¿EL RÍO DE LA VIDA? por Jesús Armesto
Hace muchos años escribí mi primer guión para un documental. Era un encargo que trataba sobre el río Guadalquivir que llamaron “El río de la vida”.
Hoy paseaba bajo el sol de la misma ciudad. Río arriba, por su vereda exenta de la agenda folklórica de la ciudad, lo subía recordando algunos de los planos y frases del texto en off de aquel ingenuo trabajo documental, aún sin cuerpo cinematográfico, aunque quizás con impronta poética. Me asombra lo cercano que me parecen esos momentos de escritura y concentración.
Llegando a la majestuosa obra de hierro que es el puente de Triana, me sorprendo con una procesión, y aún más con el bullicio humano que lo acompaña, no dejando hueco alguno sobre el puente. Soy curioso. Extremadamente curioso. De modo que subo, me acerco, y me inmiscuyo en el oceáno de cuerpos que forman aquel paisaje irracional.
Pasada la virgen, en un paso todo de oro, y una vez liberado, continúo mi paseo río arriba.
En el siguiente puente, me vuelvo a sorprender con otro paisaje, al que me acerco también. Dos hombres acostados en el suelo entre unos harapos burdeos y marrones, ya roídos, duermen a plena luz del día. Inmediatamente, tengo el acto reflejo de mirar atrás hacia el otro puente donde aún transitan obnubiladas cientos de personas. Mi mirada regresa al silencio que rodea a estos cuerpos vivientes, a sus tronos de soledad.
Quieto, como una estatua entre ellos y la orilla, dudo sobre qué hacer. Acercarme. Despertarlos. Atenderlos. Ofrecer mi ayuda.
Miserablemente, continuo mi camino, también solitario pero no ya silencioso, subiendo el río.
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