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Arco Mudéjar de la Parroquia de Santa Cruz de Écija
Mientras la caída de La Mica daba la
campanada sin que, por fortuna, tuviéramos que lamentar
daño humano, el resto de sus homónimas han tocado
a rebato con el badajo de la nueva directiva de la Asociación
Amigos de Écija, que de nuevo se pone las pilas para
retomar un problema endémico -lo denunció en su
día Francisco Fernández-Pro-, que urge soluciones
inmediatas. Fernando Del Pino, su presidente, ha dado la voz
de alarma. La Junta de Andalucía y el Arzobispado renuncian
a sus deberes al dejar el usufructo histórico de Écija
en manos del abandono, lo que significa que ahora, más
que nunca, todos tenemos que ser Amigos de Écija, pero
eso sí, amigos, que bastante, aunque con gusto, se ha
hecho el primo con El Carmen, San Gil, Los Descalzos, la capilla
de Belén o los tejados de San Francisco.
La situación, a fin de fijar la renuncia
de funciones que delatamos, arranca en octubre de 1990, en que
Juan Manuel Suárez Japón, ex consejero de Cultura
en el Gobierno andaluz, suscribió un protocolo -mera
declaración de intenciones, para entendernos-, con el
Ayuntamiento, a la sazón presidido por el bueno de Fernando
Martínez Ramos, por el que se iban a restaurar el conjunto
de torres y espadañas de la ciudad. Lamentablemente,
sólo se ha actuado sobre 6 de las 31 edificaciones contempladas,
tanto porque el compromiso de proteger, conservar y revalorizar
no se consignó en los presupuestos, cuanto porque con
la iglesia hemos topado, querida Écija. Resulta que la
comisión mixta creada al efecto, es la que establece
las prioridades a través de los BIC, que no es una marca
de bolígrafos, sino que atiende al patrimonio que se
considera Bien de Interés Cultural, con lo que a las
torres y espadañas que les vayan dando, porque en el
catálogo de BIC ecijanos sólo figuran los Palacios
de Benamejí y Peñaflor, el convento de Las Teresas,
el Hospitalito, las murallas y la iglesia de Santiago, que por
cierto aún aguarda a que le restauren el retablo. ¿Dónde
está el truco?. Pues en la habilidad que tiene el Arzobispado
para declinar los arreglos de sus monumentos, que se los pasa
con el mayor arte del mundo a la ciudadanía, ora a través
de la feligresía, ora a través de las hermandades,
tal que San Juan, con lo que, al final, siempre paga el mismo
primo: el pueblo de Écija. ¡Basta ya de tanto callar!.
¡Que hable el Fondo del Patrimonio Mundial de la ONU!.
Nuestras torres, espadañas, iglesias y conventos, han
de ser declarados con urgencia monumentos BIC, porque mientras
en Sevilla están extasiados contemplando el retablo del
convento de Las Florentinas, que ha quedado de dulce en la Hermandad
de Los Gitanos, aquí vemos cómo el patrimonio
se arrodilla y empobrece ante la indiferencia del Arzobispado.
Demos gracias a Dios por los bienes concedidos
-aunque para la Junta no sean de interés cultural-, y
pidámosle a los ministros de la iglesia impidan se coloque
en la A-92 el cartel de "Écija, ciudad monumental:
cerrada por ruinas".