LA ESPAÑA HISTRIÓNICA (II) por Francisco J. Fernández-Pro Ledesma
Los complejos de culpa, la envidia y el sectarismo: mal trípode para sostener tantas Españas. Más que un trípode, diría yo que es una bomba en la que apoyamos nuestra idiosincrasia ibérica.
El complejo de culpa nos inmoviliza; la envidia y el sectarismo nos dividen; y –como ya hemos comprobado en carne propia, por activa y por pasiva- no hay nada peor que un Pueblo cobarde, inmovilista y dividido.
Pero si la enfermedad es mala, difícil es el remedio; pues si necesitamos arrobas de conocimiento para salvarnos de nuestro secular complejo de culpa y combatir esa triste e institucionalizada manipulación histórica que hemos sufrido durantes décadas, también sería con el conocimiento y la educación, con lo que deberíamos combatir la envidia y el sectarismo.
Educación e ilustración: esas son las palabras claves. Los españoles necesitamos abandonar la ignorancia, mandar a la mierda tantas historietas retorcidas e interesadas que se nos inventaron y dejar claro de una puñetera vez, verdades como puños. Pongamos un decálogo de ejemplos:
1. Los romanos, árabes y cristianos, nos dejaron obras admirables, pero no eran bienhechores, sino salvajes conquistadores, ávidos de mayor poder.
2. La nobleza siempre ganó sus títulos a base de mamporros y putadas; de forma que, proporcionalmente, a más título y honra, más mala gente.
3. Los hebreos eran judíos y los árabes de Al-Andalus eran moros, pero eran tan españoles como todos los demás, aunque en nuestras clases de historia los tratáramos como gente extraña (y a los moros ni te digo…).
4. Todas las repúblicas en España acabaron a tiros. De hecho -como ya dijimos recientemente en un artículo-, la única vez que en España se implantó un Estado Federal (en el formato cantonal de la I República), Jumilla le declaró la guerra a Murcia, Granada a Jaén, Utrera se quiso independizar de Sevilla y ésta le declaró la guerra también; Coria se independizó de Badajoz, Betanzos de La Coruña; Jerez se rindió a Madrid antes de hacerlo a la República Independiente de Cádiz; y, mientras pasaba todo esto, Cartagena bombardeó Almería y tomó Alicante.
5. Una cosa que tienen que saber los catalanes antes de celebrar una nueva Diada, es que una Guerra de Sucesión no tiene nada que ver con una Guerra de Secesión.
6. Una cosa que tenemos que saber todos, antes de que nos vuelva a ocurrir, es que en las guerras (in)civiles, nunca gana nadie porque, pueblo a pueblo, todos acaban perdiendo las batallas y las razones.
7. Los Borbones han sido un desastre para España, aunque –al final- los cuernos los han salvado del maleficio de tanta consanguinidad.
8. El mejor rey que tuvimos en nuestra Historia, quizá fuera Pepe Botella o quizá lo hubiera sido si lo hubieran dejado (el cual, por cierto, no era tan aficionado a la bebida y fue nuestro primer monarca universitario).
9. Los afrancesados no eran traidores, sino patriotas ilustrados que querían acabar con un absolutismo medieval trasnochado que, por pura ignorancia, en el célebre 2 de mayo de 1808, sólo fue defendido por la gente del pueblo de Madrid, mientras que los nobles, los eclesiásticos y el ejército –cómplices del francés- se quitaron de en medio o se quedaron en sus casas (con excepción admirable de Daoiz y Velarde). Traduciendo: los héroes del 2 de mayo fueron tan ingenuos que, no sólo fueron héroes, sino gilipollas…y
10. Por mucho que se empeñen los de la Asamblea Nacional Catalana, mientras no se demuestre lo contrario, Cataluña nunca fue un Reino y perteneció a la Corona de Aragón desde mucho antes que, por ejemplo, lo hiciera Andalucía; Miguel de Cervantes era de Alcalá de Henares, Santa Teresa abulense, Santa Isabel de Aragón, zaragozana, y Cristóbal Colón genovés. Además, cuando salió para el Descubrimiento de América, lo hizo desde el Puerto de Palos, en Huelva y no desde aguas catalanas.
