LOS CATALANES Y LA SOLIDARIDAD por Francisco J. Fernández-Pro Ledesma.
No hay duda de que los esfuerzos de las comunidades autónomas del Estado Español por conseguir la mayor cuota de autofinanciación es un derecho legítimo; yo diría, incluso, una reivindicación pendiente, pero obligada para sus políticos. Que el mayor porcentaje del dinero que sale de los bolsillos de los ciudadanos sea gestionado desde las administraciones más cercanas a esos ciudadanos, es lógico y deseable; tanto que, si para avanzar en ese sentido, fuera necesario ponernos de acuerdo y abordar –de una vez por todas- la reforma de la Constitución, creo que debería de hacerse.
Otra cosa es lo que plantean los políticos catalanes: porque ellos quieren esta reforma, pero sin que tengamos que ponernos de acuerdo todos los españoles. Es decir, pretenden cambiar el Estatut y sus relaciones con el Estado, a golpe de referéndum catalán. Que es lo mismo que decir, cambiar la Constitución (que es la Ley de leyes de todos los españoles y que es la que recoge el derecho que pretenden), a golpe de voto catalán, para poder amoldarla a sus intereses particulares.
Sin embargo, en esta maniobra los políticos catalanes se olvidan de dos cosas importantísimas. Por un lado, que en un Estado Constitucional (y España lo es), el camino es a la inversa: el Estatut no puede otorgar derechos de un Estado Confederal (ni siquiera en un Estado Federal podrían saltarse la Constitución): es la Constitución la que debe modificarse previamente -y según un consenso general de los españoles que la votaron-, para hacer buenas las pretensiones de un mayor autogobierno (que sería, por supuesto, no sólo para Cataluña, sino para todas los pueblos de España).
Por otro lado, hay razones de ética política que evitan acelerar estos pasos. Nunca se debe olvidar el trasfondo histórico en que se sustenta la idea de Estado Español y que debe pesar en la toma de decisiones. Los encargados de dar estos pasos deben tener verdadera memoria histórica y no olvidar que, a finales del siglo XIX, Cánovas del Castillo (andaluz tenía que ser él) diseñó un Mapa Económico para el Estado, cuyas indeseables consecuencias se traducen en la España desigual de hoy en día.
Ese Plan, que se ha mantenido hasta fechas muy recientes, subvencionó a las regiones ricas (sobre todo a Cataluña, las provincias Vascongadas y Madrid) para facilitar y potenciar su desarrollo industrial a costa de las regiones más deprimidas (Andalucía y Extremadura, principalmente) que se convirtieron en las proveedoras de mano de obra y materias primas. Desde entonces, aquellas, desarrollaron el Sector Secundario y éstas, el Primario.
Así fue como, durante décadas, mientras Cataluña disfrutó de las ventajas de las inversiones y creció en riqueza con el fruto de una Industria próspera, Andalucía se fue despoblando, a la vez que era condenada a subsistir gracias a un campo que, secularmente, estuvo en manos de unos pocos. De esta forma, a la explotación de siglos se le sumó la pobreza impuesta en interés de otros; y, todo esto se hizo, lamentablemente, con la conciencia de un españolito de a pie al que habían convencido de que aquel esfuerzo (que duró casi un siglo) era bueno para España en su conjunto y, por tanto, para todos los españoles.
Lógicamente, la actual realidad socioeconómica de nuestros pueblos (Andalucía, Cataluña) es consecuencia de esa Historia que no debemos olvidar.
Creo que es deseable y posible que pronto nos convirtamos en un Estado Federal pero, aún así, tendrá que haber una Constitución (unas normas de convivencia) que deberemos de respetar todos y que, de alguna forma, preserve con garantía el derecho de todos los españoles a las mismas oportunidades de bienestar y desarrollo, independientemente de su residencia.
Creo que los políticos catalanes pecan de insolidarios cuando pretenden acelerar este proceso; sobre todo, porque lo hacen al considerarse agraviados por las aportaciones económicas que deben realizar para el desarrollo del resto del Estado, y Cataluña no puede ni debe olvidarse de las otras regiones del Estado Español, mientras que no haya pagado su deuda de tantos años con las que le ayudaron –desde su pobreza y por sus necesidades- a ser la región próspera que es ahora.
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