LOS DIOSES DE PARIS por Francisco J. Fernández-Pro
Hay progres de pacotilla, que no sólo provocan y fastidian al personal sino que, después de hacerlo, viendo las consecuencias que provocan, en vez de disculparse, ponen a los demás de imbéciles.
Lo penúltimo fue lo de París (porque en lo de Venezuela es mejor no entrar porque, entonces, nos quedamos sin artículo). La ceremonia de inauguración de París, contando con el inmenso despliegue de medios económicos, humanos y de nuevas tecnologías, ha sido un bodrio que ha provocado la arcada casi unánime de la Sociedad Occidental. Lógico, teniendo en cuenta cómo se han tratado las raíces más profundas del alma de nuestras naciones.
A unas letras que escribí sobre las reflexiones más acertadas que había leído en Internet, hubo quien me respondió, no sólo queriendo justificar el esperpento sino, además, queriendo hacer buenos los argumentos que la organización esgrimía -y que apestaban a tufo preconcebido- para poder desmontar a posteriori cualquier reacción como la que se desencadenó.
Según parece, la jodida parodia del banquete, no se refería a la obra de Leonardo sino a la pintura del artista holandés Jan van Bijlert, titulada “La fiesta de los dioses” que representa la celebración de dioses grecolatinos en la boda de Tetis y Peleo, siendo Apolo el personaje central del cuadro. El problema se deriva de una posible estrategia -como toda estrategia, premeditada- para generar la provocación absurda que puede resultar del hecho de que el 99 % de los espectadores -no holandeses- de la ceremonia, seguro que desconocen la obra de Jan van Bijlert y, sin embargo, ese mismo porcentaje conoce perfectamente la obra de Leonardo da Vinci en el que Jesucristo cena con sus discípulos… ¿No le parecen ganas de enredar la tarama?
A esto, súmenle que la representación se convierte en una aparente orgía homosexual (y escribo “aparente” por aflojar la tensión, porque eso era algo que le resultó patente al porcentaje total de los espectadores).
Lógicamente, si sumamos las dos circunstancias, nos daremos cuenta lo fácil que puede resultar una provocación.
¿Libertad para insultar y pisotear las raíces cristianas de Europa?
¿Igualdad para hacer a todos cómplices de su intolerancia?
¿Fraternidad en el desprecio del otro y de sus convicciones más profundas?
¿Qué tienen que ver estas imágenes y su contenido -que desprecia la Fe de muchos ciudadanos- con el Espíritu Olímpico que pretende la armonía universal y la fraternidad entre los hombres y los pueblos? Más bien, parece que este espectáculo fue pensado para normalizar icónicamente la intolerancia… y es triste, porque la oportunidad y los espléndidos recursos con los que se contaba podrían haber dejado mayores y mejores frutos.
Sin lugar a dudas, es un síntoma más: estamos en mano de personajes y gobernantes intolerantes y excluyentes porque, al final, si se planificó adrede la confusión, malo; pero si no fue intencionado tal espanto, peor aún, porque los organizadores -que ganan una pasta gansa- deberían haberlo previsto para evitar atentar contra la sensibilidad de los cristianos -que, lo quieran o no, son mayoría- o de cualquier ser humano tolerante que, por desgracia, son minoría.
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