Más si todo lo escrito sobre nuestra actitud ante la Historia fuera poco, mientras los ingleses –por ejemplo- construyen una plaza conmemorando una Batalla como la de Trafalgar, los españoles ni nos acordamos que fueron nuestros antepasados (también los catalanes de entonces), los protagonistas de la gesta de Lepanto, en la que se detuvo por segunda vez a los invasores de Oriente, cuando trataban de invadir Occidente (el primer intento –casi dos mil años antes- se detuvo en Salamina); y, mientras los británicos, celebran a su Almirante Nelson –“el tuerto” por su patria-, nosotros ignoramos completamente a héroes como el vasco Blas de Leza -“el Medio Hombre”, por la suya- que, con sólo 2.600 españoles y 6 barcos de guerra, detuvo y derrotó a la Armada Invencible Inglesa, formada por 25.000 soldados y 180 navíos (54 más de los que contaba la Armada Invencible Española) cuando, al mando de Vernon, intentaron tomar Cartagena de Indias (“la Llave del Imperio”) y, con ella, el acceso al comercio y los dominios españoles en Ultramar.
La Educación, la Ilustración, siempre han sido las asignaturas pendientes de los españoles. Para colmo, hace unos años el Estado Democrático transfirió las competencias educativas a las distintas Comunidades Autónomas (para mí, el gran error de Adolfo Suárez); y, a partir de ahí, cada una de ellas hizo de su capa un sayo y de sus verdaderas historias una sarta de historietas amañadas con mala leche, que fomentan los sectarismos regionales divergentes y los complejos de culpa de lo que llamamos España.
Consecuencia directa de tal desaguisado, es que nuestros jóvenes –y algunos, no tan jóvenes- luchan por una singularidad identitaria (sin darse cuenta de que ya la poseen y la pueden ejercer sin necesidad de luchar), a la vez que se avergüenzan de pertenecer a una Patria común de la que debían sentirse orgullosos por todos los logros de su verdadero pasado.
Yo, andalucista por convicción política, confieso que me siento orgulloso de una Historia como la nuestra –la de Andalucía y la de España, la que integró Andalucía en España y la que hizo a España más admirable desde Andalucía- porque, aunque parezca una paradoja, cuando conseguimos superar nuestros complejos, nuestras envidias y nuestros sectarismos, le encontramos mucho más sentido a la letra de nuestro himno: “Sea por Andalucía libre España y la Humanidad…”
Muy interesante, como siempre su artículo. Pero permitame una pequeña discrepancia (para no variar) Pase que quiera usted llamar a los romanos y árabes, salvajes conquistadores. Pase que quiera usted llamar moros a los árabes que durante setecientos años vivieron entre nosotros. Abderraman III se teñía la barba, porque era rubio y de ojos azules, y Boabdil se expresaba en latín vulgar, o sea castellano, porque hablaba mal el árabe. Pero decir que los nobles, eclesiástico y ejercito se aliaron con los franceses, requiere una aclaración;Cuando se firmó el tratado de Fontenebleau, se hizo con gran resistencia por parte del Ejercito, que estaba controlado por el absolutista Carlos IV. La nobleza montó en cólera cuando se llevaron a su hijo Fernando VII y la Iglesia, lo ultimo que haría sería aliarse con los franceses, que representaban las ideas de Voltaire y de Diderot, sobradamente anticlericales. De hecho, el levantamiento del pueblo, también estuvo convenientemente instigado por el clero. Es más, posteriormente combatieron a los franceses por todo el territorio. Recuérdese al cura Merino.
Es importante, saber de donde venimos, para saber a donde vamos o donde podemos llegar.
Muchas gracias por su articulo, que como ve sigo devotamente.
Señor Jubilado, gracias –como siempre- por sus interesantísimas aportaciones.
Sin duda tiene usted razón en la parte que toca, pero tenga en cuenta que en el punto 9 de mi artículo, lo que yo toco es el papel de la nobleza, el clero y el ejército, su actitud cobarde, DURANTE el Levantamiento del 2 de mayo de 1808, NO en la Guerra de la Independencia (durante los cinco años posteriores), ni durante los meses previos (el Tratado de Fontainebleau, se firmó casi siete meses antes).
