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TODO ÉCIJA
MUNDO HOY

De cómo no debe hacerse una exposición hoy en día. (Referida al Arahal y a Écija)

por Juan Bosco Díaz Urmeneta

Foto: Cartel

 

Recuperar el pasado, la memoria histórica, exige conocimiento riguroso y altas dosis de sensibilidad. El pasado lo forman iniciativas, acciones y sufrimientos humanos y cuanto de él sobrevive, objetos, textos y palabras, sean o no artísticos, llevan la huella entusiasta o dolorosa de muchos hombres y mujeres. Esto parece entenderlo el Ayuntamiento de Arahal a juzgar por el orden y el cuidado del casco histórico del pueblo y por la recuperación de edificios señeros de otras épocas. Lo mismo puede decirse de quienes han cedido la Iglesia de Santa María Magdalena para la actual exposición. No puede sin embargo aplicarse a los organizadores de la muestra en cuestión: éstos no han sabido estar a la altura.


Cualquier exposición que se ocupe del patrimonio debe partir de una narración clara que lo ilumine y lo haga comprender. Esta claridad falta en El viaje de los siglos. Pretende ser, lo dice su título, una muestra de arte civil y sacro, pero lo civil apenas se entrevé: unas espadas, alguna bombarda y, en Écija, un carruaje con maniquí vestido a la usanza del XVIII. Tal deficiencia se intenta tapar con imágenes digitalizadas. Algunas sencillamente distraen: el coro de la iglesia de Arahal se aprecia mal por la acumulación de imágenes escaneadas de libros del siglo XV (¿tanto costaba traer orginales?).

Pero la fiebre digital llega más lejos: en ese soporte aparecen Carlos V e Isabel de Portugal pintados por Tiziano y a golpe de escáner se reúnen en una sola imagen a las esposas de Felipe II, destrozando así el sentido de los cuatro cuadros. El capítulo civil se cierra con las inevitables maquetas de las carabelas. Cuadros, muebles y objetos brillan por su ausencia.

A este vacío de lo civil se añade la debilidad de la misma narrativa que subyace a la muestra: la densa vida de la época se reduce a un esquema de ascenso y decadencia del imperio español. No hay preocupación por lo cotidiano ni concreciones serias sobre los pueblos de Sevilla.

Queda, desde luego, el arte sacro. Sobre él reposa el grueso de las dos exposiciones. Y en verdad en las dos hay obras por las que merece la pena visitarlas: la Santa Inés de Pedro Millán (Convento de Santa Inés, Sevilla), en la que son patentes las influencias noreuropeas, la Virgen con el Niño de Roque Balduque, Santa Ana y la Virgen Niña de Montañés (Convento del Buen Suceso, Sevilla), junto a algunas piezas de orfebrería y una elegante Inmaculada anónima pertenecientes a la propia Iglesia de la Magdalena justifican la visita a Arahal, donde hay además una Cabeza del Bautista, de autor anónimo, y una Magdalena del Greco que proceden respectivamente de Marchena y Paradas. En Écija hay tres poderosas tallas: una Virgen con el Niño de Pedro Roldán (del propio templo donde radica la muestra), Santa Teresa de Alonso Cano (Convento del Buen Suceso, Sevilla) y la Sagrada Familia que procede de la Parroquia de la O (Sevilla).

Hay otras obras de interés pero desgraciadamente su instalación no les hace justicia. Así, en la Iglesia de Santa Bárbara de Écija, el cuadro de Velázquez, La casulla de San Ildefonso, se ha colocado muy bajo en una capilla, separado del espectador por una reja y con una iluminación inadecuada. En Arahal, un Crucificado de Zurbarán que procede de Marchena está también a la altura del suelo, con lo que pierde toda su fuerza ascendente, y un Cristo crucificado de Juan de Mesa se ha colocado inclinado sobre el suelo con una iluminación frontal que, lógicamente, lo deforma.

Las opciones de iluminación y lo que cabría llamar escenografía son aún más discutibles. Las obras se han colocado formando recorridos a lo largo de ambos templos. Al estar cerca unas de otras se ha optado por una iluminación individualizada, empleando focos de luz concentrada que recuerdan a los cañones usados en el teatro. La consecuencia es que las piezas no reciben la luz de manera uniforme. Este uso de la luz se convierte en ocasiones en efecto disparatado. Así, en la muestra instalada en Écija, cinco cuadros que proceden de la Casa de la Provincia, cada uno con una sola figura de tamaño mayor que el natural, se han iluminado de modo que sólo es posible ver el rostro. El resto de la pintura queda en total oscuridad. Este tipo de efectos se relaciona fácilmente con otros que podríamos llamar escenográficos. Así, en Arahal, se ha compuesto una suerte de traslado al sepulcro reuniendo una Dolorosa, un Cristo yacente –que no se identifica en la muestra– y unas figuras procedentes de una hermandad reciente de Sevilla: extraño tableau vivant difícilmente calificable.

En la misma muestra se expone un Triunfo de la Cruz. La figura simbólica de la muerte ha debido mover a los organizadores a rodear la obra con cuatro candelabros y colocar sobre madera tallada de la base hojas frescas de yedra. Estos afanes escenográficos culminan en la Iglesia de Santa Bárbara, en Écija, donde en una capilla se ha construido una réplica bastante penosa de la gran vanitas de Valdés Leal, In ictu oculi. Para subrayar el impacto, la capilla se ha aislado del resto del templo por unas cortinas de espeso tul negro.

Iniciamos el siglo XXI. Hace ya más de dos que el patrimonio artístico se estudia, cataloga y cuida. En los últimos años, las restauraciones han dejado de ser un lujo para convertirse en necesidad reconocida y muchos lugares que antes sólo conocían los eruditos se han convertido en citas obligadas para el espectador culto. Tal proceso ha producido un depósito de criterios y prácticas que por una parte se orientan al respeto del patrimonio y por otra a la formación, igualmente rspetuosa, de un público que conozca y aprecie tales obras. El respeto al patrimonio supone indagar las intenciones de los autores, comprender los usos de la época, penetrar en cierta forma en la cultura que generó tales obras. La formación del público exige rechazar el populismo que considera al espectador tardo de mente. En España, en Andalucía y en Sevilla abundan los expertos en estas disciplinas: restauración, museografía, museología. Teniendo todo esto en cuenta, el modo de proceder de la Administración que organiza estas muestras es sencillamente inaceptable. Tanto más cuanto no pocas obras expuestas no parecen haber sido previamente restauradas y algunas, como el retablo de Esturmio, no presentan el mejor aspecto.

Hoy por hoy el turismo es cada vez más exigente y mejor conocedor de las normas y criterios relativos al patrimonio. Por otra parte, el acceso de muchos jóvenes a la universidad y, en general, el desarrollo del conocimiento ha elevado no ya el nivel de instrucción sino la formación y el interés por saber. Si esto es así, es más que probable que exposiciones como éstas terminen por perjudicar a Sevilla y a sus pueblos. No sé cuánto han costado estas muestras, pero hubiera sido más productivo –y más respetuoso con los pueblos– invertir esas cantidades en una sistemática recuperación, conservación e información de las obras que guardan templos, conventos y palacios y que, a diferencia de lo que ocurre en muchos sitios de España, permanecen encerradas y desconocidas. Que puede haber quien las enseñe y explique lo demuestran las chicas encargadas de este trabajo en las exposiciones de Arahal y Écija, cuyo saber estar es quizá lo mejor de estas muestras.

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Información:Juan Bosco Díaz Urmeneta - El diario de Sevilla (07/06/2005)