Sevilla
ya no tiene una torre, a pesar de lo que diga la copla, ni
siete, como Écija. (Artículo
de Joaquín Egea en el diario La Razón)
Sevilla
ya no tiene una torre, a pesar de lo que diga la copla, ni
siete, como Écija. Sevilla ya tiene dos. La Giralda
y ese nuevo Monumento, ese nuevo hito histórico que
perpetuará la memoria de nuestros munícipes,
Monteseirín y Torrijos, faros y guías, durante
largos años de esta ciudad. Ésa que llevamos
cincuenta años levantando, en parte, sobre las ruinas
de las construcciones del pasado, al decir de nuestros «modernos».
Desde la Avenida de Eduardo Dato, desde las alturas de la
otrora rimbombante Gran Plaza (otro hito, en este caso viejo
hito de la modernidad sevillana) se distingue y rivaliza en
altura y belleza con la Giralda la nueva imagen de la ciudad:
la Torre Pulido, la Torre Monteseirín-Torrijos, la
Torre Manzanares, artífices y obra unidos para siempre.
Tras contemplar la foto publicada por La Razón, seguro
que cientos, miles de turistas se preparan para venir a ver
esta torre única en Europa, qué digo en Europa,
en el mundo, tal y como ha pasado con las «Setas de
la Encarnación», como auguraba APROCOM.
«Puede estar orgulloso de sus gentes, mi amo…»,
decía el capataz al señorito en una vieja película
española. Y así me siento yo, como uno de aquellos
miserables jornaleros que además de recibir un parco
salario, cuando lo recibían, debían contentar
al amo. Antes, la crítica a la Torre Monteseirín
era como criticar hoy el proyecto de Vázquez Consuegra
en las Atarazanas. A Monteseirín y Torrijos se les
antojó el Monumento y como la democracia cortijera
a la que nos han acostumbrado consiste tan solo en votar cada
cuatro años, tendremos Monumento para rato. Mientras,
eso sí, alguien se está forrando, o son más
de uno. Sí, Sevilla tiene una nueva torre, un nuevo
monumento… a la falta de una verdadera democracia, a
la especulación, al ordeno y mando, a la ineficacia
de algún político, a la memez de los «modernos»,
al urbanismo que enriquece a algunos y al Banco de España.