IMPOSTORES INFORMÁTICOS por Jorge Luque
Nueva entrega para este apartado de Tecnología, donde el ecijano Jorge Luque trata temas interesantes y de actualidad con el objeto de que el lector conozca algunos aspectos relevantes relacionados con esta temática
Sentirse un farsante en los empleos tecnológicos es mucho más frecuente de lo imaginado hasta la fecha. La red social Blind, dedicada a poner en contacto profesionales tecnológicos de grandes empresas, ha realizado un estudio sobre los propios trabajadores revelando que el 57,55% de ellos sufre del llamado Síndrome del Impostor. Este síndrome psicológico impide a los enfermos internalizar sus logros y destreza, haciendo que teman constantemente ser descubiertos como estafadores. Este estudio, realizado sobre 10.402 empleados de empresas como Google, Amazon, Microsoft, Apple, LinkedIn, Facebook y Cisco entre otras, revela un gran problema hasta ahora desconocido en el mundo informático. Es común encontrar afectados por este síndrome en una prisión de máxima seguridad, una zona en conflicto armado o entre los supervivientes de un secuestro, pero es bastante sorprendente encontrar afectados en un trabajo rutinario de oficina; y mucho más hacerlo en proporciones mayoritarias.
La actual semana profesional de cuarenta horas deriva de estudios sistemáticos realizados por Ford y asociados para determinar la carga laboral que aporta mayor nivel de productividad en trabajos físicos. De esas investigaciones se deriva que la máxima productividad para ocupaciones mentales se alcanza con la semana laboral de treinta horas. Las primeras interpretaciones del estudio de Blind apuntan a que tratar los empleados tecnológicos, ocupados de tareas como programación, configuración, diseño o pruebas, como si fuesen trabajadores manuales produce un desgaste mental acumulativo que, con el suficiente tiempo, degenera en la situación actual. Las diez horas extras de trabajo semanal de forma rutinaria se traducen en agobios e inseguridad para el empleado. Ello provoca que el trabajador sea más propenso a cometer fallos, aunque sea un experto en la materia; y estos fallos requerirán de al menos un orden de magnitud superior de esfuerzo para ser corregidos, decrementando así la productividad empresarial considerablemente y haciendo pensar al trabajador que no está cualificado para desarrollar sus tareas. Expertos fallando tan a menudo en su campo de experiencia, sumado a una gran sobrecarga permanente de trabajo, desembocan en una pérdida de confianza en sus propias habilidades y un desperdicio en recursos humanos y monetarios por parte de la compañía.
En el lado optimista de las primeras interpretaciones surge la idea de que es normal sentirse abrumado por el trabajo en una empresa los primeros años de incorporación; más aún si es una empresa de élite en su campo como las que han participado en el estudio. En ese tipo de empresas el material que el trabajador debe aprender desde el primer minuto es superior al que podría interiorizar en décadas, y tanto sus superiores como los directivos están al corriente de ello. El trabajador es contratado porque la empresa ve potencial en él como para digerir todo ese conocimiento a largo plazo, y es muy probable que el trabajador no sea consciente de ese detalle. Después de todo los empleados estudiados son expertos en computación, no en recursos humanos.
En esta profesión la clave radica en tomar desafíos de forma rutinaria. Empujarse a sí mismo hacia lo desconocido y aprenderlo de manera semiautodidacta es un requisito. En la actualidad se trabaja y se dan por sabidos protocolos y algoritmos que no llevan ni media década publicados. Es utópico pues terminar la formación estando al nivel de conocimientos requerido para desarrollar la profesión. Esta ocupación exige que la principal habilidad del trabajador no sea conocer los miles de protocolos, algoritmos o soluciones arquetípicas, si no la capacidad de aprendizaje y adaptación constante. Esta es una carrera profesional dinámica en plena expansión que pide una autoinversión contínua por parte del empleado. Los expertos de este gremio tienen un conocimiento muy profundo pero estrecho de una pequeña área tecnológica específica; la mayoría simplemente posee un conocimiento superficial y amplio. ¿Acaso eso los convierte en farsantes? En cierta medida sí, todos los informáticos somos fraudes, pues lo que importa es nuestra capacidad de aprender y aplicar el conocimiento adquirido, no dominar totalmente unas herramientas específicas.
Todo esto nos lleva a pensar que la afección descubierta por el estudio son los primeros ecos de una enfermedad profesional tan propia de la informática como los daños pulmonares de un minero o la radiación absorbida por un astronauta. La computación se une a la lista de profesiones con efectos nocivos inevitables en la salud.
Jorge Luque
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