EL DILEMA DE LA MEMORIA DEMOCRÁTICA por Francisco J. Fernández-Pro
A comienzo de los años ochenta del pasado siglo me presentaron a un profesor de Historia, recién llegado al Instituto “San Fulgencio” de Écija (creo que, entonces, de Enseñanza Media), con el que tuve una sola conversación que, sin embargo, se me quedó grabada para siempre. Fue en el recién inaugurado Bar Riveira de la calle Mendoza. En un momento de la conversación -que trataba sobre la materia curricular que se abordaba en su clase- el hombre soltó, como si nada: “…pues yo me salto directamente a Adolfito Hitler ¡Me da tanto asco, que ni me paro!” Sentí una especie de escalofrío que, después, con los años -sobre todo en estos últimos- he vuelto a sentirlo muchas veces. El hombre remató “Es que hay cosas en la Historia que me dan yuyu…”. A mí solamente se me ocurrió la pregunta más obvia: “y si no explicas todo lo que pasó a tus alumnos, ¿cómo evitarán que se repita?”
El hombre quedó un poco desconcertando porque, quizás, había previsto por mi parte una reacción más conforme con su postura. Adivinando su desconcierto, aproveché para continuar con una breve disertación que, más o menos, vino a ser así: “Date cuenta de que Adolfito no fue una casualidad, sino la consecuencia de un montón de acontecimientos que sucedieron desde mediado el siglo XIX hasta que los alemanes lo eligieron democráticamente en las urnas,… y que algo así ocurriera tiene que tener su lectura.
“Si tú no le explicas a tus alumnos lo que fue el apogeo nacionalista provocado por el Régimen Imperialista, las causas y las consecuencias de la I Guerra Mundial, la escenita del Tratado de Versalles en la Sala de los Espejos, las condiciones de ese tratado para los alemanes,… ¿Cómo van a saber tus alumnos de dónde surgió Adolfito y su partido nazi?”
La conversación tuvo poco recorrido, le comenté que el de Hitler era el mismo caso que el de Lenin, el de Stalin, el de Franco, el de Napoleón o el de Julio César. La Historia no es sólo un hito -un mojón aislado que resalta en el camino del Tiempo-, sino una verdadera cagalera que va emporcando a la Humanidad de generación en generación y por entre sus Edades. Todo se deriva de todo; cada uno de sus hitos tiene sus por qué, sus razones y sus consecuencias. La Historia tiene una Intrahistoria que la determina, la causa o la justifica y que, sin embargo, la mayoría de nosotros muchísimas veces desconocemos y, casi siempre, desapercibimos ante los grandes acontecimientos que despiertan nuestra curiosidad y los héroes caídos o encumbrados que admiramos.
Quizá fuera por esta certeza que me sorprendí al comprobar que este gobierno -al que tantas filigranas eufemísticas se les ocurren, para decir lo que quieren decir sin parecer que lo dicen, evitando así el cabreo del personal-, últimamente había permutado el término “Memoria Histórica” por el de “Memoria Democrática”.
Creo que, al final, se han dado cuenta de la barbaridad que supone meterse en un berenjenal como la “Memoria Histórica” pura y dura. Esa memoria exige entrar a fondo, escarbar y tener que reconocer los dos filos de la navaja, las dos caras de la moneda, lo bueno y lo malo, sin reparar en bandos ni en ideologías, sólo en hechos concretos… y, muchas veces -demasiadas, diría yo- cuando la Verdad del Pasado se nos aparece en pelota picada, a más de uno se le acaba encogiendo el culo instintivamente.
Cambiar el término “Histórica” por “Democrática”, es darle patente de corso a la Memoria. Así, cualquiera que quiera investigar puede saltarse un montón de trincheras, silenciar hechos relevantes, enmudecer infinidad de disparates, burlar un millón de embestidas y omitir montones de frases, escritos y sentencias, llenas de ira o de odio incontrolado. De los “democráticos” claro, porque a los “otros” -de los fachas- no se les debe pasar ni una.
Me resulta increíble esta maniobra o esta ingenuidad. Si es una ingenuidad, por cegata; más, si es una maniobra, por maquiavélica, revanchista, desvergonzada, manipuladora y torpe.
Si Tratamos de Memoria Histórica, podríamos hablar de confrontaciones inciviles entre hermanos, de los que todos podemos aprender. Si lo hacemos de Memoria “Democrática”, lo que intentamos –claramente- es delimitar unos conceptos del bien y del mal preestablecidos, no por la Historia real, sino por el revanchismo sectario de algunos hechos concretos, como si no hubieran matices, ni condicionantes previos, ni posible causística: sólo la Bondad y la Maldad, pura y dura. Ángeles y demonios.
No obstante, si volvemos la vista atrás, la verdadera Historia de los hombres nos da un tirón de orejas a la primera de cambio. ¿Memoria Democrática?, ¿Incluiríamos la Democracia de Atenas que, siendo la más antigua y ejemplar, no era Democracia en realidad? ¿Incluiría a la Revolución Francesa que, tan del Pueblo era, que se cargó al medio Pueblo que no la compartía? ¿Incluiría a Napoleón, que con tanto ahínco defendió la República para -después- coronarse emperador? ¿Incluiría el Marxismo y su lucha del proletariado, con su Revolución Bolchevique y sus más de cien millones de muertos desde sus inicios? ¿Incluiría el Partido Nacional Socialista Obrero Alemán, que obtuvo el poder en las urnas en 1933 y el referéndum nacional del año siguiente, en el que su líder, Adolfo Hitler, consiguió más del 88 % de los votos alemanes, para ser elegido Führer de Alemania?… Todo esto, por no hablar de España y de nuestra guerra (in)civil, los fascistas de uno y otro lado, los de la Falange, los carlistas, los comunistas varios, los anarquistas, los socialistas de Largo Caballero, los….
No sé por dónde comenzarán a estudiar esa Memoria “Democrática”, que ya me parece un esperpento, pero espero -por el bien de nuestro futuro- que no acabe en los libros de nuestros hijos.
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