El número ocho acostado (el infinito), es como una metáfora
de lo que Castilla, el pionero en la elaboración de roscos
con aceite puro le oliva, consiguió aupar en La Luisiana.
Cuentan los luisianenses que Castilla trabajaba en un bar y
comenzó roscos en un añejo horno de leña
para sus clientes.
Tal fama cogieron estos aros de pan que los pueblos de la comarca
y de la provincia entera, empezaron a parar en este pueblo para
comprar roscos, "picos, como se dice en Sevilla".
Floreció después una cooperativa que luego se
segregó, y ahora trabajan en este sector más de
un centenar de personas. Domínguez, los nietos de Castilla,
As de Espigas, El Diablo, Los Torres, Carlos III, El Gallo...
Son los nombres de las empresas que se dedican a hacer no sólo
ochos, también rosquillas, integrales, con ajonjolí,
colines, larguitos...
"Cada rosco tiene su punto", dice Mercedes Fernández,
que cuenta con facilidad, en la panadería que se encuentra
junto a la antigua Casa de Postas, cómo se elaboran los
picos. "Harina, agua, pan, levadura y aceite. Esos son
los ingredientes. Después se amasa, se pasa por la refinadora,
la sobadora y por máquina que la deja más fina
aún:
Posteriormente se pasa a una máquina que corta y hace
el lar guito, que después se une para culminar en la
figura que nos comemos cada día.
El As de Espigas huele permanentemente a aceite de oliva, a
pan recién hecho. Y es que las manos de esta empresa
que creada por cinco amigos en 1997 no paran de trabajar. "Todo
es manual", comenta orgullosa Ana García, que pasa
las horas entre violines, palitos, largos y, por supuesto, entre
rosquillas. Sus delicias de pan se encuentran actualmente en
todos los supermercados de Sevilla y en muchos de Andalucía,
porque La Luisiana ya se conoce en muchos sitios, debido a los
picos, a esas sabrosas rosquillas más buenas que el pan.