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Colonos de Alemania, Suiza y Francia, de hace 230 años, cuyos descencientes conservan los rasgos genéticos y apellidos en Écija y otros lugares. Fundadores de Cañada Rosal, Campillos y La Luisiana (1ª parte)

Foto: Rey Carlos III

 

Die Andalusier (1ª parte)
Viaje a los pueblos andaluces fundados hace 230 años por colonos de Alemania, Suiza y Francia, cuyos descencientes conservan los rasgos genéticos y apellidos.

El rey Carlos III otorgaba 56 fanegas de tierra a quien se estableciera.

El calor, la dureza de la tierra y el paludismo diezmaron a los pioneros.

La historia de la humanidad está llena de grandes migraciones, unas conocidas y otras no tanto. Entre estas últimas se encuentra la protagonizada, a partir de 1767, por unos 6.000 centroeuropeos que recorrieron más de 3.000 kilómetros a pie o viajaron en barco hasta Almería y Málaga para establecerse en nuevas poblaciones de Sierra Morena y Andalucía. Fueron atraídos por una operación de propaganda, realizada a instancia del rey Carlos III, que en nada desmerecería las actuales técnicas del marketing. Entre otros pueblos, estos colonos fundaron, en la provincia de Jaén, La Carolina, Montizón, Arquillos, Guarromán, Aldeaquemada, y Santa Elena; en la de Córdoba, La Carlota y Fuente Palmera; y en la de Sevilla, Cañada Rosal, Campillos y La Luisiana.

Fruto de aquel movimiento humano, 230 años más tarde todavía abundan en las comarcas de las tres provincias andaluzas los genes y los apellidos de los colonos (inmigrantes es un términom ás moderno) alemanes, suizos, austriacos, franceses, italianos y de los Países Bajos atraídos por las ideas de la Ilustración. Los genes se pueden deducir de la abundancia de personas pelirrojas, rubias y con ojos azules que proliferan en esas zonas. En el censo actual de Cañada Rosal (Sevilla), con 3.059 habitantes, hay 118 personas cuyo primer apellido es Filter, 94 Ruger, 91 Hans, 51 Hebles y 48 Delis. Muchos más son los que tienen segundos apellidos de aquellos pobladores. Aproximadamente la mitad de los actuales cañadarrosaleños descienden de ellos. En otros pueblos de colonización abundan los Wic (de Würth), como en El Garabato; Hans en La Luisiana; Pigner, Baxter, Rull y Uber en Campillos; Rider y Petidier (de Petit Didier), en San Sebastián de los Ballesteros; Galiot, en La Chica Carlota y Las Pinedas; Ots, en Arrecife; Reiffs, Hamer, Clat (de Claude), Chofle (de Schöffer), Chups (de Schüpp), en La Carlota... En la aldea del Rinconcillo, antes conocida como Los Valencianos, abundan los Mengual, Pons y Castell.

Los genes se transmiten de forma más caprichosa que los apellidos: en Cañada Rosal, si no fuera por su fuerte acento andaluz, muchos podrían pasar por alemanes, aunque se llamen José Fernández Romero. Hasta fechas recientes, los habitantes de esas poblaciones no sabían de su origen centroeuro-peo.A lo sumo eran conscientes de portar apellidos raros, poco comunes. Y sin embargo, en algunos pueblos conservan la costumbre, el Domingo de Resurrección, de pintar huevos cocidos con vivos colores y exhibirlos en las calles en bolsas de croché. Su origen se remonta a la tradición suiza de la Pascua. En pueblos como Herrería y Fuente Carreteros (Córdoba) siguen conmemorando el día de los Santos Inocentes con los bailes de los Locos y del Oso, ambos de origen tirolés. Hasta hace unos años esos bailes se celebraban también en las otras poblaciones fundadas por colonos de Jaén y Córdoba.

El paso de los años ha sumido en el olvido un fenómeno migratorio que tuvo mucho de innovador y, visto hoy, aleccionador. Aunque la historia, como suele ocurrir, tampoco en este caso sirvió a las generaciones posteriores. La idea de los ilustrados que rodearon a Carlos III, de forma especial Campomanes y Olavide, fue repoblar tierras situadas en el camino real que unía Andalucía con la capital del reino en las que los bandidos campaban a sus anchas.

Había que crear en esa ruta nuevas poblaciones que sirvieran de cobijo a los viajeros. Para ello, el rey promulgó un fuero que otorgaba 56 fanegas de tierra a los colonos que aceptaran establecerse en aquellos pagos. La corona se comprometía a entregarles aperos de labranza, semillas, casa y protección, además de eximirlos de impuestos por 10 años. Tenían que ser católicos, labrar la tierra y enviar sus hijos a la escuela. La historia de España estrenó con ellos la enseñanza pública obligatoria.

El hecho de recurrir a campesinos y artesanos extranjeros se debió a la idea de que sirvieran de ejemplo de laboriosidad para los naturales del país. El reparto de parcelas trataba de sacar del abandono las enormes bolsas de campos baldíos existentes en Andalucía. De la propaganda se ocupó el bávaro Juan Gaspar de Thürriegel, que colgó pasquines en los principales puertos de Europa central convocando a una especie de paraíso de excelente clima donde abundaba la tierra fértil y el agua. El propio contratista elaboró un pasquín que proclamaba las bondades de la tierra ofrecida: "España es una tierra de clima tan feliz y una región tan bendecida del cielo que ni el calor ni el frío muestran en ella nunca sus filos".

Esa esperanza contrastaba con la dura realidad del Palatinado y que el propio Thürriegel se encargaba de recordar: "¿Qué personas reflexionarían largamente para dejar una patria donde carecen de toda fortuna o la poseen pequeña, donde suspiran en su pobreza en amargos sudores (...) y no pueden ganar lo necesario para una miserable alimentación corporal". Gaspar de Thürriegel recibió 326 reales por cada colono reclutado.

No vinieron en patera, sino a pie a lo largo de miles de kilómetros o en buques cargueros arribados a Almería y Málaga. Tampoco encontraron el clima "sin filos" ni la tierra feraz que les prometía la propaganda oficial.

Las tierras estaban por desmontar, el agua escaseaba y tuvieron que acomodarse provisionalmente en tiendas de campaña del ejército y en barracones de madera. En ellas les sorprendió el rigor del verano de 1767, en el que los destinados a la comarca de Écija descubrieron que acababan de establecerse en la sartén de Andalucía. Las condiciones de vida eran tan extremas que cinco o seis años más tarde había muerto la mitad de los colonos. Una epidemia de paludismo ocurrida el primer año de su llegada segó la vida de más de 300 en Sierra Morena. La situación obligó a las autoridades a atraer nuevos cupos de colonos, esta vez procedentes de Valencia.

Han colaborado en la elaboración de este reportaje, entre otros, José Antonio Fílter Rodríguez, cronista oficial de Cañada Rosal; Antonio Fílter, cartero de Cañada Rosal; José Losada Fernández, alcalde de Cañada Rosal; Adolfo Hamer Flores, historiador de La Carlota; Dionisio Dorado Rodríguez, archi

 

Información: José Bejarano - La Vanguardia (12/06/2005)