DE ÉCIJA A SEVILLA POR EL RÍO GENIL por Ramón Freire. Diario de a bordo
14-21 de Agosto de 2013.
Fue en el río Genil, ese río nuestro, de amores y desamores, repleto de alegrías y también de no pocas tristezas para nosotros, cantado por los poetas en numerosas ocasiones, como lo hiciera García Lorca en su Baladilla de los tres ríos, que, naciendo en Sierra Nevada y haciendo maridaje de cristal con el Darro, deja la vega granadina para buscar la provincia cordobesa y tras entrar en la tierra astigitana, se funde y confunde en las aguas del Guadalquivir, una vez que pasa Palma del Río.
Pues bien, este río nuestro, que ya fue navegable para los romanos cuando dominaban la Astigi Augusta, por el que transportaban el aceite de nuestros olivares hasta los grandes barcos que tenían en el Guadalquivir; este río, que en el siglo XIV, por mandato del Rey Don Pedro, ordenó que se dejara navegar en él a los barqueros que, desde Sevilla se dirigían a Córdoba, también fue testigo en el verano de 1954, de una odisea llevada a cabo por tres ecijanos, intrépidos y aventureros, mucho más valorada teniendo en cuenta la poca relación con la marinería que tiene nuestra Ciudad, personajes, a los que si yo no hubiese conocido posteriormente, podría haber dudado de su aventura fluvial. Por eso, en estos días del caluroso mes de Agosto de 2013, cuando se cumplen 59 años del final de dicha travesía, he creído de interés, el volver a dar a conocer lo acaecido y digo volver, porque ya hice referencia a ello, cuando publiqué mi libro Écija, lo que no conocimos y lo que perdimos.
En aquel verano del año de 1954, Alfonso Osuna Díaz, Pedro Ostos Benítez (q.e.p, descansen ambos) y Alfonso Martín Martín, eran, por aquellas fechas tres ecijanos, estudiantes, que se encontraban disfrutando del periodo vacacional universitario en su nativa Écija.
Conociendo como conocí personalmente a los mismos y con mayor relación a Alfonso Osuna Díaz, con quien tuve el grato privilegio de compartir su sincera amistad y caballerosidad, no me extraña la aventura que les voy a relatar y de la que, siento ahora pena, por no haberlo podido comentar con mi buen amigo Alfonso Osuna (si lo pude hacer con Pedro Ostos y Alfonso Martín), pues al cabo de muchos años después de dicha odisea y ya fallecido Alfonso Osuna, llegó a mi poder el testimonio escrito que tan marinero trío dejó escrito, quizás sin pensarlo ellos mismos, para la posteridad; testimonio escrito que, posiblemente, algunos de los descendientes de los mismos, como me pasó a mí, no conocerán, al igual que, supongo, ustedes queridos lectores, motivo por el que creo debe ser dado a conocer, máxime, cuando actualmente en el año de 2013, son ya varios los años, que a través de un club de piragüismo, algunos ecijanos han recuperado el deporte de la piragua y utilizan las aguas del Genil para sus prácticas deportivas, e incluso hacen un recorrido más largo, pues han hecho y hacen, varias rutas, una de ellas denominada del aceite, que les lleva desde Écija hasta Sanlúcar (Aprovechamos una fotografía del Club de Piraguismo de Córdoba para ilustrar esta publicación).
Imagino que los amigos y familiares de los tres piragüitas ecijanos, calificarían en aquel entonces esta aventura, como una excursión de placer, pero conociendo la bravura de los ríos Genil y Guadalquivir, con las dificultades que conlleva su discurrir hasta la capital hispalense y realizada la travesía en una piragua, debería por lo menos de calificarse, como arriesgada, aunque placentera por el final feliz que tuvo. Lo que ustedes leerán a continuación, que dejaron escrito los intrépidos aventureros (el autor de dicho relato fue Pedro Ostos Benítez), no exento de ciertos tintes poéticos y literarios, es lo que yo titulé como: Diario de a bordo.
“14 de Agosto de 1954.- Hemos zarpado a las siete de la mañana, de este caluroso día. Écija, con sus altas torres iluminadas por el sol alegre de la mañana, se va quedando atrás. La de San Juan nos dice adiós con un guiño de sus azulejos brillantes. La visión es fantástica, el panorama atrayente, la brisa agradable. Todo ello nos hace presentir un feliz viaje y el optimismo nos invade en este primer tramo de nuestro viaje.
