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El amor es el motor que mueve el mundo, por supuesto que va más allá del tiempo, de la edad e incluso del espacio. Los sentimientos son intangibles, puros, abstractos, y sin embargo existen. El que no ama no tiene motivo para levantarse cada mañana.

La literatura, como arte, ha sabido cultivar a la perfección este tópico. Shakespeare, en Romeo y Julieta, nos muestra cómo el amor florece en los lugares más insospechados, en medio de rencores y animadversión de dos familias enemistadas. Y no solo eso, sino que se impone y perdura más allá de la vida. Ya ha llovido desde el s. XVI y todavía se recuerda ese amor trágico, prohibido, que no entiende la ley del tiempo ni la enemistad de los linajes.

La vida cotidiana, mucho más tangible, también nos enseña que el amor no entiende de edades, poco menos que un número. Numerosas son las parejas  en las que la edad parece no importar mucho. No obstante, se imponen tópicos sociales en los que parece no estar bien visto que la diferencia de edad supere los 3 ó 4 años. Sin embargo, cuando el sentimiento aparece, que se quiten los estereotipos.

El amor va más allá del tiempo, la edad o la muerte. Descansan juntos en la oscuridad los que una vez compartieron la luz, así reza el epitafio de una lápida perdida entre la multitud de un cementerio londinense.

         Pedro Aguilera Sánchez

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