De regreso de la guerra de Troya y cansado de ser tan astuto,
Ulises vuelve a Itaca y en el viaje suceden mil peripecias que
le convierten en el primer turista épico del que tenemos
noticias. Después de él todos los grandes viajeros,
quieran o no, fueron y son turistas y la diferencia entre lo
uno y lo otro es el juego entre el profano que toma un destino
ocasional y el profesional que sabe más o menos a donde
va. El viajero causa admiración y al turista le conocemos
todos, lo que pasa también es que hay turistas que quieren
ser ceñidos con la corona de olivo de la gloria, haciéndose
pasar por viajeros en el sopor de la tarde dominical, delante
de doscientas diez fotografías en formato digital. A
estos habría que decirles al oído con Claudio
Magris, que ya no existen destinos ignotos y que el viajero
hoy se aburre casi tanto como en casa. Casi mejor ser turista.
Por otra parte, existe un canon aristocrático que postula
con la inamovilidad de todos los cánones, que para valorar
cualquier obra de arte, debe ser vista en su museo, en su casa;
es decir, el turista cultural cuando viaja y cumple aquellas
dos funciones, la de tener poco tiempo y la de conocer más
o menos el destino, forzosamente debe alcanzar la ciudad maravillosa
y guía en ristre, realizar estación de penitencia
en cada uno delos museos que salen al paso. La quietud de la
obra de arte, pues, se hace comparable al buen vino porque tienen
que ser paladeados en sus templos y rodeados de silencio.
Eso está muy bien, pero hoy hay que ofrecer algo que
mucho tenga que ver con nuestra cultura, con la Historia y el
entorno. Y esa ha sido la apuesta para Sevilla y su Provincia,
de El Viaje de los Siglos.
Se trata de romper el monopolio de las ciudades y llevar exposiciones,
la belleza, el conocimiento, el arte y la historia en definitiva,
a diferentes pueblos que de otra manera, jamás hubieran
recibido el don de la contemplación de obras de arte
articuladas mediante un discurso elegido según unos criterios,
que como tales, quedan abiertos al análisis y a la crítica,
como cualquier empresa humana de alto rango que surge y que
antes no existía. Se trata de escuchar que algo nos agita
a cuantos vivimos lejos del epicentro velazqueño, cuando
imbuidos en la oscuridad trágica del Barroco, sabemos
porque lo vemos, que ahí está el cuadro de la
Imposición de la Casulla a San Ildefonso, o un retrato
de Murillo, o un extraordinario Crucificado de Juan de Mesa,
o una Virgen Niña con su madre Santa Isabel de Martínez
Montañés, o hallamos delante de los ojos el primer
manual de artillería del mundo occidental, o un Misal
de Combate ilustrado por Rubens.....
El guión, la museología, la museografía,
la puesta en escena en definitiva de cada exposición,
es similar a una representación teatral, gustará
a muchos y a otros menos y bien está que así sea.
También algún crítico anota su opinión
sobre el resultado. Sean todos bienvenidos.
Si en la primera edición de El Viaje de los Siglos que
se celebra en Arahal y Ecija, con dos exposiciones de arte de
los siglos XVI, XVII y XVIII de modo simultáneo y bajo
el patrocinio de Diputación de Sevilla, hay obras muy
notables de primera magnitud, traídas aproximadamente
desde ochenta o noventa enclaves diferentes, quiere decir que
por primera vez se ha construido un catálogo expositivo
accesible en dos ciudades de La Campiña sevillana, a
donde puedan acudir visitantes para conocer parte del patrimonio
sevillano y saber al mismo tiempo, dónde se halla depositado;
obras por otra parte imposibles de contemplar por el turista
cultural -por todos nosotros- dado que algunas de ellas se encuentran
en emplazamientos institucionales o privados.
Decía Ionesco, un poco trágico como nuestro Barroco,
que viajaba para volver a encontrar el mundo intacto donde el
tiempo no tuviera poder; el turista cultural tiene ahora a disposición
un tiempo fuera del tiempo en dos lugares de la provincia de
Sevilla -Ecija y Arahal- y en ellos, la oportunidad de percibir
a través del Arte, el orgullo de su tierra y aliento
certero de la inmortalidad. Que no le estropeen la fiesta a
miles de personas que, de otra forma, jamás hubieran
acudido a esos lugares. Algunas de esos turistas culturales
sabían más o menos que existía cierto cuadro
de El Greco en Paradas, pero casi nadie lo había visto.
Ahora hay miles a los que la mirada trémula de Santa
María Magdalena de El Greco siempre les acompañará.
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