ABOGADO DEL DIABLO por Francisco J. Fernández-Pro
Cuando estudiaba COU en Osuna, nuestra profesora de Lingüística solía realizar una serie de debates entre los alumnos. Estos debates, que nos ejercitaban en el arte de pensar, nos mostraban –de paso- una curiosa paradoja sobre la naturaleza de los actos: la mayor parte de las veces, los actos no son intrínsecamente buenos o malos, sino buenos y malos a la vez, porque sus verdades casi siempre son relativas. No suele haber verdades absolutas. Una moneda tiene dos caras, cualquier espada tiene dos filos.
Consecuencia directa de esta relatividad, es mi convencimiento de que ser quijote implica ejercer como abogado del diablo cuando se trata de defender la parte de la verdad que quiere ignorarse; pues los quijotes sentimos la necesidad de combatir aquello que los demás atacan y, de alguna forma, ejercer contracorriente y esgrimir las razones que –existiendo, para bien o para mal- los demás critican o avasallan.
Tal es así, que vivo en la paradoja de que muchos sevillistas me tienen por bético, mientras hay béticos que me consideran sevillista; gente de derecha que me pinta rojo y de izquierda que lo hace de azul; monárquicos que me creen republicano y republicanos que me tienen por monárquico; creyentes que casi me condenan por ateo, y ateos que me critican por meapilas. Más yo, siguiendo la lógica sobre la naturaleza de las cosas y esto de ser quijote, en todos los casos, no me considero ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario y todo al mismo tiempo (porque de eso, quizá, se trata la objetividad)
Pues bien, estas letras se deben a un hecho ocurrido tras la publicación de uno de mis artículos en Écijaweb, titulado “Los Mausoleos”. Éste, suscitó más comentarios de los habituales y, lógicamente, aunque algunos fueron de bastante interés, otros anduvieron escasos de argumentos y, como suele suceder a veces en estos debates, a falta de razones objetivas, se recurre a un cierto tono agresivo -ajeno al respeto que debe presidir cualquier diálogo- llegándose, incluso, a la ofensa personal.
Llegado a este punto, mi hija Clara (que es tan quijote como yo, pero mucho más brava) se lanzó a tumba abierta sobre la yugular de quien realizó estos comentarios y yo, que no pensaba volver a intervenir (pues no suelo hacerlo llegado al punto sin retorno de la sinrazón), me sentí obligado al quite para aclararle a mi interlocutor –con la esperanza, también, de que ella callara- lo que, para mí, había quedado suficientemente claro. Por eso, con estas letras, quiero hoy reiterarme –por enésima vez- en una postura que mantengo desde siempre y que creía ya meridianamente clara.
Aunque, como quijote, mi código ético me obliga a ejercer de “abogado del diablo”, cuestionando –por su naturaleza relativa- cualquier razón o verdad, a fin de llegar a conclusiones objetivas y posturas más justas, quiero dejar muy claro que rechazo y aborrezco todos los crímenes, tanto los de la derecha como los de la izquierda; y, en consecuencia, condeno a los hipócritas que, mientras condenan unos, disculpan o justifican los otros (sean los que sean).
Rechazo a los criminales nazis, fascistas, comunistas o los de cualquier “ista” que arrebaten la vida o la libertad de los que piensan distinto; y, en consecuencia, aborrezco a los que le ponen nombres a las calles o los intercambian o rinden honores a estos asesinos (a cualquiera de ellos).
Abomino de las balas que fusilan la Palabra contra el paredón del miedo o de las cárceles -escondidas y ajenas a cualquier dignidad- que la reprimen o la enmudecen; y, en consecuencia, condeno al tirano que atenta o haya atentado contra el libre pensamiento del Hombre, se llame como se llame: Franco, Mussolini, Stalin, Hitler, Mao, Fidel, Maduro, Noriega o Bin Laden
. Siento rabia contra los fanáticos y pena por los pusilánimes, por los que se callan siendo conscientes de estas realidades; y asco me dan los que pasan ante ellas como ciegos, negándose a considerarlas sin ambages, ignorando una de las dos caras de la moneda, criticando sólo uno de los dos filos de esta espada homicida.
Pero, sobre todo, lamento que este instinto mío de quijote irredento, me obligue a ejercer con tanta frecuencia de abogado del diablo, al advertir que, cada día, hay más españoles que ignoran la necesaria objetividad que debe implicar la reflexión sobre la naturaleza –doble y opuesta entre sí- de cualquier asunto. Individuos éstos, inamovibles, dogmáticos e inconscientes del peligro real que conllevan los ignorantes fanatismos y los sectarismos injustos.
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