¡Atención! ¡Azuda a proa! Y todas nuestras maniobras resultan inútiles para contener la catástrofe. A tan pocos kilómetros de Écija y esta lamentable contrariedad, por poco volvemos poniendo rumbo a nuestras casas. Pero tras hora y media de trabajos, reparando la piragua y con nuevos bríos, emprendemos la marcha para llegar a “Quintana” a la hora de almorzar.
Hemos repuesto fuerzas y aquí estamos como nuevos Pinzones dispuestos a continuar la empresa. Ya hemos dejado atrás Alcotrista y La Palmosa, donde saludamos a unos pescadores paisanos, entre ellos nuestro amigo Soria.
Y seguimos con ánimos de llegar hasta Tarancón, pero las adversidades nos dejan sólo en la Huerta Cuevas, donde por primera vez arenamos nuestra tienda de campaña. Aquí, la curiosidad de los indígenas apenas nos dejan descansar; unos nos toman por ingleses, otros por franceses y los hubo que hasta por indios nos tomaron.
A la mañana siguiente salimos de la Huerta Cuevas, con etapa directa a Palma del Río; pero nos faltaba experiencia en estos cálculos. Nuestros estómagos al pasar por Doña Mencía, nos indican que es la hora de almorzar, donde fuimos invitamos por una familia atentísima y, la verdad, como nosotros no estábamos muy duchos en el arte culinario y en nuestra embarcación no cabía cocinero, pues optamos por la invitación. A la terminación del día 15, sólo nos encontrábamos en la Presa de las Valbuenas, justamente a mitad de camino entre Écija y Palma.
Amanece el 16 y nuevamente embarcamos, ya sin determinar previamente la escala. A las cuatro de la tarde hacemos parada para el almuerzo en el Cortijo del Judío. Y sin pérdida de tiempo, continuamos bogando, cual corresponde a tres tíos a los que le hierve la sangre (desde luego el hervor se lo debemos al calor, que conste). Al atardecer de aquel día, un precioso atardecer de tonalidades rojizas en el horizonte, nos sorprendió –bueno, mucha sorpresa no fue- en Malpica. Durante la noche sacamos en conclusión el por qué del nombre de Malpica, los mosquitos nos dieron el quid.
Mañana alegre del 17 y decimos alegre porque los señores de Cruz nos obsequian con un opíparo desayuno. Creo que ello nos dio fuerza para llegar, al fin, aquella mañana a Palma del Río. Allí estuvimos todo el día. En realidad era el fin de la primera etapa y bien merecíamos un descanso.
Comenzamos a navegar aquel día, 18 de Agosto, con la idea de llegar a la desembocadura del Genil, lo que logramos a las seis y media de la tarde. Nos pareció poco y seguimos bogando para llegar a Peñaflor a las nueve de la tarde donde pasamos la noche.
Día 19.- Sin novedad hacemos el recorrido Peñaflor-Lora del Río, para almorzar en este punto. Por la tarde seguimos rumbo a Alcolea, pero la noche nos sorprende antes. Por cierto que esa noche la pasamos en claro, con respecto a la comida; mal cálculo de aprovisionamiento. Por ello de madrugada emprendemos la marcha y las primeras luces nos iluminan Alcolea donde reponemos calorías.
Durante el 20 recorremos Villanueva del Río, Tocina, Cantillana y Brenes, donde cenamos y dormimos (todo en nuestra tienda de campana).
El almuerzo del día 23 lo hacemos en La Algaba, habiendo dejado atrás Alcalá del Río y por fin, de un tirón, llegamos a Sevilla a las ocho de la tarde de este día 21 de Agosto de 1954, después de ocho días de navegación por aguas del Genil y el Guadalquivir.”
Imagina quien escribe, que algunos de sus familiares o amigos, estarían esperando a los tres piragüistas ecijanos en la capital hispalense, aunque también cabe la posibilidad de que los mismos, se quedasen en ella para celebrar el final de su aventura, aunque esto es lo de menos, lo más importante fue, que tres ecijanos, igual que hicieron dos mil años antes los romanos y seiscientos años antes los barqueros sevillanos, navegaron por el río Genil, desde Écija hasta su encuentro con el Guadalquivir y por este, hasta Sevilla, para gloria no sólo de ellos sino del bizarro pueblo que los vio nacer.
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