LA ACADEMIA: PLATÓN, MONSEÑOR ESCRIVÁ Y EL MONO por Francisco Fernández-Pro
Desde siempre tuve por costumbre tener un par de libros en la mesilla de noche que, con el tiempo, iban siendo sustituidos por otros. Algunos llegaban y se iban rápidamente, pero otros se quedaban sine die, e incluso para siempre. Libros muy distintos, en verso o en prosa: novelas, teatro, monografías; y que, sin darme cuenta, fueron modelando el Espíritu que ahora soy. De hecho, pienso -cuando pienso- que nuestro Espíritu es el resultado de lo que vivimos y lo que leemos.
Inicio así este artículo, porque hace sólo unos días, la Real Academia “Luis Vélez de Guevara” inició un nuevo Curso y creo que es bueno detenerse, aunque sólo sean unos momentos, para reflexionar sobre el Espíritu Académico, que yo tanto reivindiqué, cada vez que tuve la ocasión de hablar en su Tribuna. Un Espíritu que nos obliga a la justicia, a la coherencia, a la independencia y al servicio de los demás.
Pues bien, de todos los libros de cabecera de los que hablaba, hay tres en los que, sin duda, pueden hallarse algunos de los matices de este Academicismo que propongo. Por un lado, “Los Diálogos” que escribiera el fundador de la primera Academia, Platón; por otro, “Camino”, el que pensara José María Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei; y el tercero, un libro pequeño, llamado “El canto del pájaro”, en el que Anthony de Melló, desentraña el espíritu zen a través de una colección de deliciosos relatos, cuasi fábulas.
Platón nos descubre a su Maestro, Sócrates y, con él, su estoicismo, su enorme entereza, su honradez y, con todo, su mayor virtud: la coherencia. Una coherencia que le lleva a renunciar a la huída, beber la cicuta y morir -siendo inocente-, por defender unas leyes en las que creía, pero que lo condenaban injustamente. Para él, la Justicia ya no estaba en la Ley que lo condenaba, sino en la naturaleza del respeto que le debía a esa Ley, a la que tanto había defendido y que se había vuelto contra él.
Es la coherencia que Monseñor Escrivá exige también –puro Humanismo-, cuando escribe: “Que sea tal tu compostura y tu conversación, que todos digan, al verte o al oírte hablar: éste lee la Vida de Cristo”. La misma que nos advierte que debemos ser consecuentes con nuestra libertad de elección, aunque esa libertad –esa independencia-, implique que haya algunos a los que no les gusten nuestros actos, porque “no somos como las monedas, que le gustan a todo el mundo”.
Ahora, a la Justicia, la Independencia y la Coherencia, sumémosle la Tolerancia; y, para ello, recordemos el cuento que Anthony de Melló escribió sobre el mono que, a la orilla de un río, sacaba peces del agua y los colgaba de las ramas del árbol, con la única y sana intención, de que no se ahogaran las criaturas.
Justicia, Independencia, Coherencia y Tolerancia: los pilares del Espíritu Académico que nunca debemos olvidar los que queremos vivirlo, el que nunca debe faltar en la mesa de trabajo de los que, un día, fuimos elegidos para servirlo.
Es bueno que ahora, cuando iniciamos un nuevo Curso, no sólo los que nos llamamos académicos, sino todos los ciudadanos, nos detengamos unos instantes para reflexionar sobre estas premisas en las que debe apoyarse el Espíritu que nos obliga a ser justos, coherentes y, desde nuestra independencia, servidores de los otros hombres.
Ya ve usted, Sr. Fernandez Pro: no lo puedo evitar. En Cuanto escribe usted un artículo, me pongo a opinar.
Con el artículo deja usted entrever sus exquisitos gustos literarios. Citando a Platón me descubro ante sus preferencias literarias. Cuando joven estuve muy interesado en los clásicos. Luego me centré mas en Volaire y Diderot. Del autor sobre el espiritu Zen, me declaro un completo desconocedor. Solo que cuando cita usted a San Escrivá de Balaguer, no puedo reprimir mi asombro al citarlo usted como ejemplo de coherencia; no creo que nadie, al oírlo hablar dijera “este lee la vida de Cristo” (me remito al día que fue a ver una película sobre el exterminio, con otro sacerdote, y este le comentó la barbaridad de los seis millones de judíos exterminados, a lo que Monseñor le contestó: “querido amigo eso es solo propaganda. En realidad solo fueron dos millones”
O las peripecias que tuvo que superar para ser nombrado (a petición propia) Marqués de Peralta.
No voy a seguir, porque lo ultimo que deseo es faltarle el respeto al santo y molestar a sus seguidores. En fin, creo que hay otros modelos de coherencia en nuestro santuario, menos problemáticos. Un saludo.
Estimado señor Jubilado, no sabe hasta qué punto me alegra que mis artículos le produzcan esa reacción. Precisamente, lo que pretenden –lo único que pretenden- es despertar en el lector esa reflexión (esa opinión), que nos permita entablar un diálogo constructivo.
Gracias por su apreciación sobre mis gustos literarios, pero le confesaré que soy bastante ecléctico. Me ha pasado siempre como a mi Hermano Curro Torres. En mi libro “Teselas para un mosaico”, referí una anécdota que me ocurrió con él (personaje sorprendente, de una inteligencia muy despierta y una memoria prodigiosa): un día le pregunté, por qué siendo un ávido e incansable lector, compraba sus libros al peso y los leía con tan poco sistema (igual mezclaba un tratado de fisiología con una novela romántica, que una monografía sobre Egiptología con un compendio crítico de textos universales); mi Amigo –mi Hermano- se quedó mirándome fijamente y, con su natural espontaneidad, me soltó: “Curro, ¡ez que hay que zabé de tó!…”
Por otro lado, permítame no entrar en anécdotas sobre personas tan controvertidas como Escrivá de Balaguer, ya que la experiencia me enseña que –según quien las cuente-, para bien o para mal, muchas de ellas suelen tener bastante de fábula (es una de las peores cargas de la controversia). Quizá por eso, quiero hacerle notar que, así como me referí –con la anécdota de su muerte- a la coherencia en el comportamiento de Sócrates, respecto a Monseñor Escrivá no referí anécdota ninguna, sino que me limité a observar el contenido de su libro y lo que nos aconseja.
Por cierto, permítame la reciprocidad y alabarle también el gusto por sus lecturas, que aunque no a Diderot, sí tuve como compañero de mesilla a Voltaire y a Rousseau (aunque del autor francés que me confieso incondicional es de Víctor Hugo).
Señor Jubilado, como siempre, muchísimas gracias por sus interesantes aportaciones… y reciba un saludo desde sus torres, cada día, con mayor afecto.