La
ecijana Leonor de Henestrosa y el Doctor de la Iglesia San
Juan de Avila. (por Ramón Freire
Gálvez)
Nació
en Écija a finales del siglo XV o principios del XVI,
hija de Juan de Henestrosa, Señor de Turullote y de
Ana Aguilar (hija de Fernán González de Aguilar
y Elvira Ponce de León). La carencia de registros a
la posible fecha de nacimiento de esta ilustre ecijana, nos
impide aportar sus datos bautismales.
Contrajo
matrimonio con Tello de Aguilar El Ciego, Regidor de Écija,
quinto señor de la casa de Aguilar y tuvieron por hija
a Doña Gregoria de Mendoza. Es la madre de Fray Antonio
de Aguilar biografiado en su lugar correspondiente. La importancia
de esta ecijana, llamada La Santa, fue, por ser contemporánea
del venerable Juan de Ávila y Fray Luis de Granada,
la relación que mantuvo con los mismos, llegando a
escribir, bajo el seudónimo de Doña Leonor del
Costado, la obra Cartas espirituales a Fray Luis de Granada.
En
la vida del propio Juan de Ávila se le menciona de
la siguiente manera: ...De doña Leonor de Inestrosa.
En la misma ciudad de Écija hubo una señora
principal, grande discípula de este padre, mujer de
Tello de Aguilar, que es un mayorazgo noble en aquella ciudad;
el nombre de esta señora era doña Leonor de
Inestrosa, noble alcurnia de aquel linaje. Mas ella trocó
ésta por otra más noble; ca, escribiéndome
algunas cartas, se firmaba doña Leonor del Costado,
por ser ella devotísima de esta rosa hermosísima.
Posaba en casa de esta señora el padre Ávila,
y cumplióse en ella lo que el Salvador promete, diciendo
que sí en la casa donde fueren recibidos hubiere algún
hijo de paz, descansará sobre él vuestra paz;
quiere decir: hacerse ha participante de vuestros bienes y
gracias.
Dos
cosas notables diré de esta señora. La una fue
que falleciendo una hijica suya de once o doce años,
a mediodía, dije yo, que presente me hallé,
que se debía llevar a enterrar aquella tarde, recelando
la pena que ella, como madre recibiría teniendo toda
la noche el cuerpo difunto de la hija en casa. A esto respondió
ella: Padre, ¿por qué tengo yo de recelar de
tener toda la noche un cuerpo santo en mi casa, como lo era
el de esta niña? Y díjome después que
fue tan grande la consolación que su ánima recibió,
considerando que aquella niña iba a gozar de Dios,
que con ningunas palabras lo podía explicar. Y añadió
más, que recibió grande pena con las señoras
que en aquel tiempo acudieron a visitarla, porque le impedían
algún tanto el gusto de aquella grande consolación,
en la cual quisiera ella estar ocupada noches y días.
Este lenguaje, ¿cómo lo entenderá el
mundo? Mas entendíalo el Apóstol, el cual aconseja
a los cristianos que no imiten a los gentiles, que lloran
sus muertos porque no esperan otra vida, mas el cristiano,
que participa el espíritu de esta señora, alégrase
con la esperanza firme de la vida advenidera.
Otra
cosa notable me contó ella y fue ésta: que estando
con dolores de parto, no se halló presente el padre
Ávila, que en estos tiempos la socorría, como
huésped agradecido, con el favor de sus oraciones.
Y como ella se vio desamparada de este socorro, presentóse
con el espíritu a Nuestro Señor con una profundísima
humildad. Y aquel Señor, que sabe agradecer la huespedería
que se hace a sus siervos, asistió en lugar del buen
huésped; y me certificó ella en toda verdad
que en el punto del mayor dolor que se tiene en los partos,
ninguno sintió; porque el Señor, por su especial
providencia y amor que tenía a esta buena ánima,
dispensó con ella en la pena a que están sentenciadas
todas las mujeres en sus partos.
Era
esta señora muy temerosa de conciencia; porque, aunque
era lenguaje suyo muy usado decir que Nuestro Señor
la amaba, dudaba ella de su amor para con Él. Y así
este padre le escribía muchas cartas para templar estos
demasiados temores y esforzarle su confianza; las cuales cartas
andan impresas con las otras suyas, y entre ellas es una excelentísima
que está en el fin del primer tomo de su Epistolario,
muy eficaz para esforzar a personas desmayadas y desconfiadas.
Comulgaba esta señora con mucha devoción, y
decía muy discretamente que tenía gran reverencia
el día de la comunión a sus pechos, por haber
recibido en ellos tan grande Majestad.
Y
con ser tantas sus virtudes, no quiso Nuestro Señor
que saliese de esta vida sin una gran corona de paciencia.
Porque cinco años antes que falleciese le nació
un cancro en el pecho; el cual todo este tiempo iba siempre
labrando poco a poco, con un humor tan maligno, que le carcomía
hasta los mismos huesos del pecho, y en llegando al corazón
le acabó la vida. Y la causa por donde Nuestro Señor
visita algunas veces sus grandes siervos de esta manera, es
por no privarlos de la gran corona de la paciencia, cuando
la persona tiene virtud y gracia para poder con la carga (Vida
del Padre maestro Juan de Ávila. Luis de Granada. Tercera
parte. Del fruto de su predicación, y medios con los
cuales se consiguió. Capítulo IV. De la predicación
de este siervo de dios, y del fruto que con ella hizo. Biblioteca
Virtual Miguel de Cervantes).
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