LOS HÉROES por Francisco J. Fernández-Pro
La visión de aquella mujer menuda me dejó impresionado. Fue ayer, cuando enfilaba ya la calle Caballeros de regreso a casa tras la caminata diaria. Era joven y arrastraba un carrito con una niñita que no tendría tres añitos, pero además, portaba también, agarrado a su pecho -como si fuera lapa y no niño- un chiquito de sólo unos meses, que transportaba sujeto por un gran pañolón que le cruzaba la espalda. Inclinada un poco por el peso que soportaba, con voz muy suave iba diciéndole a la niña del carrito, para tranquilizar su impaciencia: “Ya, ya, chiquita… Ahora, vamos a ir a comprar la leche al Lidl y, después, iremos un ratito al parque”… “¡Joder, al Lidl!… –pensé yo- ¡con lo lejos que queda el Lidl para ir así!…” Después, caí en la cuenta de que allí la leche podía estar más barata; y, entonces, mi admiración hacia aquella mujer, creció más aún.
Mientras veía cómo se alejaba, pensé en mi madre, en mi mujer, en todas las madres y en todas las amas de casa, anónimas guerreras de la Vida en toda su dimensión (pues tanto luchan por la suya como por las nuestras), tan heroicas siempre, tan anónimas, tan injustamente ignoradas tantas veces, tan pacientes, tan generosas, verdaderos pilares de todo: arquitectas de las familias, cocineras, economistas, enfermeras, costureras, ingenieras de lo imposible,… (¡y que haya imbéciles que las critiquen por su lucha!… ¡y que haya mamones que no las toquen sólo para acariciarlas!…)
Mi admiración de ayer condicionó la reflexión de este día. Admiración hacia la mujer que vi por la calle de Caballeros y por todas las mujeres que saben afrontar la vida de esta forma tan heroica (muchas veces, incluso, a pesar de los mendas que las acompañamos sin darnos cuenta del verdadero valor de su lucha) Y, puestos a reflexionar sobre ellas, también lo hice sobre tantos y tantos héroes anónimos que nos rodean y que saben ir pasando desparramando bonhomía.
Héroes o santos, como mi Amigo Ignacio Osuna, con el que tengo una cita el próximo martes en Benamejí. Con él compartí durante muchos años, estudios, esfuerzos e ilusiones; por eso tuve la suerte de admirarlo en toda la grandeza de su lucha y en toda la belleza de su alma buena. Anduvimos juntos los primeros pasos de Jesús sin Soga y, cuando fue a marcharse con Él, me lo contó como si nada, como si el cáncer que le habían diagnosticado -y le arrebataba la Vida y la de los suyos-, fuera cualquier otra contingencia más que hubiera que aceptar encogiendo los hombros y sonriendo.
Hoy, me movió la admiración que ayer sentí, y mi reflexión me trajo la imagen y la memoria de todos ellos: la de toda esta gente admirable que conocí alguna vez y también la de los que no conocí ni conozco pero que sé; porque sé, también, que siempre hay gente admirable que sabe afrontar el día a día con la dignidad que nos exige nuestra condición de seres humanos. Gente como mi Amigo Ignacio o como la mujer que vi ayer por la calle de Caballeros, y que pasan por la Vida dejando la huella de sus corazones abiertos de par en par.
En la antigua lengua griega “heros”- de donde viene nuestra palabra “héroe”- señala al jefe, al que más se destaca porque más vale. Y el nombre que se le daba a la esposa de Dios (en nominativo Zeus, el héroe por excelencia) era “Hera”, la jefa. Y ese ser más, tener más gracia (que como su propio nombre dice -”gratia”- es “gratis”, ni se compra ni se vende) es un don que se tiene o no se tiene, aunque si lo tienes puedes desarrollar sus potencialidades. Y lo que está lleno de gracia atrae de forma natural y se derrama sobre aquél a quien toca o afecta. Sólo se le puede responder, minimamente, dándole las “gracias” por existir y fijarse en uno. El lenguaje es así.
… y es bueno, querido Amigo, que haya gente que sepa descifrarlo, como haces tú, y que nos lo muestre a los demás.
Gracias por eso.