Écija – El Portal Temático Cultural

Fco. Fernández-Pro

Muchos afirman que Don Quijote dijo a Sancho: “Con la Iglesia hemos topado”; y es falso. Realmente, la frase que escribió Cervantes fue: “Con la iglesia hemos dado, Sancho”, y habría que saber si lo hizo con la doble intención que se le atribuye; cosa bastante probable si analizamos algunos hechos que le acontecieron en Andalucía (también en Écija).

Según reza en el prólogo de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, la obra fue “engendrada” durante el encarcelamiento que Cervantes padeció en Sevilla entre los años 1597 y 1598. Allí lo encerró la inquina y las continuas denuncias de las que fue objeto por parte de los que debían darle cuenta como comisario que era de provisiones para la Armada Invencible (uno de ellos, el propio alcalde de nuestra ciudad). Además de esto, dos veces fue excomulgado el autor del Quijote, y las dos en el período comprendido entre 1587 y 1593 cuando, ostentando el citado cargo, se traslada hasta Sevilla y se le ocurre confiscar el grano de la Iglesia.

En cuanto a nuestra ciudad, la primera vez que Cervantes visita Écija, es el 20 de septiembre de 1587, y lo hace para proceder a requisar grano, entre otros propietarios, a una Iglesia prácticamente intocable en aquella época. Este acto le valdrá la primera de sus excomuniones.

No es extraño, pues, su célebre frase y que tuviera las connotaciones que se le atribuyen. Pero, aún así, yo siempre me pregunté por qué los quijotes se topan tanto con la Iglesia, cuando el Espíritu de Justicia y Fraternidad que domina el alma y la mente de Don Quijote, debería estar destinado a presidir cualquier Iglesia.

Por eso, y  como de lo que tratamos en estos artículos es de reflexionar, y estamos en Écija y hablamos del grano que se recauda y el Quijote que sueña en enmendar entuertos y servir a la Justicia; yo quisiera hacer una breve reflexión sobre un asunto que me trae y me lleva como el viento que mueve las aspas de los molinos, y en los que yo sólo veo gigantes monstruosos y embrujos de sordos y ciegos y mudos y mancos y mentecatos.

Tras la solemne Coronación de Nuestra Señora la Virgen del Valle, debería haberse emprendido una empresa social de grandes dimensiones, a la que la Hermandad se comprometió como paso previo a esa Coronación. Todo estaba en regla. Incluso se contaba –y se cuenta- con una gran cantidad de dinero, dispuesto para esa obra social. ¿Qué se iba a hacer? Se pensó en un comedor. Primero hubo problemas con los terrenos, después con los vecinos, al final se trasladó de lugar y se pasó a las Filipensas (que, por cierto, también deberíamos hablar de ellas alguna vez…). Los problemas económicos que fueron surgiendo con tantas variaciones, se resolvían sobre la marcha, gracias a la buena voluntad de una serie de personas y, sobre todo, de uno de esos verdaderos caballeros andantes ecijanos (y nunca mejor dicho…) que, anónimamente, tiraba de cheque –una y otra y otra vez- para salvar cualquier impedimento. Pero, aún así, una y otra y otra vez también, las cosas no resultaban. Cuando no era el sitio, era el posible voluntariado, cuando no era el voluntariado, era el miedo a que la gente se echara para atrás; cuando no eran los seguros sociales de los que serían los trabajadores, era que alguien había pensando que era mejor un Economato que un comedor. Sin embargo, cuando se concluyó que fuera un Economato, también se quedó en suspenso porque se pensó que era mejor esperar y crear una Fundación que salvaguardara los objetivos,… y, así, ¡más de diez años!… Mientras tanto, la Caridad pendiente, la gente esperando, y el caballero andante de la chequera, dándose de morros, una y otra vez, contra los molinos de viento y a punto ya de claudicar y volver las grupas de Rocinante.

Durante los últimos tres años, muchos ecijanos han padecido verdadera necesidad; algunos de ellos, verdadera hambre física. La labor de Cáritas en nuestra ciudad ha sido inconmensurable y nunca estará suficientemente reconocida, pero quizá un Comedor Social salvaría los inconvenientes que padecen las personas que no tienen salud para cocinarse la comida, o no pueden pagar el gas de la cocina o el aceite para freír o la cubertería y las servilletas, o el lavavajillas o los avíos para condimentar el arroz que le dan en la parroquia. Un Comedor Social evitaría un montón de obstáculos con los que puede encontrarse una persona hambrienta y sola o impedida.

La verdad, es que me indignaba la situación y no entendía lo que estaba pasando, más cuando supe que era el Arzobispado el causante de los continuos cambios, de la inexplicable ralentización de todo este proceso, y que ha sido por temor a poner en marcha esos proyectos de porvenir incierto y con la idea de dejar fijados -antes de emprenderlos- todos los flecos administrativos que podían quedar pendientes, me pregunté –y ahora me lo pregunto públicamente, porque me considero en la obligación y, además, me hierve la sangre- cuándo demonios, en esta Diócesis de Sevilla, se olvidaron de un pasaje tan hermoso como el que dice: “Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros, y sin embargo, vuestro Padre celestial las alimenta… Mirad los lirios del campo, cómo crecen. Ellos no trabajan ni hilan, pero os digo que ni aún Salomón, con toda su gloria, fue vestido como uno de ellos… ¿no hará mucho más por vosotros, hombres de poca fe? Por tanto, no os afanéis diciendo: ¿Qué comeremos? o ¿qué beberemos? o ¿con qué nos cubriremos? Más bien, buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su propio afán.”

El hambre y la sed de nuestra gente, de los cristos abandonados que nos rodean, es un hambre y una sed de Justicia que necesita quijotes, gente que se pringue en el día a día y que no dude o espere a considerar los riesgos de lo porvenir. A la verdadera Caridad, le pasa lo que a la Justicia: ha de ser inmediata para que mantenga su esencia. Si esperamos, si la demoramos, puede ser que pierda su naturaleza justa. Por eso, no me extrañó que un profundo humanista, como el Papa Francisco, invitara a los sacerdotes a oler a ovejas, a ser más pastores y menos gestores. Él sabe, perfectamente, que Cristo era un quijote.

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