PAPELES VIEJOS por Manuel Martín Martín. “La misión social del creador”
(Con motivo del homenaje a Fernando Martín Sanjuán, el articulista redime del archivo de la memoria la columna que le dedicó EL PERIÓDICO DE ÉCIJA el 04/05/2003)
Coincidían José Mercé y su manager en la acústica del Teatro Municipal, difícil de encontrar en la mayoría de los coliseos españoles, por lo que me pidieron que felicitara al arquitecto. Les dije que era ecijano, de nombre Fernando Martín Sanjuán, y autor también de la remodelación de la Plaza de Abastos, del diseño de El Salón y, entre otros, de un mural que hay en el restaurante Las Ninfas, que es todo un prodigio para los sentidos.
Dos días después, el arquitecto inauguraba su galería de arte contemporáneo. El edificio Sol acogía una exposición de cuadros y murales que tenían con el autor una relación cercana, ya sea de trabajo o de afecto, y dispuestos deliberadamente, para que la ruta de nuestra mirada pudiera trazarse desde las perspectivas poéticas de tres esculturas de Marcelino Fernández Piñón, con lo que se frenaba en donde la naturaleza del acto creador de Martín Sanjuán era más prolífica.
Nos situábamos ante la obra de un pintor intuitivo y trasgresor de normas, un compositor de la dimensión en armonía que se lanzó a la búsqueda de formas y materiales alternativos para otorgarles una función diferente, la metamorfosis, un canto a la libertad en el que sacrifica los valores objetivos por la imaginación espacial, ese paradigma que en el mundo pictórico contemporáneo se presenta impotente hasta por definición.
Fernando tiene una formación arquitectónica, y el manejo de materiales diversos le lleva a encontrar en el diseño el ambiente más propicio para formular su ideario. Él sabe que el artista tiene que ser un vidente de la verdad y un creador de ideas, capaz de sintetizar las experiencias vividas, pero al mismo tiempo de enmarcarlas con su concepción estética y su tiempo histórico, lo que explica que su propuesta revele el espacio en toda su concepción utópica, plantee la cuestión de cómo toda materia tiende imperiosamente a disolverse en la forma y cómo ha de brindar una fuerza y una dignidad nuevas, según el punto de vista de cada cual.
Buscar, por tanto, la perspectiva equilibrada y plácida, poner el acento sobre lo hermosamente entusiástico y encontrar la precisión -no simple, sino muy calculada-, por la que el paso de la imagen como elemento decorativo a la imagen como símbolo es un hecho irrefutable, son los estímulos de quien ha trabajado afanosamente para hallar una obra que podríamos llamar ideal porque adquiere un valor propio, aquel que rige la mente de cada observador, pero íntima porque retiene el momento en que la materia inorgánica se espiritualiza, el instante en que podemos ver la sequedad interior del artista en un desierto de detalles.
Fijar para la posteridad la soledad compartida del artista con el consiguiente fortalecimiento de las formas, y lograr que en cada cuadro podamos unir la imaginación subjetiva con la robusta realidad, es el gran asunto del arte. Estamos, en definitiva, ante la obra de un artista que ha logrado la misión social del creador: estimular al observador a la acción reconstituyente.
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