EL INSTITUTO SAN FULGENCIO. UNA PARTE DE NUESTRA VIDA. por Juan Méndez Varo
La década de los años sesenta del siglo XX nos trajo a los ecijanos acontecimientos relevantes para la vida y la historia local. De forma paulatina se estaba saliendo de una situación difícil: la posguerra. La ciudad vivía o malvivía con grandes carencias en todos los sentidos, pero en esta década comienzan los primeros pasos para el desarrollo de la ciudad. Los cimientos de este desarrollo los tenemos, entre otros, con la traída del agua potable a Écija, con lo que se ponía fin a una situación endémica de subdesarrollo; o la construcción de dos modernos centros educativos en la ciudad: la SAFA y el IES San Fulgencio.
La apertura del Instituto San Fulgencio no sólo llenó de alegría a los ecijanos sino también a la comarca. El 5 de octubre de 1965, con la presencia del Ministro de Educación Lora Tamayo; el gobernador civil, Utrera Molina; el alcalde Joaquín de Soto; junto con el presidente de la Diputación de Sevilla, el rector de la Universidad hispalense y en presencia del primer director del centro, José Ruesga Salazar, las puertas del Centro Educativo quedaron abiertas para la formación intelectual de la juventud ecijana.
Pero las puertas del centro también quedaron abiertas al mundo laboral y a tal fin se abrió la convocatoria en la modalidad de bachillerato nocturno. No se cubrió el cupo mínimo necesario en primera instancia y para ello se celebraron distintas reuniones entre la dirección. Había que cubrir necesariamente el cupo y los alumnos inscritos decidieron buscar entre los amigos y compañeros de trabajo las ventajas que tenía estudiar el bachillerato. Resuelto el problema, en el mes de noviembre de 1965, se llevaron a cabo las pruebas de ingreso y el comienzo de curso. A partir de dicho mes, las aulas quedaron abiertas de 7 a 11 de la noche, donde se impartían las asignaturas de Religión, Lengua española, Geografía, Matemáticas, Dibujo, Formación del espíritu nacional y Educación física. Y así, jóvenes de las más diversas actividades laborales (carpinteros, albañiles, mecánicos…) gracias a la oportunidad que se les ofreció llegaron a ser maestros de escuelas, ATS, directores de banca, gerentes de empresas, oficiales de notaría, empresarios de la construcción, etc.
Había flexibilidad en el horario porque algunos estudiantes concluían el suyo laboral a la misma hora del inicio de las clases. Los alumnos del nocturno estaban además exentos de llevar uniforme y tenían las clases mixtas: los estudiantes del diurno, como se sabe, estaban divididos en dos alas, y el recreo tenía un muro central que dividía igualmente a los alumnos de ambos sexos.
No se olvidan tampoco las visitas culturales que se hacían algunos fines de semanas; en concreto, la visita a una bodega de Montilla propiedad de unos de los profesores. Los alumnos quedamos gratamente satisfechos con las explicaciones que se nos dio en el proceso de producción de los vinos de Montilla. Les puedo garantizar que el retorno a Écija fue muy alegre.
Debo hacer un especial reconocimiento a la labor de los profesores que impartieron su docencia en aquellas épocas difíciles, por lo limitado del tiempo del que se disponían para transmitir los conocimientos. Entre las anécdotas que vivimos con ellos caben destacar dos: aquel día en el que la profesora doña Argeli, quien impartía sus clases con tanta paciencia y cariño, advirtió a sus alumnos de la obligada asistencia a su clase el mismo día de un partido de Europa que jugaba el Real Madrid. Los alumnos no faltaron a esta, pero se encontraban divididos de forma distinta a la habitual y los niños se concentraron en los asientos del final de la clase; esta irregularidad se descubrió cuando un alumno, seguido de los demás vitoreó un gol. Entonces, se descubrió que alguien había llevado un transistor a clase, por lo que se pidió que los alumnos volvieran a sus puestos habituales.
Y especial recuerdo tengo de un joven profesor que se presentaba a clase con traje y corbata, por el respeto que le tenía a la enseñanza. Era delgado y su cara delataba una enfermedad que le iba mermando la salud. Comenzaba sus clases en un horario inglés. Ponía todo su esfuerzo para que captáramos sus enseñanzas. Nos animaba a leer y nos buscaba libros, a estudiar con el mensaje de que con un pequeño esfuerzo podíamos tener un trabajo digno en la sociedad. Una noche le vimos entrar a clase con dificultad. Su voz y su movilidad indicaban que estaba pasando un mal momento; casi coincidiendo con la conclusión de su clase, cayó desplomado en la tarima del aula. Rápidamente lo trasladamos a la sala de profesores y se llamó a un médico. Tras ser reconocido nos informó que lo mejor era trasladarlo a su domicilio y llamar a su familia residente en Madrid. Este profesor se hospedaba en una casa particular donde lo llevamos ya de madrugada. Cuando lo dejamos en su habitación, la dueña de la casa nos pidió encarecidamente que no la dejáramos sola y que nos quedáramos allí durante toda la noche hasta que llegaran los familiares, por lo que un grupo de voluntarios decidió quedarse. Íbamos a verlo durante toda la noche y siempre se percataba de nuestra presencia porque estaba más preocupado por las molestias que nos estaba causando que por su estado de salud.
Era magnífica la armonía entre los alumnos del nocturno. Siempre había un compañero dispuesto a aclararte alguna duda o facilitarte sus apuntes. El destino me puso en el camino a una joven de piel blanca y siempre con una sonrisa en la cara. Y de tanto ir y venir por los apuntes surgió una buena amistad y, esa amistad, brotó el noviazgo. Y si el instituto san Fulgencio fue “el templo” de nuestras relaciones, la Iglesia de Santa María puso el altar para el matrimonio del que tenemos tres hijos. Los tres, como no podía ser menos, cursaron su bachillerato en el Instituto San Fulgencio.
Juan Méndez Varo.
Ex alumno del nocturno del IES. San Fulgencio
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