LO PEQUEÑO por Jesús Armesto
Habría que dedicar la vida entera a lo pequeño. A todo lo pequeño de este mundo, casi siempre indefenso e invisible, frágil como los campos de refugiados, repartidos con sus océanos de niños por el mundo.
Al pequeño gesto de llamar a las cosas por su nombre. Así, en lugar de ‘refugiados’ diremos ‘condenados’, y al menos no seremos cómplices del gran asalto contemporáneo de las palabras.
Eufemismo: distancia entre el cuerpo y el alma del significante de una palabra.
Crece en la ciudad la invisibilidad de lo pequeño. Las tardes llegan a sus viejos adoquines con sus luces suaves y créanme, hay días que nadie las espera. Es terrible. Las campanas dejan florecer sus pétalos de hondura, y siempre, algún caminante escribe sin remedio un tic tac con sus pasos invisibles, desde su cuerpo invisible, en el jardín invisible que crece cada tarde en la ciudad.
Lo pequeño. Todo eso que nos rodea formando un caos flotante de objetos y sonidos, cuya armonía aún no ha sido capturada por ninguna batida de caza, y prevalece para aquel dispuesto a considerar que todo tiene un componente de velocidad y otro de silencio, y que ello, escapa a toda ley.
En los colegios olvidaron que un niño que sabe escuchar se convierte en un ser infinito, que incluso desconociendo las leyes físicas y los procesos geológicos, comprendería de un modo natural el lugar que ocupa en el universo.
El universo se convierte en algo pequeño cuando lo efímero deja de pertenecer al miedo. La justicia se libera así, y sale de su prisión, fundando como Perséfone, la primavera.
Lo siento no hay comentarios todavía, pero puedes ser el primero en comentar este artículo.
Escribe un comentario