Écija – El Portal Temático Cultural

Han aguantado, bien pasada la hora de cierre, las chorradas de los pesados de “la espuela” y “la penúltima” que nunca acababan, cuando querían estar en casa, para ver y besar a sus hijos antes de acostarse. Han sufrido, sin contestar, las malas formas de los percebes que digieren las copas mal. Escucharon cien veces las frustraciones de quienes van solos, sin amigos que los soporten, haciendo de psicólogos y psiquiatras. Han sentido la tristeza de tener que negarle la copa a más de un pobre alcoholizado, y en ocasiones los han acompañado a su casa, para que no se cayeran ni les pasara nada. Y las que eran mujeres, además, han aguantado gracietas de unos, e impertinencias de salidos y desalmados. Son solo unos ejemplos de la dura profesión de camarero.

¡Y qué decir de las cocineras! Algunas, haciendo tapas y raciones exquisitas en minúsculos reductos apenas ventilados; recalentados por el calor ecijano, y por cazuelas y freidoras ardiendo y humeando. Nunca salían a la barra. Soportaban lo que hiciera falta, en silencio, ocultadas, mientras limpiaban y fregaban los cacharros.

Profesiones dignas y esforzadas ¡Cuánto les debemos…. Y qué poco las valoramos! La gastronomía también es patrimonio, y es pura cultura. Un tapeo exquisito, una comida deliciosa, un lugar y servicio agradable, son el mejor reclamo al turista.

También han sido esenciales en nuestra forma de vivir. Lugar de encuentro, de diversión, de desahogo, de celebrar, de invitar, de conocer…..

Hace muchos años, el bar era un pequeño reducto de libertad para quien necesitaba desahogar sus anhelos políticos y no podía. Hablo de mi época de joven. Allí, en una barra de pueblo, ya anochecido, muchos oímos por primera vez razones que no conocíamos, y supimos que la verdad viene de escuchar a todos y reflexionar.

La Transición vino del deseo de entenderse de la gente, que surgía en conversaciones y tertulias que se hacían, sobre todo, en los bares. La barra y el vino favorecían la complicidad, el avenirse a entender a los demás. Ese deseo de entenderse, lo han perdido los políticos, por desgracia; pero creo que la gente normal, no; a Dios gracias.

Pasados un poco –no mucho- de rosca, llegaba la maravillosa exaltación de la amistad, y no era raro que terminara en abrazos lo que parecía empezar mal. También en los pubs –bares más finos, a fin de cuentas-, con el fondo de la gran música de la época, muchas parejas se conocieron y enamoraron; y tratamos de arreglar el mundo con ideas que fluían pareciendo ser inéditas y geniales, y se exponían con pasión, ante otras antagónicas. Se discutía sin enfados; quedando siempre por encima el respeto y la amistad.

Los bares forman parte de nuestra cultura, de lo mejor de nuestra vida. Tenemos que defenderlos y preservarlos. La mejor forma de hacerlo es disfrutar de ellos. Y ahora, yendo a las terrazas, pero no de cualquier manera.

PONGÁMONOS LAS MASCARILLAS EN LAS TERRAZAS, PARA PROTEGER A NUESTROS BARES. Que vean que son un lugar mucho más seguro que cualquier otro, y no los cierren. No cuesta ningún trabajo. Dejémoslas puestas mientras estemos sentados.

Ahora, que están en su mayoría parados y mal viviendo; que sepan que no los olvidamos. Dios quiera que pronto volvamos a disfrutar de su oficio, y ellos sigan teniendo la paciencia de aguantarnos. Necesitamos que camareros y cocineros vuelvan al trabajo. Que nos ayuden a recuperar la alegría que hemos perdido.

Por tantos momentos agradables de mi vida y afecto que me han dado, les dedico estas humildes palabras. Pocas son para honrarlos como merecen.

¡MUCHO ÁNIMO!

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