En
la situación actual de España, seguimos siendo
el país de José María “El tempranillo”
y “Los siete niños de Écija”. Artículo
de César Valdeolmillos Alonso en analítica.com
Ante
la crisis, tanto el Gobierno anterior como el actual, se han
limitado a hacer recortes, pero no reformas. No las reformas
que necesitamos. Y es que el cáncer de la política
ha extendido sus metástasis a todos los estamentos
sociales sin excepción.
Hace
pocos días llamaron a la puerta de mi casa una pareja
de jóvenes, que ya hacía años que habían
traspasado la frontera de la adolescencia. Serios, formales,
educados y bien presentados. Por su forma de expresarse y
de desenvolverse deduje, que deberían tener estudios
superiores. Pretendían venderme libros de una renombrada
editorial, algo que en mi caso hubiera sido sumamente sencillo,
sino fuera porque ya constituyen un verdadero problema de
espacio físico y he de ser extremadamente selectivo.
Viendo
que su objetivo no tenía posibilidades de hacerse realidad,
no insistieron machaconamente como suelen hacerlo los vendedores
clásicos y cortésmente se despidieron con una
sonrisa.
Al
cerrar la puerta, me quedé profundamente entristecido.
La verdad es que me hubiera gustado ayudarles haciéndoles
algún pedido, más que por el beneficio económico
que hubiese podido reportarles, porque les hubiese servido
de estímulo en la dura y casi estéril misión
que estaban desarrollando y para la que seguramente no era
para la que se habían preparado.
Resulta
muy triste ver así a lo mejor de nuestra juventud,
por culpa de unos individuos, farsantes, embusteros, incompetentes
que se aferran sin escrúpulos al poder y nos han llevado
a la ruina. A la ruina moral y económica.
El
que quiera saberlo, sabe que el riesgo de quiebra de España,
se encuentra ya casi al mismo nivel de Argentina y Venezuela.
La
economía española forma parte del grupo de países
con mayor probabilidad de bancarrota. El nuestro, está
sólo por detrás de Argentina, Ucrania, Venezuela,
Irlanda, Hungría y Croacia.
La
probabilidad de que España incurra en el impago de
su deuda ha vuelto persiste en todos los mercados. De ahí
la presión que siguen ejerciendo sobre nuestro país,
a pesar de ese no explicado rescate europeo a la banca.
No
me adentraré en el intrincado laberinto de las cifras
siempre farragosas; de las especulaciones culpabilizadotas,
porque la situación en la que nos encontramos todos,
demuestra que España está en manos de unos miserables
—no se si como en Sodoma y Gomorra habrá algún
justo que pueda salvarse— que se aferran al poder como
las sanguijuelas lo hacen a la piel de sus víctimas.
La diferencia es que los políticos, a los que para
mayor escarnio, elegimos nosotros mismos, tienen las mandíbulas
más poderosas y los dientes más afilados que
los de estos anélidos, para poder absorber bien nuestras
vidas, nuestras haciendas, nuestro futuro y el de nuestros
hijos, nuestros proyectos y nuestras ilusiones.
¿Qué
estoy exagerando? ¿Qué soy un pesimista? Les
pondré como muestra un pequeño ejemplo de las
barbaridades que a costa de nuestros bolsillos, cometen estos
parásitos inútiles en cualquier otro ámbito
de la vida civil. Esta es una de las muchas noticias que le
ponen a uno los ojos a cuadros y los pelos como escarpias:
“Aragón cierra su 'embajada' en Madrid, con un
coste de 400.000 euros anuales”. Más 66 millones
y medio de pesetas. Sí, sí, han leído
ustedes bien. Ya no solo se han establecido embajadas fuera
de España, o de las Españas, o de las naciones
y nacionalidades, porque yo ya no estoy muy seguro ni de lo
que somos, ni de cuantos somos, sino dentro de esto que llamamos
país, Estado o lo que quiera que sea que seamos. Es
decir que se han establecido en el propio Madrid. Andalucía
también tiene otra al frente de la cual está
o estaba la pareja de Bibiana Aído.
Para
esto es para lo que sirve el poder. Para colocar a nuestra
costa a puestos políticos elegidos a dedo, correligionarios,
amiguetes, allegados, familiares, simpatizantes y otras especies
no del todo cuantificadas.
En
nuestra situación, lo más peregrino es que los
mandamases de la cosa pública se asombren de que los
mercados no se fíen de nosotros. Pero ¿Cómo
se van a fiar si seguimos siendo el país de José
María “El tempranillo” y “Los siete
niños de Écija”? Bueno peor, porque al
menos ellos se jugaban la piel en Sierra Morena y tenían
mas gracejo. Fíjense en los apodos por los que se les
conocían: Juan Palomo, Ojitos, Satanás, Malafacha,
Cándido, El Cencerro y Tragabuches.
