El patio está que arde. El alcalde de Écija,
Julián Álvarez, anunciaba el martes, día
29, una nueva remodelación -y van tres-, destituyendo
a José Miguel Fernández Zorrilla, su primer teniente
de alcalde, delegado de Desarrollo y Empleo y portavoz del grupo
andalucista, al que asignó la concejalía de Salud,
área ésta que no tiene retribución económica
alguna.
La decisión desembocó, por lo pronto, en la renuncia
de Zorrilla al nuevo cargo, en su más que probable pase
al inexistente grupo mixto y en el abandono de una treintena
de militantes andalucistas, entre ellos algunos históricos,
con lo que el PA no sólo perdería la mayoría
absoluta en el Ayuntamiento, sino que se sitúa ante el
problema más grave de su historia: la guerra de todos
contra todos.
De entrada, no oculto tener sobrados motivos para mostrar mi
afecto a Zorrilla, ya que es uno de los políticos más
honesto y coherente que ha conocido la democracia en Écija,
por lo que cuesta creer que el secretario local de la agrupación
andalucista defenestre, porque sí, a quien se postulaba
como el mejor situado para sucederle.
Ahora estamos ante dos frentes, es decir, ante los que piensan
que Álvarez ha actuado de manera autoritaria y unipersonal,
tal que los opositores del recién creado colectivo de
Andalucistas por la Democracia, y los adeptos que creen que
le ha echado dos bemoles a un conflicto que no se inició,
como ahora se dice, el viernes 25 de octubre con esa lista no
legitimada en la que un centenar de firmas le daban su confianza
a Zorrilla para ser el candidato, sino que arrancó hace
un año, justo el tiempo en que la avaricia de unos pocos
ha estado moviéndole el sillón al secretario local.
Al no haber crisis de representatividad, la decisión
se veía venir. A la hora de interpretar la gravedad del
hecho de la terna de marras, el grado de autoridad del responsable
andalucista se ha puesto de manifiesto con un correctivo a la
consecuencia inexorable de la ambición, por lo que, aún
a sabiendas de que los ceses iban a atacar al nudo medular del
PA y sus efectos se extenderían como un reguero de pólvora,
Julián Álvarez ha puesto de manifiesto que en
la carrera política no gana el que más corre,
sino el que mejor sabe correr.
Sea como fuere, mucho me temo que si de todas las crisis se
sacan experiencias, de ésta no van a salir recetas mágicas.
La situación, propiciada por los incitadores a la conspiración,
está muy enconada porque el objetivo de las partes es
el apetito del poder. Y punto.
Así que mientras buscan la solución en el único
marco posible, el asambleario, y no ante una mariscada en Tavira
(Portugal) con Julián Álvarez como anfitrión,
deberían de evitar coacciones y mensajes fundados en
confrontaciones que los ecijanos percibirán como disfuncionales
para alcanzar la satisfacción de sus propios intereses.
De lo contrario, allanarán el camino al portero del infierno
-léase Pacheco-, perderán los andalucistas y a
sus partidarios que les vayan dando, o, como dice la oposición,
que se asocien para luchar contra la extinción del burro.