En
un artículo
de Mexico se habla de un jornalero de Écija que dice
no habrá cambios sin que la gente se lance a la calle.
El Artículo
corresponde al periódico la Jornada de Mexico y lleva
por título: "Dos continente contra el neoliberalismo",
escrito por Raúl Cibechi.
Artículo:
Desde
América Latina observamos con preocupación los
derroteros que va tomando la crisis económica y política
europea, y estamos esperanzados en las respuestas que van
dando, y seguramente darán, los diversos pueblos con
la convicción de que el futuro de los de abajo de ambos
continentes tendrá mucho en común.
En diferentes
periodos históricos (durante la década de 1990
en América del Sur, luego de 2008 en Europa), el capital
financiero lanzó brutales y miserables ofensivas para
arrebatar a los de abajo conquistas históricas, empujando
a los sectores populares a situaciones de sobrevivencia en
condiciones de dominación. Es necesario considerar
que esto no es un desvío ni un error del sistema, sino
el modo cada vez más habitual en que el capital se
comporta en esta etapa de decadencia, que será prolongada,
porque busca arrastrarnos a todos a la ruina para alargar
su agonía.
Los pueblos
sudamericanos hemos conseguido plantarle cara al modelo neoliberal.
Aunque no conseguimos derrotarlo completamente, fue posible
por lo menos deslegitimar sus aristas privatizadoras y crear
una nueva relación de fuerzas que nos permite mirar
el futuro con mayor esperanza. Lo que sigue son apenas apuntes
y reflexiones sobre cómo fue posible dar aquellos pasos,
sin la menor pretensión de indicar o sugerir lo que
los demás deben hacer.
El tiempo
es la primera dimensión a tener en cuenta. La resistencia
contra el modelo demandó un largo periodo para poder
comprender lo que estaba sucediendo y, sobre todo, para adecuar
las fuerzas sociales a la nueva realidad. Muchas de las viejas
formas de lucha se revelaron inadecuadas o insuficientes a
la hora de enfrentar los nuevos desafíos. Pero esa
dimensión temporal requiere no sólo miradas
hacia delante, que nos permitan imaginar cómo avanzar,
sino también mirar hacia atrás para recuperar
las mejores tradiciones que, naturalmente, no pueden ser reproducidas
sin más.
La segunda
cuestión es que el capital es insaciable e incontenible.
Nunca se da por satisfecho y siempre quiere más. No
se conformará con ese brutal 30 por ciento que arrancó
a los salarios de los funcionarios griegos. La rapiña
es su modo de ser y no entiende otro lenguaje. No tiene freno
y sólo entiende el lenguaje de la fuerza: tanto la
que utiliza para imponer sus deseos como la que es capaz de
hacerlo retroceder.
En la
experiencia sudamericana, fue la irrupción de la gente
en los espacios públicos lo que forzó un cambio,
ya que deslegitimó a las autoridades que defendían
el modelo. Pero hay algo más. No sólo se consiguió
la caída sucesiva de gobiernos, sino el derrumbe del
viejo sistema político. En Ecuador, en Bolivia, en
Venezuela y en Perú las fuerzas políticas que
alcanzaron el gobierno no existían dos décadas
atrás. En otros países de la región fuerzas
que nunca habían gobernado ocuparon los palacios presidenciales.
En lo
relativo a la revuelta, que de eso se trata, conviene hacer
algunas matizaciones. No se trató sólo de hechos
puntuales, por importantes que fueran, sino de procesos. El
caracazo de 1989, respuesta a un paquete de ajuste estructural,
fue la primera gran revuelta anti neoliberal. Luego hubo decenas
de sucesos similares hasta la segunda guerra del gas en Bolivia,
en 2005. Pero esos grandes hechos se inscribieron en ciclos
de luchas relativamente prolongados que consiguieron introducir
un palo en la rueda de la gobernabilidad neoliberal, anclada
en el autoritarismo y la represión.
Como hacía
notar un jornalero días atrás en Écija
(Sevilla), no habrá cambios sin que la gente se lance
a la calle, ya que sólo en el espacio público
es posible descarrilar el modelo. No se trata de un capricho
de revoltosos, sino de algo mucho más profundo: la
gobernabilidad neoliberal exige orden para lubricar la acumulación
que fue bloqueada impidiendo la circulación de mercancías.
No es un orden para el Estado, como el de las dictaduras,
sino un orden para el capital, que es lo que caracteriza a
las democracias electorales.
Por eso
cada vez que se sienten con el agua al cuello, como los patéticos
gobernantes griegos, tan parecidos a los Menem y los Fujimori,
sólo atinan a llamar a elecciones para renovar su imposible
legitimidad. En el caso sudamericano sucedieron dos hechos:
en algunas consultas electorales se registró una avalancha
de votos blancos y nulos, sobre todo allí donde quienes
podían ganar representaban más de lo mismo.
En otros casos, cuando la gobernabilidad quedaba hecha trizas
y los defensores del modelo se batían en retirada,
aparecieron nuevas configuraciones políticas para sustituir
a las viejas dirigencias.
Este es
uno de los aspectos más controvertidos. Es evidente
que no alcanza con llevar a palacio a políticos diferentes,
aunque hayan nacido abajo. Pero no debemos dar por sentado
que los partidos y fuerzas políticas históricas
(socialistas y comunistas, pero también anarquistas)
serán quienes resolverán esta crisis luego de
que las derechas sean barridas del poder. No es esa, por lo
menos, la configuracióón política posneoliberal
en Sudamérica.
El punto
nodal está en otra parte. Si los de abajo, organizados
en movimientos, han sido capaces de construir espacios e imaginarios
suficientemente potentes, el ciclo de luchas no se termina
con el recambio gubernamental, incluso cuando ocupan los sillones
personas que provienen de esos movimientos. Como los cambios
no dependen de personas, sino de relaciones de fuerza, el
papel de los movimientos es decisivo tanto en la dispersión
del modelo como en la recomposición de algo diferente.
En todo
caso, la vida nos seguirá dando sorpresas. Esto recién
empieza y el 15M aún no cumplió su primer año.
No sería nada extraño, observando la rapidez
de los hechos, que los de abajo nos sorprendan una vez más,
como sucedió en 1936 en España, cuando se lanzaron
a las calles para frenar el golpe de Estado de Franco, escribiendo
una de las más bellas páginas de la historia
popular. La historia nunca se repite, pero deja enseñanzas
que no deberíamos desestimar.
Enlace
al artículo original