Recuperar el pasado, la memoria histórica, exige conocimiento
riguroso y altas dosis de sensibilidad. El pasado lo forman
iniciativas, acciones y sufrimientos humanos y cuanto de él
sobrevive, objetos, textos y palabras, sean o no artísticos,
llevan la huella entusiasta o dolorosa de muchos hombres y mujeres.
Esto parece entenderlo el Ayuntamiento de Arahal a juzgar por
el orden y el cuidado del casco histórico del pueblo
y por la recuperación de edificios señeros de
otras épocas. Lo mismo puede decirse de quienes han cedido
la Iglesia de Santa María Magdalena para la actual exposición.
No puede sin embargo aplicarse a los organizadores de la muestra
en cuestión: éstos no han sabido estar a la altura.
Cualquier exposición que se ocupe del patrimonio debe
partir de una narración clara que lo ilumine y lo haga
comprender. Esta claridad falta en El viaje de los siglos. Pretende
ser, lo dice su título, una muestra de arte civil y sacro,
pero lo civil apenas se entrevé: unas espadas, alguna
bombarda y, en Écija, un carruaje con maniquí
vestido a la usanza del XVIII. Tal deficiencia se intenta tapar
con imágenes digitalizadas. Algunas sencillamente distraen:
el coro de la iglesia de Arahal se aprecia mal por la acumulación
de imágenes escaneadas de libros del siglo XV (¿tanto
costaba traer orginales?).
Pero la fiebre digital llega más lejos: en ese soporte
aparecen Carlos V e Isabel de Portugal pintados por Tiziano
y a golpe de escáner se reúnen en una sola imagen
a las esposas de Felipe II, destrozando así el sentido
de los cuatro cuadros. El capítulo civil se cierra con
las inevitables maquetas de las carabelas. Cuadros, muebles
y objetos brillan por su ausencia.
A este vacío de lo civil se añade la debilidad
de la misma narrativa que subyace a la muestra: la densa vida
de la época se reduce a un esquema de ascenso y decadencia
del imperio español. No hay preocupación por lo
cotidiano ni concreciones serias sobre los pueblos de Sevilla.
Queda, desde luego, el arte sacro. Sobre él reposa el
grueso de las dos exposiciones. Y en verdad en las dos hay obras
por las que merece la pena visitarlas: la Santa Inés
de Pedro Millán (Convento de Santa Inés, Sevilla),
en la que son patentes las influencias noreuropeas, la Virgen
con el Niño de Roque Balduque, Santa Ana y la Virgen
Niña de Montañés (Convento del Buen Suceso,
Sevilla), junto a algunas piezas de orfebrería y una
elegante Inmaculada anónima pertenecientes a la propia
Iglesia de la Magdalena justifican la visita a Arahal, donde
hay además una Cabeza del Bautista, de autor anónimo,
y una Magdalena del Greco que proceden respectivamente de Marchena
y Paradas. En Écija hay tres poderosas tallas: una Virgen
con el Niño de Pedro Roldán (del propio templo
donde radica la muestra), Santa Teresa de Alonso Cano (Convento
del Buen Suceso, Sevilla) y la Sagrada Familia que procede de
la Parroquia de la O (Sevilla).
Hay otras obras de interés pero desgraciadamente su
instalación no les hace justicia. Así, en la Iglesia
de Santa Bárbara de Écija, el cuadro de Velázquez,
La casulla de San Ildefonso, se ha colocado muy bajo en una
capilla, separado del espectador por una reja y con una iluminación
inadecuada. En Arahal, un Crucificado de Zurbarán que
procede de Marchena está también a la altura del
suelo, con lo que pierde toda su fuerza ascendente, y un Cristo
crucificado de Juan de Mesa se ha colocado inclinado sobre el
suelo con una iluminación frontal que, lógicamente,
lo deforma.
Las opciones de iluminación y lo que cabría llamar
escenografía son aún más discutibles. Las
obras se han colocado formando recorridos a lo largo de ambos
templos. Al estar cerca unas de otras se ha optado por una iluminación
individualizada, empleando focos de luz concentrada que recuerdan
a los cañones usados en el teatro. La consecuencia es
que las piezas no reciben la luz de manera uniforme. Este uso
de la luz se convierte en ocasiones en efecto disparatado. Así,
en la muestra instalada en Écija, cinco cuadros que proceden
de la Casa de la Provincia, cada uno con una sola figura de
tamaño mayor que el natural, se han iluminado de modo
que sólo es posible ver el rostro. El resto de la pintura
queda en total oscuridad. Este tipo de efectos se relaciona
fácilmente con otros que podríamos llamar escenográficos.
Así, en Arahal, se ha compuesto una suerte de traslado
al sepulcro reuniendo una Dolorosa, un Cristo yacente –que
no se identifica en la muestra– y unas figuras procedentes
de una hermandad reciente de Sevilla: extraño tableau
vivant difícilmente calificable.
En la misma muestra se expone un Triunfo de la Cruz. La figura
simbólica de la muerte ha debido mover a los organizadores
a rodear la obra con cuatro candelabros y colocar sobre madera
tallada de la base hojas frescas de yedra. Estos afanes escenográficos
culminan en la Iglesia de Santa Bárbara, en Écija,
donde en una capilla se ha construido una réplica bastante
penosa de la gran vanitas de Valdés Leal, In ictu oculi.
Para subrayar el impacto, la capilla se ha aislado del resto
del templo por unas cortinas de espeso tul negro.
Iniciamos el siglo XXI. Hace ya más de dos que el patrimonio
artístico se estudia, cataloga y cuida. En los últimos
años, las restauraciones han dejado de ser un lujo para
convertirse en necesidad reconocida y muchos lugares que antes
sólo conocían los eruditos se han convertido en
citas obligadas para el espectador culto. Tal proceso ha producido
un depósito de criterios y prácticas que por una
parte se orientan al respeto del patrimonio y por otra a la
formación, igualmente rspetuosa, de un público
que conozca y aprecie tales obras. El respeto al patrimonio
supone indagar las intenciones de los autores, comprender los
usos de la época, penetrar en cierta forma en la cultura
que generó tales obras. La formación del público
exige rechazar el populismo que considera al espectador tardo
de mente. En España, en Andalucía y en Sevilla
abundan los expertos en estas disciplinas: restauración,
museografía, museología. Teniendo todo esto en
cuenta, el modo de proceder de la Administración que
organiza estas muestras es sencillamente inaceptable. Tanto
más cuanto no pocas obras expuestas no parecen haber
sido previamente restauradas y algunas, como el retablo de Esturmio,
no presentan el mejor aspecto.
Hoy por hoy el turismo es cada vez más exigente y mejor
conocedor de las normas y criterios relativos al patrimonio.
Por otra parte, el acceso de muchos jóvenes a la universidad
y, en general, el desarrollo del conocimiento ha elevado no
ya el nivel de instrucción sino la formación y
el interés por saber. Si esto es así, es más
que probable que exposiciones como éstas terminen por
perjudicar a Sevilla y a sus pueblos. No sé cuánto
han costado estas muestras, pero hubiera sido más productivo
–y más respetuoso con los pueblos– invertir
esas cantidades en una sistemática recuperación,
conservación e información de las obras que guardan
templos, conventos y palacios y que, a diferencia de lo que
ocurre en muchos sitios de España, permanecen encerradas
y desconocidas. Que puede haber quien las enseñe y explique
lo demuestran las chicas encargadas de este trabajo en las exposiciones
de Arahal y Écija, cuyo saber estar es quizá lo
mejor de estas muestras.
Toda la Información en
Internet en: