CATILINARIA PARA CÓMPLICES Y SECUACES por Francisco J. Fernández-Pro
Confieso que esperaba un poquitín más de prudencia y de vergüenza ante los hechos consumados. Mejor callarse -digo yo- que tener que tragarse después tantos exabruptos y letras vomitadas. A veces hay que controlarse y evitar la reacción acalorada del buche agradecido.
Cuando llevas tanto tiempo abanderando de boquilla la causa de la honradez y la transparencia y te aparece un “tito Berni” por la esquina, acompañado de la pandilla y la charanga con la que nos ha sorprendido, no es cosa de saltar contra los periodistas -que sólo son los mensajeros- ni contra los jueces -que son los que salvaguardan nuestros derechos ciudadanos- ni siquiera contra los adversarios políticos que cumplen con su obligación fiscalizando a quienes tienen el poder de hacer favores y aprovechar para servirse y repartir prebendas y comisiones como churros. Cuando se abusa tanto de los privilegios del poder y te cogen con las manos en la masa, si no dimites, por lo menos pide perdón, recula y cállate.
Otra cosa distinta es la reacción que a ciertos individuos -tarambanas de poca sesera- les debe pedir el cuerpo desde el buche para abajo. Sus impulsos sí que pueden resultar imprudentes por responder al clientelismo antiguo que hace a los individuos reos de complicidad. Pero es que hay que comprender que, para muchos de ellos, son ya décadas de clientelismo servil y, como en cualquier otra toxicomanía, lo peor es el periodo de deshabituación. Si les cuesta reconocer que están chupando de donde no deben, mucho más debe costarles soltarse de una teta tan generosa. Sólo así podría entenderse -que no justificarse- por qué invaden medios y redes sociales, jurando y perjurando que su gente sigue inmaculada y que los delincuentes son todos los demás; que lo que ha pasado habrá sido un despiste o que si ocurrió algo fue en el pasado de -por lo menos- una semana y media. Lo escribí hace años: “Si, a pesar de lo que sabemos, alguien nos intenta convencer de que dos y dos son cinco; una de dos: o es que no sabe contar o es que vive de comerse el palote que le sobra”.
Pero, a pesar de que procuro la empatía, hay cosas que -por mucho que abro la mente- me siguen resultando inexplicables y, por eso, sigo preguntándome: ¿Cuánto tardarán en reaccionar los cómplices de tanto disparate? ¿Cómo se atreven a enarbolar la ética y la estética de la honradez y los derechos ciudadanos quienes han renunciado, con sus actos, a cualquier atisbo de decencia? ¿Cómo ejercerán o defenderán esas virtudes los que, con sus acciones, están demostrando que priorizan el Poder y sus privilegios sobre la dignidad y los intereses de los ciudadanos que han prometido servir? ¿Hasta cuándo permanecerán abrazados a sus poltronas? ¿Hasta cuándo aguantarán las ubres del Estado -envejecidas y secas- a tantos mamones de lo Público?… ¿Hasta cuándo abusarán de nuestra paciencia?
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