Está claro que nobles y curas defendían sus privilegios medievales (como no podía ser de otra forma) pero, al principio –y viéndolas venir-, con la familia real en Francia como “huéspedes” de Napoleón, se cuidaron mucho, en su mayoría, de mantener una postura de sumisión ante los franceses que, lógicamente, con el paso del tiempo –y, a medida, que se fue ganando terreno al francés- fue siendo cada vez más beligerante.
Buena muestra de lo que defendía en el punto 9 de mi artículo, es el relato que hace Arturo Pérez Reverte en su novela “Un día de cólera”; texto escrito en base a las transcripciones de los expedientes de investigación con los que, posteriormente a la Guerra, Fernando VII quiso premiar a los patriotas que habían participado en el Levantamiento del 8 de mayo.
Otro autor, verdadero especialista del tema, y que -como yo- es ursaonés de cuna, y -como usted-granadino de adopción, es Francisco Luis Díaz Torrejón, el cual aclara las posturas mantenidas por estos estamentos que, salvo contadas excepciones, al comienzo del conflicto, procuraban nadar y guardar la ropa; hecho que pone en evidencia -igual que el verdadero papel de los afrancesados- en casi toda su obra (“Cartas Josefinas”, “José Napoleón en el Sur de España”, “Guerrilla, contraguerrilla y delincuencia en la Andalucía Napoleónica (1810-1812)”; “Antonio Muñoz, el Cura de Río Gordo”,…)
Lo que sí está claro, Señor Jubilado (y eso se lo concedo sin ningún tipo de reserva), es que los curas, desde el principio -y aunque el 2 de mayo se quedaran en sus casas a resguardo-, instigaron al pueblo contra los franceses por lo que estos representaban (ya declaro también en mi artículo, la naturaleza ilustrada de los afrancesados, tan injustamente odiados por el pueblo, como -lógicamente- rechazados por la Iglesia)
Y, puestos ya a rizar el rizo -para no variar- y, como siempre con todos mis respetos y con la única intención de aportar algún matiz más a su inteligente intervención, permítame las siguiente puntualización. Sé que habrá sido un lapsus, pero -para mí, al menos- los árabes no “vinieron y vivieron setecientos años entre nosotros”… nosotros, o somos descendientes de esos árabes o somos de los que llegamos después
Un saludo muy, muy codial.
¿Y qué es peor que una crítica? – La crítica constructiva. La gente nunca te lo perdonará (Eliyahu M. Goldratt, La meta, Madrid, 1993, p. 251).
Pues según recientes estudios genéticos, los andaluces en particular tenemos muy poca huella genética de los árabes, tal vez porque en realidad somos el producto de una intensa repoblación de cántabros, leoneses gallegos y en menor medida castellanos, quizás para cubrir el hueco de la expulsión. Más huella genética tenemos de los judíos El Sr. Luis Candela debe saber, que aunque me gusta dar mi opinión en sus interesantisimos artículos, no lo hago con ánimo de critica en el sentido estricto de la palabra. Me gusta debatir con usted, simplemente. Y me consta que así se me interpreta. Espero que usted si me lo perdone.
Perdone mi demora en la respuseta, Señor Jubilado, pero no la he podido leer hasta hoy.
Tenga usted por seguro que no sólo le perdono sus comentarios, sino que se los agradezco enormemente, como ya le he dicho muchísimas veces; pero créame también si le digo, que el Señor Luis Candela (al cual conozco bien), entiende muchísimo mejor que yo sus comentarios y disfruta de nuestros diálogos casi tanto como lo hago yo. Yo, que me jacto de tenerlo a él como Maestro, se lo digo con absoluto convencimiento.
En cuanto a lo de nuestros genes… Permítame decirle que son tan pequeñitos y son tantísimos, que cualquiera sabe. En una época, yo me sentí obligado por mi legado andalusí, hasta que un pariente historiador que, tras su jubilación, le dio por investigar en nuestro árbol genealógico, me llamó eufórico para decirme que, según parace, por parte de madre, descendemos del primer Señor de Tarifa, casado con una descendiente directa del Rey de León… así que fíjese usted el disgusto que me llevé (casi veinte años reivindicándome andalusí, para acabar siendo vástago de uno de los invasores… ¡jo!)