Historia Cofrade de la Vera Cruz de Jerez
La Vera Cruz volvió a dejar su sello en el Jueves Santo.
La tarde por San Juan de los Caballeros se revistió de
la historia que guarda esta cofradía cuyos orígenes
fueron los mismos que la génesis de la Semana Santa jerezana.
La plaza de Melgarejo y todo el entorno de la histórica
iglesia comenzó a vivir la tarde con la inquietud propia
de los previos a la salida procesional. Media hora antes de
la siete de la tarde, resonaron los viejos goznes de las puertas
del templo, sonido que anticipó a todos que la singular
Cruz de Guía de la cofradía verdinegra estaba
a punto de asomar al exterior. Portada por cuatro nazarenos,
la cruz cubierta con el sudario y anclada a la madera con tres
clavos, todo guareciendo a la reliquia del Lignum Crucis, titular
de la cofradía, comenzó a avanzar por la plaza
y sumergirse por el entramado de calles de los alrededores del
templo alfonsino. Tras ella, los hermanos de túnica de
cola negra y cera verde alzada. Detrás, el paso con el
Cristo de la Esperanza centrado en la única y maravillosa
nave de una iglesia envuelta en una nube de incienso. La música
de capilla empezó a entonar los primeros motetes desde
dentro acompañando la salida del misterio. Fagot, oboe
y clarinete, un trío característico en esta cofradía
que fue la primera en incorporar este tipo de formaciones en
su cortejo.
A la voz de Martín Gómez, el misterio de la Conversión
del Buen Ladrón, con un monte de singular conformaciòn
de corcho natural y salpicado de cardos, yedra y calas, dejó
atrás el dintel del templo. Con un caminar largo racheado,
forma de andar también característico en este
paso, saludó a la tarde bajo el silencio del público
que llenaba la plaza. Fue el momento para detener la mirada
en el conjunto de un paso que experimentó una transformación
que implicó la desaparición de los respiraderos
de talla para sustituirlos por otros de tela de damasco bordados,
este año completado con la incorporación de la
imaginería en miniatura de las seis capillas que se reparten
por el perímetro de los peculiares respiraderos. Y de
la túnica de cola a la de capa cuando empezaron a salir
los nazarenos que acompañaron a la Virgen de las Lágrimas.
Delante de Ella, al igual que en el primero de los pasos, la
singular formación de acólitos cuya disposición,
inspirada en modelos del siglo XVII, no se corresponde con lo
habitual. El palio de cajón azul, severo, elegante y
con cera alta en la candelería y clavel rosa pálido
en piñas cónicas, hizo lo propio desde dentro,
avanzar dejando el vacío detrás de sí,
dejando ver la maravilla de cúpula mudéjar del
presbiterio y la siguiente gótica y la última
renacentista. Una iglesia hecha a una hermandad y viceversa.
Sólo el silencio de las viejas piedras de San Juan era
el protagonista, roto justo a la salida cuando sonó el
tambor fúnebre. La Asociación Musical de Écija
(Unión Musical Astigitana) puso el culmen al momento
que se vivía con la primera marcha, Eterno Descanso,
una formación de gran calidad, de un a treintena de músicos,
con una perfecta afinación, con elegancia a la hora de
la interpretación y con un repertorio exquisito.
La Vera Cruz reeditó sus formas y estilo singulares
en una tarde cargada de historia cofrade y jerezana por los
alrededores de San Juan. Una parada frente al Cristo del Amor
que recibió corporativamente a la cofradía para
reiniciar el camino buscando la Chancillería donde siempre
fue emocionante ver cómo se superaban las estrecheces
que obligan a agudizar la pericia de capataz y costaleros. Seguía
sonando la música fúnebre, antes y con aires eucarísticos
frente a Las Reparadoras que desde su clausura a buen seguro
percibieron los ecos musicales que acompañaban a María
de las Lágrimas.