Las ánforas eran contenedores pensados exclusivamente
para el transporte naval de productos líquidos o conservas.
En general, las ánforas redondeadas de panza redondeada
se destinaban a contener aceite, y las alargadas vino o salsas
de pescado.
Las ánforas de aceite romanas tenían formas y
tamaños estandarizados a pesar de que se fabricaban en
lugares diversos. El tipo de ánfora más difundido
para transportar el aceite de la Bética eran las que
los arqueólogos denominan Dressel 20: un recipiente de
forma esférica cuyo cuerpo globular permitía ampliar
su capacidad hasta 30 ó 50 litros. La boca estrecha impedía
que se derramara el contenido. El pivote de la parte inferior
permitía mayor seguridad para manejarlas y al almacenarlas
en la bodega, porque podía encajarse en arena.
Un ánfora de aceite pesa, vacía, alrededor de
30 kg., y podía contener otros 70 kg. de aceite, aproximadamente.
El complejo sistema comercial que recorría el aceite
requería la identificación del propietario del
aceite contenido en el ánfora (productor o acaparador)
y, a veces, del alfar en la que había fabricado el recipiente,
y de su comprador. El sello funcionaba como una etiqueta: era
una garantía de calidad de la mercancía y servía
como identificación de la partida. El Museo Histórico
Municipal de Écija posee una completa colección
de anillos romanos para sellar ánforas. Además,
a veces se grababan en el ánfora cifras que indicaban
el lote de fabricación, la fecha de la cocción
o el responsable de su control.
Otras marcas se pintaban en el ánfora después,
con tinta, en el momento del envasado o de su embarque o descarga:
indicaban la tara (peso del ánfora en vacío),
el nombre del mercader y el peso neto del ánfora rellena.
En el puerto, los funcionarios fiscales podían anotar
además bajo las asas el lugar de control (por ejemplo,
Astigis), la fecha y peso y el nombre del controlador.
Toda esta información, que a menudo se conserva sobre
los fragmentos de ánforas, aporta una riquísima
información para entender la compleja economía
del Imperio romano y para evaluar el volumen de exportaciones
de la Bética. En particular, las marcas estampadas con
sello en el asa nos permiten identificar la procedencia exacta
de esas ánforas que los arqueólogos encuentran
hoy en Roma, en Inglaterra, Alemania o Francia, muchas de las
cuales emprendieron su viaje hace unos dos mil años desde
las riberas del Genil, y alfares como los de Malpica, Alcotrista
o Las Delicias.
Por el Genil hasta Roma: Astigi y el comercio del aceite de
la Bética En toda la Antigüedad, el transporte en
barco por río o por mar era la solución más
económica para el transporte de cargas voluminosas a
larga distancia: el coste era menos de la mitad que el del transporte
terrestre. El aceite, prensado en las fincas de olivar, se trasladaba
en animales de carga, contenido en odres de cuero, hasta las
orillas del río, donde se envasaba en el ánfora
y se cargaba en el barco.
Es probable que el Guadalquivir y el Genil estuviera regulados
por una serie de diques. Las ánforas se embarcaban en
muelles construidos a la orilla del río, y se trasladaban
aguas abajo, para ser traspasados a una nave marítima
en el puerto de Hispalis (Sevilla), principal centro de partida
de las exportaciones de aceite de la Bética.
La embarcación fluvial que debió de usarse en
época romana era de fondo plano, similar a las usadas
hasta época reciente en el Genil para la extracción
y el transporte de arena. Posiblemente se asemejaran a la barca
conocida en latín como ratis. Algunas inscripciones romanas
halladas en Sevilla mencionan también corporaciones de
barqueros llamados lintrarii y navicularii (nombres que corresponden
a las barcas llamadas linter y navicula). En todo caso, las
barcas debían de ser de pequeño tamaño,
dado el escaso calado de los cauces del Genil y del Guadalquivir.