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La jactancia en la ciudad efímera.

por Manuel Martín Martín

Foto: Cartel de Feria de écija 2003

 

Mientras agotamos la primera edición de la Feria de la Virgen del Valle, de la que justo es significar el acierto de adelantarla a la vuelta al Colegio, la huella de las sevillanas es tan innegable como discutible su calidad, ya que sólo las crepitaciones de las llamadas clásicas han sido consustanciales a su colorido y esplendor.
Pecaríamos de falsarios si apuntáramos que las sevillanas rayan a una altura excepcional, pues aunque excitan más musicalmente que nunca, su vívida impresión no suele ser ni intensa ni duradera. Se están creando composiciones conmovedoras del instante, pero como a todos los cuerpos carentes de peso, les falta el impulso de la genialidad.

Los trabajos actuales responden a la época del 'marketing', y chispean y estimulan gracias a los arreglistas y a sus combinaciones técnicas, pero la falta de calidad literaria, la misma naturaleza ejecutora o la supercarga de adulteración expresiva, no llegan a impresionar profundamente, al menos a quien firma.

Y al ritmo de simpleza tan populachera, nos encontramos con quienes hacen el ridículo con la ‘simple’ mecánica de sus pasos, lo que induce a pensar, por un lado, que a la Feria se acude para huir de la historia personal, y, de otro, que en el templo pagano de las calles de toldos alistados se oficia la vanidad, la falsa prosperidad de un pueblo que se mitifica a sí mismo y que se deja arrastrar por el himno de la liturgia para demostrar a los demás que están en la antesala del cielo, por más que algunos nos descubran a cada paso la debilidad humana, la negritud del fondo de sus almas.

Esta Feria de la Virgen del Valle es, a la postre, la forma más desnaturalizada de pasar de lo religioso a lo profano, el contraste entre la realidad y la ilusión, la observación de ver a los demás y sentir el placer de que te vean, la teoría, en definitiva, de la artificialidad de la vida ecijana.

Pero ante estos personajes fugaces, políticos de vida efímera, empresarios de fingida solvencia, niñas que emulan a la pedorra de Belén Esteban o precipitados discentes de academias furtivas, nuestra música más popular también se arracima entre el pueblo innominado, gentes de buen gusto y colectivos emigrados que conservan en la retina de su memoria las esencias y los cánones de la tradición y que dan el tono y el mejor gusto a la vista, confirmando que las sevillanas han de penetrar con algarabía en el alma y gracia del cuerpo y que no deben ser rápidas ni lentas, sino alegres.

La facilidad aparente de estos últimos, es de muy difícil obtención. La manera natural de participar en la acción de la danza no se aprende, es un modo de ser y de vivir, inherente a la persona que dispone de una gran amplitud de imaginación, y sólo resulta imposible para los que jamás deberían intentarla, es decir, para quien no es natural. Así que, para la próxima Feria, que las retamas despejen la espesura del monte.

Información: Manuel Martín - el Periódico de Écija