LAS MAYORÍAS ABSOLUTAS Y LOS POLÍTICOS AFORADOS por Francisco J. Fernández-Pro
Ese privilegio que tienen nuestros políticos de ampararse en las mayorías absolutas de sus partidos para decir sólo lo que quieren decir y callarse todo lo que les da la gana, me da tanto repelú como ese otro de tirar por la gatera de los aforados cada vez que las cosas se ponen feas y se les exige la misma responsabilidad que a todos los demás ciudadanos.
Creo que los más de veinte años que pasé en la política, me enseñaron mucho. Entre otras cosas, aprendí a diferenciar entre los enemigos y los adversarios. Éstos –a los que respetaba- solían estar en los otros partidos; aquellos –de los que me cuidaba- solían anidar en el mío. Aprendí a dominar mi natural visceralidad para poder exponer los argumentos con cierta lógica e intentar convencer al que no pensaba como yo. Intentaba no equivocarme demasiado en mis argumentos, pero también aprendí a ser consciente de que podía estar equivocándome y que cualquier cosa podía verse de otro modo; y, finalmente, también tuve que aprender a distinguir entre las dos clases fundamentales de políticos (que los hay, por suerte y por desgracia): los que llegaban para servir de verdad y los que lo hacían para servirse.
Hay muchos políticos ejemplares que se ven empañados por los macarras, y por eso nunca pude soportar, ni soporto ahora, a tanto sinvergüenza que, por la izquierda, la derecha o el centro (y algunos chaqueteros por todos los sitios a la vez), llegan hasta la Política para abusar del poder. Ese tipo de personajillos (parásitos babosos, pipiolos indecentes) que medraban -y siguen haciéndolo-, engañando al personal, manchando el noble Arte de la Política, disfrutando de privilegios indebidos y echándose al bolsillo lo que es de todos, sencillamente, me dan asco.
Pero siento decir que lo mismo, o más que de ellos, abomino de los partidos que admiten, mantienen y aprovechan a estos individuos porque les conviene para conseguir votos o influencias, permitiendo que estos delincuentes campen a sus anchas y protegiéndolos cuando es necesario.
En nuestra Democracia, es un contrasentido y una abominación, que sean los mismos partidos políticos que hacen esto, los encargados de consensuar unas leyes (que para eso sí se ponen de acuerdo) que, no sólo les permiten saltarse a la torera el deber sagrado que tienen con el ciudadano de rendirles cuenta, sino que, además, cuando hace falta, los ampara y les salva el culo, escondiéndolos de la Justicia, tras las faldas de la misma Ley.
Que un político use cualquier artimaña o cualquier mayoría de grupo para evitar responder de unas actuaciones en su gestión política que huelen a chamusquina, es mucho más que una manipulación, un fraude, un abuso de poder y una irresponsabilidad manifiesta; es, además –y eso es lo que más le duele al pequeño gran resto que me queda de idealista-, una violación (y ¿cuántas van ya?...) de la propia naturaleza de la Política.
Y perdonen ustedes, pero lo dicho me lo dicta el corazón tal cual, y vale para todos los sinvergüenzas de derechas, de izquierdas y de centro, se llamen como se llamen, sean del partido o sindicato que sean, y presidan lo que presidan… ¡que ya está bien, carajo!
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