La
verdad es hay cierta similitud entre aquellos y los de ahora.
Sí, porque muchos de esos bandoleros eran muy queridos
y hasta protegidos por el pueblo. A los de hora los elegimos
nosotros mismos, los sentamos en poltronas, les damos protección,
les pagamos sueldos, viajes, comilonas y otras variedades
de gastos no cuantificados.
En
la delicadísima coyuntura por la que atravesamos, la
clase política española se ha convertido en
el más grave de los problemas que nos angustian, pues
ellos son los que han originado la mayor parte de los nuestros.
Primero unos; luego los otros. Pero unos y otros actuando
—o dejando de actuar— siempre con criterios clientelares
y electoralistas; dando la impresión de que no saben
lo que nos estamos jugando y sin la menor voluntad de cercenar
el despilfarro que ellos mismos generan.
No
todos, son así; ahí tenemos el ejemplo de la
presidenta de Madrid, Esperanza Aguirre, que propuso al presidente
del Gobierno, que por cierto, dicen que son del mismo partido,
devolver las competencias al Gobierno de la Nación
si España lo necesitaba, acción con lo que se
ahorrarían miles y miles y miles de millones de Euros,
y el Presidente, que parece que es de su mismo partido, no
quiso ni oír hablar del tema.
Aquí
es donde radica nuestro más grave problema y la prueba
más sangrante es un reciente estudio en donde se afirma
que España es el país en el que existen más
políticos por ciudadano, de toda Europa, (445 mil)
¡de toda Europa! A menudo hablamos del excesivo número
de funcionarios y asimilados ¡que también!, pero
el problema más acuciante es el excesivo número
de políticos. Ellos se fijan sus retribuciones sin
atenerse a ninguna regla racional, económica, laboral
o social; preparan sus chiringuitos para enchufarse con el
beneplácito de la oposición y amén de
no rendir en su trabajo y mucho menos rendir cuentas del mismo,
se convierten una de las causas principales de la falta de
credibilidad que tiene nuestro país, que es el problema
número uno que sufrimos. Hay honrosas excepciones,
como las de esos pocos concejales de pueblo que trabajan desinteresadamente
y que incluso les cuesta dinero desempeñar sus cargos
y a los que un día habría que rendir el homenaje
y reconocimiento que se les debe.
Para
solucionar los gravísimos problemas que tenemos planteados,
es necesaria una reforma en profundidad de la Constitución,
algo que el propio sistema está pidiendo a gritos desde
dentro y desde fuera. Pero algo que no se hará, porque
nuestros políticos se opondrán a cualquier recorte
de los privilegios que ellos mismos se han otorgado; Conservadores
o progresistas, son la fuerza más reaccionaria y poderosa
existente, en todo cuanto pueda suponer una merma de su modus
vivendi; constituyen un frente resistente e impúdico
que bajo ninguna circunstancia —aunque constituyan la
ruina del país— está dispuesto a hacer
entrega sus inmunidades, fueros y regalías.
El
problema de los partidos políticos españoles
—especialmente ahora en tiempos de crisis— es
cómo mantener a los suyos, porque la gran mayoría
de los representantes de las administraciones españolas,
cobran del erario público. Pero no solo de las administraciones,
porque como por sí mismas no eran suficientes para
colocar a tanta boca hambrienta como hay en los partidos esperando
que caiga el maná del dinero estatal, se inventaron
las empresas públicas, fundaciones, consorcios y figuras
jurídicas del mas extraño pelaje, en las que
pudiendo hacer y deshacer sin el control de la Administración
pública, sirven para colocar a parientes, conocidos,
y afines. Naturalmente todo ello a costa de encarecer los
servicios que se suponen que nos prestan.
Ante
la crisis, tanto el Gobierno anterior como el actual, se han
limitado a hacer recortes, pero no reformas. No las reformas
que necesitamos. Y es que el cáncer de la política
ha extendido sus metástasis a todos los estamentos
sociales sin excepción. Lo decía el escritor
español Antonio Gala, “Cada día salen
nuevos nombres a la concurrida palestra de la corrupción.
No sé ni como caben. Banqueros, militares, políticos,
juristas, funcionarios, particulares (Ladrones de profesión
o de afición); en todas partes cuecen habas, menos
en la olla de los pobres, a los que se condena sin tanto requilorio
por hurto famélico”.
Pero
no nos extrañemos. Esa es su verdadera razón
de ser. Mientras la ciencia se esfuerza por hacer posible
lo imposible, la política hace imposible lo posible.
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