LOS AFORISMOS (VI) de Manuel Martín Martín. “Cuestión de nombres”
Y Miguel Funi y Juan del Gastor son los últimos depositarios de las tres gracias, cante, baile y toque.
Fernandillo de Morón fue el quiebro de la estética, el replante del compás.
Anzonini fue el garbo de lo inusitado, la majeza de lo hondamente bello.
Paco Valdepeñas fue la altanería de un príncipe que sujetó el cante con sus brazos barrocos de gozo y sus pies de almíbar.
Joselero fue el alivio que el cante de Morón demandaba para seguir existiendo.
Fernanda y Bernarda de Utrera fueron el azogue recíproco de un surtidor de penas.
Para genio Pepe Marchena, que cuando tenía las horas contadas consoló así a un amigo: “Tranquilo, Manuel, que el que se va a morir soy yo”
Cuando Caracol se daba chocazos escuchando a Gaspar de Utrera, decía para sus adentros: “¿De dónde saca esos duendes este enano?”
La genialidad de Caracol era tan exagerada como los hechos verídicos de José el de la Rita… El de Cádiz, claro, ¿de dónde iba a ser?
Ante cantaores gitanos como Curro Mairena, permítanme sentenciar: Su grandeza no estuvo en recoger honores, sino en merecerlos.
Anoche en Brenes rendimos honores a Curro Mairena porque 20 minutos de gloria es mejor que toda una eternidad en el anonimato.
Cuidado al confundir la voz con la expresión, porque Curro Dulce cantaba con la voz natural y Silverio, sin ser gitano, con la voz afillá.
Un día le pregunté a Gaspar de Utrera por su situación económica, y me contestó: “Fatal, Martín, cada 3 días le vendo un niño al carnicero”
El eco de Gaspar de Utrera era el sol que doraba las espigas de los aficionados exigentes, tan abundantes en su época.
El eco de Gaspar de Utrera, tan singular, unido a su desesperada densidad expresiva, lo llevaron a ser genio en Madrid antes que Camarón.
Escuchar a los seis años de su adiós al irrepetible Gaspar de Utrera demuestra que la ingratitud nunca tiene razón.
Escuchar a los seis años de su adiós al irrepetible Gaspar de Utrera demuestra que la ingratitud nunca tiene razón.
Cuando a Caracol lo visitaban los duendes nadie se acordaba de la afinación o el ritmo. Sólo quedaba decir: ¡Ole Manué. La madre que te parió!
Chocolate y Agujetas nos demostraron -1978 en casa de Curro Torres- que la seguiriya es el cante que mejor rompe el celofán de la madrugada.
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