan a luchar, las que nos hacen poner los ojos en la tierra y en lo que en ella vive, las que son capaces de ponernos alas para saltar distancias inverosímiles y vencer ausencias inexplicables.
Mujeres, en fin, son las que nos parieron y nos amamantaron, las que nos guardaron y nos enseñaron cómo se ama sin esperanza y cómo se vive toda la esperanza del alma. Mujeres son las que nos aguantan cuando caemos, las que le echan paciencia a nuestros malos días, las que nos sanan con una mirada o nos arrebatan con un beso. Las que nos enseñan la prudencia, la constancia y la dulzura de los reencuentros; mujeres son las que saben materializar lo divino de este poquito que los hombres tenemos de ángeles … y ¿pretende la Junta de Andalucía, que yo –por no parecer machista- ahora, tan cerquita de la Primavera, no salude con un olé a la mujer morena, rubia, pelirroja, alta, baja, delgada o llenita, que se me aparezca –por la gracia de Dios y sus creaturas- paseando garbosa por nuestras calles y alegrando las horas con el ritmo acompasado de esos taconeos bien ejecutados que, con tanta sabiduría y elegancia, saben entremezclar con el aroma limpio de los azahares?… ¿Qué me calle yo, sintiendo eso?… ¡que le den mucho por saco a la Junta y a sus borricos!
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