Mientras agotamos la primera edición de la Feria de
la Virgen del Valle, de la que justo es significar el acierto
de adelantarla a la vuelta al Colegio, la huella de las sevillanas
es tan innegable como discutible su calidad, ya que sólo
las crepitaciones de las llamadas clásicas han sido consustanciales
a su colorido y esplendor.
Pecaríamos de falsarios si apuntáramos que las
sevillanas rayan a una altura excepcional, pues aunque excitan
más musicalmente que nunca, su vívida impresión
no suele ser ni intensa ni duradera. Se están creando
composiciones conmovedoras del instante, pero como a todos los
cuerpos carentes de peso, les falta el impulso de la genialidad.
Los trabajos actuales responden a la época del 'marketing',
y chispean y estimulan gracias a los arreglistas y a sus combinaciones
técnicas, pero la falta de calidad literaria, la misma
naturaleza ejecutora o la supercarga de adulteración
expresiva, no llegan a impresionar profundamente, al menos a
quien firma.
Y al ritmo de simpleza tan populachera, nos encontramos con
quienes hacen el ridículo con la ‘simple’
mecánica de sus pasos, lo que induce a pensar, por un
lado, que a la Feria se acude para huir de la historia personal,
y, de otro, que en el templo pagano de las calles de toldos
alistados se oficia la vanidad, la falsa prosperidad de un pueblo
que se mitifica a sí mismo y que se deja arrastrar por
el himno de la liturgia para demostrar a los demás que
están en la antesala del cielo, por más que algunos
nos descubran a cada paso la debilidad humana, la negritud del
fondo de sus almas.
Esta Feria de la Virgen del Valle es, a la postre, la forma
más desnaturalizada de pasar de lo religioso a lo profano,
el contraste entre la realidad y la ilusión, la observación
de ver a los demás y sentir el placer de que te vean,
la teoría, en definitiva, de la artificialidad de la
vida ecijana.
Pero ante estos personajes fugaces, políticos de vida
efímera, empresarios de fingida solvencia, niñas
que emulan a la pedorra de Belén Esteban o precipitados
discentes de academias furtivas, nuestra música más
popular también se arracima entre el pueblo innominado,
gentes de buen gusto y colectivos emigrados que conservan en
la retina de su memoria las esencias y los cánones de
la tradición y que dan el tono y el mejor gusto a la
vista, confirmando que las sevillanas han de penetrar con algarabía
en el alma y gracia del cuerpo y que no deben ser rápidas
ni lentas, sino alegres.
La facilidad aparente de estos últimos, es de muy difícil
obtención. La manera natural de participar en la acción
de la danza no se aprende, es un modo de ser y de vivir, inherente
a la persona que dispone de una gran amplitud de imaginación,
y sólo resulta imposible para los que jamás deberían
intentarla, es decir, para quien no es natural. Así que,
para la próxima Feria, que las retamas despejen la espesura
del monte.